domingo, 16 de junio de 2013

correos XIV teoría literatura discurso

¿Históricamente, qué función han tenido las teorías? No les parece una pregunta foucaultiana? (quiero decir “buena”)

Las teorías ¿dieron algo a luz alguna vez, o fueron más bien el esfuerzo, fallido siempre, de expresar y entonces transmitir, algo? No voy a repetir la reiterada anécdota sobre Einstein explicando la relatividad. ¿No podría decirse que esa explicación – que una vez entendida ya no era la relatividad – era, en efecto, la teoría de la  relatividad?

La relatividad es la intuición de un loco, creo que no le va del todo mal el término, el loco Einstein, que hizo pedazos el imaginario de un tiempo absoluto forzándolo a entrar en esa picadora de carne que es la matemática. No sé nada de matemáticas ni de física, pero no creo que a esos enjambres de fórmulas corresponda llamarles “teoría”. No porque “no se deba”. Cada uno está en su derecho de llamar como se le cante a lo que sea, lo que digo es que el uso del término teoría nunca dejó de asociarse a la explicación y a la argumentación. En el caso de la ciencia, explicación, relato, de una experiencia con o en un real de la que no sabemos demasiado y que, según dicen, “las letras”, podrían “fijar”.

Después está la teoría como género literario que habría que aproximar al ensayo, y que, un poco abusivamente para mi gusto, suele caratularse como “no ficción”.  Me parece que fue Lacan el que introdujo el uso de la construcción “literatura analítica”, en todo caso el que lo difundió. Sin duda le gustaba hablar de teoría y usaba el término profusamente aunque creo que no se inclinaba a hablar del retorno a Freud como algo que estuviera en el nivel de la  teoría. De esa frase que citás, C., “la esencia de la  teoría….” hay tanta tela para cortar ¿no?: esa “esencia” que es el discurso sin palabras ¿es todavía teoría? ¿La parte que no sería “esencia” en verdad no es ya otro discurso?  Porque en otro pasaje cambia y dice el discurso mismo, “el verdadero discurso, es un discurso sin palabras”. En fin…

Borges alguna vez dijo que el psicoanálisis era la mitología de nuestra época, agregando con su inveterada malicia: “claro que es una mitología un poco triste”.

Bueno, como género literario no es por supuesto el que me resulta más atractivo. Pero viene al caso decir, a propósito de esto, que si algo resulta, sí, atractivo y verdadero en Foucault y no sólo en Foucault, en Deleuze, en Bataille, en Barthes, en Klossowski y siguen las firmas – y no hablemos de Nietzche – es que asumen, cada uno a su modo, la singularidad de su decir, lo cual necesariamente se manifiesta en una poética. Son sus posiciones respecto del saber las que repudian la soberbia y el prosaísmo de la  teoría y resultan por eso mismo poéticas. No están ordenadas, por ejemplo, por la lógica de la  no contradicción, o por cierta estabilidad o permanencia de las argumentaciones (“pero si mis argumentos están hechos para disolverse”, Foucault) ni por el ordenamiento jerárquico de las nociones (Deleuze y el pensamiento rizomático, etc) exigen un lazo a la verdad que es casi la contracara de la posición del Autor en el ensayo (“sólo puedo leer con mi sangre un libro escrito con sangre” de Bataille sobre la Gaya Ciencia”), y ni qué decir del mejor (no digo del “último” para que no se enojen los que practican una lectura “sincrónica y estructural”) Lacan. Todo esto para el saber teórico no puede más que llamar a risa o en todo caso a decir que es pura retórica en el sentido más devaluado del término. Y aunque Freud se haya empeñado en hacer buena letra no engañó a los señores del saber: era un saber que no entraba en el saber.

Hay más cuestiones a considerar: ese par teoría/práctica que siempre se presentifica cuando se habla de teoría, (o peor aún  el de teoría/“clínica”) cuyo efecto no es otro que arruinar inmediatamente lo que la práctica puede tener de auténtica práctica.

Bueno, espero, con estas distinciones, esforzándome en franquear la estrechez de miras, no haberme hecho demasiado el estrecho.

Pero no es esta perorata lo que más me interesa, sino, como decía recién, la función de la  teoría.

La teoría es desde su institución como teoría, al decir de Perogrullo, institución. No puede ser teoría si el o los que están autorizados no lo establecen y no establecen en lo sucesivo qué puede integrarse como teoría y qué no. Qué es verdad y qué no. Qué pertenece a su campo y qué no. No hay un “uso político” de la  teoría. La teoría ilustra un modo de la  política. La aspiración de Winnicott era inviable porque no puede haber una teoría por cada quien que habla. Porque si la teoría no hace uno no es teoría, no sirve como política. Una construcción auxiliar precisamente no es teoría sino una construcción auxiliar.  Es decir, lo opuesto de un “edificio” (hay gente a la que le encanta decir cosas como “edificio teórico” y me parece que está muy bien dicho aunque no puedo dejar de pensar inmediatamente en la dinamita)

Bueno, paro aquí.. Salió hoy en página una entrevista a Foucault. Nada nuevo, pero hay una frase que él repite en distintas ocasiones, se la suelta por ejemplo a Miller en ese encuentro donde están también otros personajes del millerismo: no me gustan las polémicas. Suena extraño en este tipo que fue en realidad un gran polemista.

¿Qué podemos esperar de una polémica? Que nos estimule a hablar, disfrutando y beneficiándonos del hecho que no hay otra cosa en juego que la verdad en la que se articula en cada uno su relación con el saber.

Abrazos,n


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