martes, 30 de agosto de 2011

políticas de la transferencia

políticas de la transferencia
(bolomo - tchira)
28 de octubre de 2009

(en el marco del ciclo de conferencias sobre la transferencia realizado en el centro de salud mental nro. 1 - ciudad autónoma de buenos aires)

Damos comienzo al segundo encuentro del ciclo de conferencias sobre la transferencia. Los invitados son Alberto Tchira y Néstor Bolomo. El título de la mesa es Políticas de la transferencia. Lo puse yo el título así que, cualquier cosa… Gracias por venir.

Néstor: Gracias a Bárbara por la invitación. Fue ella como bien dijo quien propuso el título. Nosotros, ustedes sabrán, compartimos un espacio de trabajo que se llama La política de Lacan hallada en el psicoanálisis, que se puede leer como cada uno quiera. Y es ahí donde trabajamos, precisamente, cuestiones que hacen, no diría  “al psicoanálisis y la política”, sino al psicoanálisis como política. Las dos cuestiones están absolutamente entrelazadas. Quiero decir, el  título de nuestra conversación de hoy y esta preocupación que nos anima y que nos ocupa desde hace un buen tiempo a un grupo de psicoanalistas y amigos: qué particularmente, qué de la política y qué política se juega en lo que se dio en llamar psicoanálisis en la extensión. Y para definirlo rápidamente, diría: es, simplemente, ese campo que se distingue de la situación transferencial entre un analizante y un analista pero que es, que continúa siendo, un campo de existencia del  psicoanálisis, el psicoanálisis en extensión.
Pensar el psicoanálisis como una política tiene que ver con el hecho de que implica un deseo. No diría que implica el deseo porque todo implica el deseo. Digo: el psicoanálisis pensado como política implica un deseo específico, que es el deseo de que el psicoanálisis se sostenga. Que el psicoanálisis se sostenga, no como teoría, porque aunque el psicoanálisis puede sedimentar como teoría, no creo que sea un rasgo que especifique al psicoanálisis. Prefiero decir que se sostenga como discurso o como práctica de discurso, aunque eso pueda ser un pleonasmo, en el sentido de que un discurso no es una perorata sino que es algo que efectivamente se practica. Y no hay práctica que no sea de discurso. Subrayo práctica: es algo que necesariamente afecta y efectúa al que la sostiene. Una práctica excluye el hacer que carece de efectos sobre quien lo sostiene. Excluyo también la cuestión del psicoanálisis como teoría ya que eso suele  derivar rápidamente, desafortunadamente en una filosofía. No tengo nada contra los filósofos - hay filósofos de los cuales hay mucho por aprender, en particular filósofos que abominan de la filosofía – pero hay que decir que el psicoanálisis no es una filosofía. Tampoco es una ciencia, no voy a abundar en esto, que es un tema que se puede discutir pero que está bastante transitado, por Lacan mismo.
Situaría entonces el psicoanálisis como una práctica y, agregaría, como una práctica del decir, que se efectúa en el decir. Una práctica próxima al decir. Plantearlo así al psicoanálisis permite tomar la intensión y la extensión no diría de un modo articulado, diría, como dos modos de existencia del psicoanálisis. Si el  psicoanálisis es una práctica del decir, el analista es alguien que puede decir algo. O si ustedes prefieren, que habrá dicho algo. Torciendo un poco esa fórmula de Lacan: “el psicoanalista es alguien de quien se espera un psicoanálisis”, uno podría decir: un psicoanalista es alguien del que se espera que haya dicho algo. Eso no excluye que se escriba, pero a condición de precisar la escritura más bien en el plano de sedimento de lo que se dice. Distinguir la escritura, quiero decir, del mero hecho de publicar libros o trabajos o conferencias, la escritura como un precipitado del decir. Y a la vez también como una inscripción, como un cifrado a partir del cual se puede relanzar el decir.
Si uno ubica el psicoanálisis en relación al decir aparece enseguida toda la dimensión política del psicoanálisis. El decir como distinguiéndose del dicho, el decir como acto, del decir como algo que reclama sostener algo en tanto no todo entra en el dicho. Contrapondría acá el caso del profesor: el profesor no es alguien que dice, sino más bien que menta o que cuenta lo que alguien dijo, que cuenta lo que alguien arriesgó como enunciación. Habrá profesores mejores o peores y no niego, incluso, que pueda haber algo del orden de la enunciación en el profesor pero la práctica del profesor es otra. Y esto viene a cuento porque el fenómeno, el hecho de que las instituciones psicoanalíticas se hayan convertido o, para decirlo de un modo que no parezca agresivo, que la práctica que se llama de enseñanza  haya ocupado casi todo el espacio de las instituciones psicoanalíticas, con cursos, con Lacan 1, Lacan 2, Lacan 3, Freud, títulos reconocidos por no sé quién , “se otorgan certificados”, salida laboral, bueno, esta derivación a la práctica universitaria es lo que  intento deslindar del psicoanálisis como una práctica de discurso y como un decir.
Un decir, decía nunca termina de entrar en lo dicho y por lo tanto exige una posición del que dice. Y nos podríamos valer de la tautología para afirmar: decir es decir lo que hay que decir.  Propongo esta definición tautológica. Que sirve, porque ustedes habrán notado que no siempre se dice lo que hay que decir.
