domingo, 23 de junio de 2013

correos XV
Antonio Marí

Hola, un saludo a todos en el nuevo año.
Les cuento de un libro que leí en estos días que viene particularmente a cuento de la discusión que supimos conseguir en E y C (poesía, arte/ psicoanálisis) y con nuestro tema inicial y permanente tal vez, el del sujeto y la palabra, del cual el del discurso y el autor no sea sino un apartado.

El libro se llama Libro de ausencia. Es de un catalán, Antoni Marí. No sé si recomendarles el libro mismo. El tipo es una suerte de profesor que se ha topado con la falta de un modo más bien brusco – la historia, la breve historia que dio lugar al libro, es el suicidio de un amigo – y descubre o redescubre a Beckett, a Mallarmé, a Cézzane (hay una cita exquisita que enseguida les voy a transcribir) y a nuestros frecuentados Derrida, Deleuze, y el mismísimo M. Foucault. Escribe lindo aunque a veces da la impresión que quiere hacer un tratado de lo intratable.

Pero el tema no es ese sino pasarles un par de pasajes que valen la pena por bien escritos y, como les decía, por lo próximos que están a nuestras inquietudes:

“Me vinieron a la memoria una palabras del pintor Cézzane: ‘El arte es una armonía paralela a la de la naturaleza. El artista también, siempre que no intervenga deliberadamente. No tiene que haber más deliberación que el silencio. El artista tiene que conseguir que por dentro callen las voces de todos los prejuicios, tiene que olvidar, crear silencio, y ser un eco perfecto, Entonces el paisaje se inscribirá en él’  [El subrayado es de Cézanne]

Las palabras del pintor me habían llamado la atención por su secreto hermetismo, y ahora las entendía: Cézanne se situaba ante la forma de las cosas y las contemplaba sin que el entendimiento interviniera y pintaba lo que veía sin la ayuda de lo que sabía de ellas.”

Casi en el otro extremo del libro está la referencia a Mallamé, notablemente próximo a Cézzane aunque sus “artes” no sean las mismas:

“… viene a mi encuentro Stéphane Mallarmé, el poeta más ausente de todos los poetas, el que nunca estaba donde se la suponía, pero sabía muy bien desde donde hablaba: ‘La obra pura implica que el poeta desaparece como locutor, cediendo la iniciativa a las palabras, que, movilizadas por el choque de su desigualdad, encienden recíprocos reflejos como un reguero virtual de fuego en la pedrería, sustituyendo la respiración perceptible del antiguo aliento lírico, o la entusiasta dirección personal de la  frase’. Dar la iniciativa a las palabras es dejar, pues, que se junten, se ordenen y se dispongan como ellas quieran sin la intervención del escritor. Mallarmé se refiere al poeta como alguien que cede la iniciativa a las palabras y permite que el poema se estructure por sus propia fuerzas, inherentes o interactivas, y se componga y se construya a expensas del poeta, rechazando la centralidad del sujeto y conduciendo el lenguaje más allá del discurso. El poesía prescinde de referencias … al autor, que muestra en él su propia desaparición en favor de la  palabra y la desaparición está inscrita de manera viva en el poema.”


En la misma línea Marí evoca a R. Llull, considerado algo así como el fundador del catalán literario, a nuestro próximo Barthes, a Baudelaire, a M. Tsvietáieva, una mártir del estalinismo, a De Lillo, a Elliot:

“‘La palabra habla’ dice Llull en el Libro de la  contemplación. En el ensimismamiento uno no tiene poder sobre la palabra y la palabra se libera del sujeto. ¿La palabra habla sin que nadie la sostenga, independiente de la  identidad de quien la pronuncia? Presencia de la  palabra y ausencia del poeta.
Cuando se relata un acontecimiento sin ninguna otra voluntad que el ejercicio de la  escritura, cuando el poema se escribe por el sencillo gozo de hacerlo, ‘la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte’ dice Roland Barthes, y pierde el poder sobre el lenguaje, el poder sobre aquel lenguaje que le ha permitido construir su identidad consuetudinaria y social. El prestigio del texto no es del autor, entonces, sino de la lengua, del lenguaje que utiliza; del estilo, que no es el hombre [no está nada mal esta vuelta ¿no?]. A pesar de todo, parece que el prestigio lo da ‘la persona humana’  que firma el texto de la  escritura: su historia, sus gustos, sus pasiones. Pero el autor está ausente del texto que ha escrito, y quien habla – la persona histórica –, lo  que escribe, quizás da autoridad al escrito, pero es un error confundirlos. Tras el texto no está aquel que creemos su propietario; el propietario del texto es el lenguaje, y también es el que lo lee y se apropia de él y puede cambiarle la vida. Por todo ello, si escribir consiste en llegar a la impersonalidad, quizás leer supondría alcanzarla.”

Bueno, corto momentáneamente aquí para que no os atosiguéis, como dijera nuestra venerable ex mandataria. Enseguida continuaré. Un cordial abrazo a todos. n


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