socialismo
El
bastardeo de las palabras, su adulteración, su desactivación, su desvío,
también el desgaste por el uso como ocurre con cualquier objeto, es algo que
está a la vista y que el paso de los años acentúa. Es cierto que las palabras
hacen su camino, que reflejan y ocultan alternadamente hechos o ideas y, más
misteriosamente, los producen. Pero, más acá de su “vida propia” es manifiesto
que son objeto no ya de uso solamente, también de manipulación.
La
difundida afirmación de Freud, se
comienza por ceder en las palabras y se continúa cediendo en las ideas,
hace contrapunto con una práctica más astuta: la de conservar la palabra para
disimular así que su significación ya se ha perdido.
Es
lo que ha ocurrido con socialismo,
desde su apropiación por el estalinismo hasta la desnaturalización a la que fue
sometida por la socialdemocracia.
El
miedo a ser identificados con el estalinismo y la satanización del socialismo por
la derecha, llevó –y lleva todavía- a muchos a “ceder en las palabras” para no
asustar a la gente ni enojar al enemigo. Ha surgido así la figura de un
capitalismo “serio” o “en serio”. El adjetivo serio goza, hay que decirlo, de un alto rango de imagen positiva.
Así como Cristina lo adjunta al capitalismo, la derecha local clama, junto a
Peter Capuzzoto por un país serio. Ya sabemos de qué seriedad se trata en este
último caso, pero la invocación a un capitalismo serio, si no es un ardid
ingenuo para espantar los fantasmas que podrían inquietar al mercado (antes que
a su mano invisible, a sus cabezas visibles), nos mueve a cruzar los dedos.
Ojalá el capitalismo no fuera más que una broma. Se está enteramente
descaminado y se confunde a la “opinión pública” si se sostiene que no cumplir con las leyes
que pueden ponerle límite, rapiñar y saquear, especular, abusar, explotar,
obtener por todos los medios a su alcance, legales y de los otros, todos los
beneficios del estado y atacarlo a éste por los controles que puede imponerle,
se confunde sí, si se sostiene que esto no es capitalismo en serio. ¡El
capitalismo en serio es precisamente esto! El otro, el de “rostro humano”, ése
no es serio. Lo dicen ellos, los capitalistas, sus teóricos y voceros. Es un
capitalismo deformado, distorsionado por las luchas que le pone límites a su
libre desenvolvimiento. Si el capitalismo serio que se invoca es el europeo, es
la misma presidenta la que no pierde ocasión de denunciar con todas las letras
a dónde ha ido a parar, si lo que se menta son sus glorias pasadas –el estado
de bienestar- eso, insisto, no fue fruto de las bondades o la seriedad del
capitalismo sino de las luchas sociales del siglo 20 y de la presencia siempre amenazante de la Unión
Soviética de entonces y su potencial expansión.
Apelar
entonces al capitalismo serio no parece ser un derroche de seriedad y es
posible –¡y deseable!- que esté en camino de ser un anacronismo. Quizás sea la
reminiscencia de aquél peronismo que se proponía crear la anhelada burguesía
nacional -apenas unas décadas antes, Lenin se planteaba más bien, a un
hemisferio de distancia (geográfica e ideológica) crear un proletariado porque
la revolución socialista se le había “adelantado” al capitalismo. La tarea,
crueldades de la historia, cayó en (un
golpe de) manos del Padrecito de los Pueblos.
Ha
sido, es, valentía política, (en verdad un pleonasmo, pero hay que pronunciarlo
porque es sabido que no abunda) devolver dignidad al maltratado socialismo. Machaquemos con Freud: no
ceder en las palabras, no asumir las culpas de la confiscación de su significado: eso suele
terminar –o comenzar- siendo una astucia para perpetuarla.
Es
el mérito de Chávez, de Evo, de Correa. Es difícil afirmarlo de Lula que pasó
también por la mentada frase: tengo que
construir primero el capitalismo, a la que agregó otra un poco más dudosa
–bueno, es el argumento premium de la
derecha- hay que tener qué
distribuir. ¡Si en Brasil es así qué tendrían que decir los otros!
Hay
que decir socialismo. Aún anticapitalismo, de más fuerza y
radicalidad, porque cierra el camino al socialismo capitalista de las social
democracias que nunca fueron ni socialistas ni democráticas; porque invita a
objetar al capitalismo, a ponerlo en cuestión, a investigarlo en el sentido
judicial del término y porque toda posición anticapitalista lleva implícita la
afirmación de la propiedad social de los medios de producción.
Socialismo
no es una mejor “distribución”, o más “justicia social” por buenas y deseables
que sean, y lo son, una y otra. Es una
toma de posición respecto del dinero, el capital, el valor, la propiedad y el
lazo social en su sentido más radical: de relaciones de producción, de saber y
de poder desde sus manifestaciones más visibles e inmediatas hasta ese campo
que Foucault llama de capilaridad donde las relaciones de poder parecen
invisibilizarse pero toman toda su consistencia y eficacia.
Una
toma de posición no es una promesa. No está sujeta a esa política, la de la
promesa (sus qué, cómo, cuándo, sus arengas, sus silencios tácticos). Una toma
de posición se dice. Es enteramente performativa. Los expertos en astucia
política que incluyen sin dudar la totalidad de la segunda en la primera, han sabido rebajar una
toma de posición a lo “testimonial” y de paso, 2x1, degradan lo testimonial
mismo: una práctica suficientemente sospechada de verdad como para ser de
utilidad en política. Así y todo no se trata exactamente de “dar testimonio”
sino más bien, de democratizar el decir. Corto y claro: de no censurar. No
censurar la puesta en cuestión de lo que está en juego silenciando o
descalificando, degradando, ridiculizando. Modos corrientes de la mentira a veces más o menos elaborados, es decir ladinos, casi siempre desembozados.
“Ya
llegará el momento de decirlo”. Se lo escuché a Alfonsín, a quien voté y por
quien salí a la calle a celebrar (tengo derecho también a mis dos líneas de
confesión). “Ya llegará el momento”. Lo dijo ahí, en una reunión casi de amigos
¡en el Club Socialista precisamente! “Ya llegará el momento de decir
socialismo”.
Como
dice el tango: luego me contaron su
final.nb
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