correos XV
Antonio Marí
Hola, un
saludo a todos en el nuevo año.
Les cuento de
un libro que leí en estos días que viene particularmente a cuento de la
discusión que supimos conseguir en E y C (poesía, arte/ psicoanálisis) y con
nuestro tema inicial y permanente tal vez, el del sujeto y la palabra, del cual
el del discurso y el autor no sea sino un apartado.
El libro se
llama Libro de ausencia.
Es de un catalán, Antoni Marí. No sé si recomendarles el libro mismo. El tipo
es una suerte de profesor que se ha topado con la falta de un modo más bien
brusco – la historia, la breve historia que dio lugar al libro, es el suicidio
de un amigo – y descubre o redescubre a Beckett, a Mallarmé, a Cézzane (hay una
cita exquisita que enseguida les voy a transcribir) y a nuestros frecuentados
Derrida, Deleuze, y el mismísimo M. Foucault. Escribe lindo aunque a veces da
la impresión que quiere hacer un tratado de lo intratable.
Pero el tema
no es ese sino pasarles un par de pasajes que valen la pena por bien escritos
y, como les decía, por lo próximos que están a nuestras inquietudes:
“Me vinieron a
la memoria una palabras del pintor Cézzane: ‘El arte es una armonía paralela a
la de la naturaleza. El artista también, siempre que no intervenga
deliberadamente. No tiene que haber más deliberación que el silencio. El
artista tiene que conseguir que por dentro callen las voces de todos los
prejuicios, tiene que olvidar, crear silencio, y ser un eco perfecto, Entonces
el paisaje se inscribirá en él’
[El subrayado es de Cézanne]
Las palabras
del pintor me habían llamado la atención por su secreto hermetismo, y ahora las
entendía: Cézanne se situaba ante la forma de las cosas y las contemplaba sin
que el entendimiento interviniera y pintaba lo que veía sin la ayuda de lo que
sabía de ellas.”
Casi en el
otro extremo del libro está la referencia a Mallamé, notablemente próximo a
Cézzane aunque sus “artes” no sean las mismas:
“… viene a mi
encuentro Stéphane Mallarmé, el poeta más ausente de todos los poetas, el que
nunca estaba donde se la suponía, pero sabía muy bien desde donde hablaba: ‘La
obra pura implica que el poeta desaparece como locutor, cediendo la iniciativa
a las palabras, que, movilizadas por el choque de su desigualdad, encienden
recíprocos reflejos como un reguero virtual de fuego en la pedrería,
sustituyendo la respiración perceptible del antiguo aliento lírico, o la entusiasta
dirección personal de la frase’. Dar la iniciativa a las palabras es
dejar, pues, que se junten, se ordenen y se dispongan como ellas quieran sin la
intervención del escritor. Mallarmé se refiere al poeta como alguien que cede
la iniciativa a las palabras y permite que el poema se estructure por sus
propia fuerzas, inherentes o interactivas, y se componga y se construya a
expensas del poeta, rechazando la centralidad del sujeto y conduciendo el
lenguaje más allá del discurso. El poesía prescinde de referencias … al autor,
que muestra en él su propia desaparición en favor de la palabra y la
desaparición está inscrita de manera viva en el poema.”
En la misma
línea Marí evoca a R. Llull, considerado algo así como el fundador del catalán
literario, a nuestro próximo Barthes, a Baudelaire, a M. Tsvietáieva, una
mártir del estalinismo, a De Lillo, a Elliot:
“‘La palabra
habla’ dice Llull en el Libro de la contemplación. En el ensimismamiento uno no tiene
poder sobre la palabra y la palabra se libera del sujeto. ¿La palabra habla sin
que nadie la sostenga, independiente de la identidad de quien la
pronuncia? Presencia de la palabra y ausencia del poeta.
Cuando se
relata un acontecimiento sin ninguna otra voluntad que el ejercicio de la
escritura, cuando el poema se escribe por el sencillo gozo de hacerlo,
‘la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte’ dice Roland
Barthes, y pierde el poder sobre el lenguaje, el poder sobre aquel lenguaje que
le ha permitido construir su identidad consuetudinaria y social. El prestigio
del texto no es del autor, entonces, sino de la lengua, del lenguaje que
utiliza; del estilo, que no es el hombre [no está nada mal esta vuelta ¿no?]. A
pesar de todo, parece que el prestigio lo da ‘la persona humana’ que
firma el texto de la escritura: su historia, sus gustos, sus pasiones.
Pero el autor está ausente del texto que ha escrito, y quien habla – la persona
histórica –, lo que escribe,
quizás da autoridad al escrito, pero es un error confundirlos. Tras el texto no
está aquel que creemos su propietario; el propietario del texto es el lenguaje,
y también es el que lo lee y se apropia de él y puede cambiarle la vida. Por
todo ello, si escribir consiste en llegar a la impersonalidad, quizás leer
supondría alcanzarla.”
Bueno, corto
momentáneamente aquí para que no os atosiguéis, como dijera nuestra venerable
ex mandataria. Enseguida continuaré. Un cordial abrazo a todos. n