Entonces, me parece que por acá podemos entrar a… que eso también marca, decir lo que hay que decir marca la dimensión política, la dimensión de intervención del psicoanálisis, las coordenadas temporales en las que se dice. No es lo mismo decir en un momento que irse mascullando y bueno, “¿por qué no dije?”, “tendría que haberlo dicho” y aparecer a los cuatro días diciendo algo que… “¿con qué se vino este?” O sea, que el decir tiene que ver con a quién se lo dice, “le tengo que decir a alguien alguien, algo a alguien y no se lo digo entonces voy y lo digo allá…” El decir tiene que ver con esto, es una intervención y me parece que por ahí podemos entrar y ya ir saliendo a la vez con la cuestión de la Políticas de la transferencia.
Y aquí bueno, anoté algunas cosas porque bueno, el agradecimiento a la invitación es el agradecimiento además por lo que siempre produce una invitación a hablar de algo, que es, bueno, uno se pone a pensar en eso, escribe, a ver… Bueno, y quería referirles algunas líneas sobre esto de las políticas de la transferencia. En primer lugar me pareció que se podía pensar a la transferencia como un rasgo o un índice de la política del inconsciente. En tanto el inconsciente es un hecho de transferencia, se realiza ahí en la transferencia o en transferencias. Es decir que, ustedes se acuerdan de eso: no es óntico, no es algo, una pieza, un ordenamiento, sino que es algo que toma existencia en transferencias. Una transferencia que yo diría específica, hay muchas transferencias, el amor de transferencia, etcétera, hablo de la transferencia analítica, el inconsciente toma existencia en esa transferencia. Y el analista, ustedes conocen esa frase de Lacan: el analista forma parte del concepto de inconsciente. Y yo diría, tomaría eso, lo torcería un poco y diría: el analista forma parte del inconsciente en la transferencia, forma parte del inconsciente. El inconsciente realizado en transferencia no es sin el analista allí, lo cual plantea la cuestión de la política frente a la transferencia, que creo que está muy en línea con el título de nuestra conversación. Entonces, la transferencia podría ser la política del inconsciente en el sentido más amplio y más radical, casi la estrategia del inconsciente. Y ubicar allí, en ese campo que la transferencia crea y en esto se ve también lo político de la cosa porque toda política crea un campo, digamos, un campo en donde se desarrollan los hechos como se dice, toda política crea un horizonte. La transferencia crea eso y uno podría decir bueno, están ahí, en ese campo de la transferencia, lo que llamamos formaciones del inconsciente. El chiste, diría, si algo tiene una dimensión paradigmáticamente política es el chiste; también el síntoma, como términos decisivos de la política del inconsciente.
Entonces, decíamos hace un rato: decir lo que hay que decir. Me parece que eso es lo que se espera de un analista a condición de que ese “decir lo que hay que decir” sea una referencia a lo que efectivamente fue dicho, a lo que estuvo a punto de decirse, a lo que sin decirse fue dicho. Y a condición de que este “decir lo que hay que decir” por supuesto lo despeguemos de cualquier mandato superyóico; que sea más bien un prestarse a que eso se diga, un prestarse, si ustedes quieren, a que eso haya sido dicho. A que eso que se tiene que decir haya sido dicho.
Bueno, como ustedes ven, esto es absolutamente exiguo y yo precisaría la política del analista, o si ustedes quieren el hacer del analista en la exigüidad para distinguirlo de lo profuso de la intervención psicoterapéutica. Esto no tiene nada que ver con hablar mucho, hablar poco, hacer un ruido, no tiene que ver… No es una cuestión cuantitativa sino casi diría conceptual o categorial. Creo en la exigüidad de la política del analista.
Y bueno, finalmente tocaría la cuestión de la extensión diciendo que no hay diferencias en este sentido entre la intensión y la extensión. Cualquiera, hasta los que gustan levantar una frontera entre intensión y extensión… ustedes saben que las fronteras son muros que se levantan justamente para que ahí se contrabandee, digamos, se trafique en las fronteras. Aún los que levantan las fronteras más inaccesibles entre un campo y el otro, yo creo que cualquiera admitiría que la extensión es un campo de transferencias. Se dice, muy a gusto diría yo, que los practicantes… bueno, se dice así, se dice: “los analistas están ahí como analizantes”. Nosotros preferimos poner “analista” ahí muy entre paréntesis, digamos. “Quienes practican el psicoanálisis están en la extensión a título de analizantes”, se dice.  Entonces, si están a título de analizantes en algún lugar tiene que haber analista ahí, analista como función. Y tiene que haber experiencia analítica, si es que están efectivamente como analizantes. Otra cosa es eso que se dice, bueno, “están ahí como neuróticos”, esto se dice mucho en las instituciones, “están como neuróticos”. Ahora, si decir “están ahí como neuróticos” es abrir la posibilidad, digamos, o la aquiescencia a todos los fenómenos obscenos que proliferan en los grupos de neuróticos, bueno, creo que ante eso habría que detenerse un momento y decir que efectivamente en ese campo de transferencias hay distintas políticas. Distintas, quiero decir, a la que planteábamos recién. Si la política de la transferencia, si la política frente a la transferencia es abstenerse del poder que la transferencia otorga para que la transferencia se despliegue podríamos decir que la política que en la extensión plantea que no hay más remedio que el ejercicio del poder, digamos, es una política anti psicoanalítica. Y yo creo que los efectos de esa política están a la vista.
Bueno, por ahora…

Alberto: Bueno, buen día. En principio quisiera que retengamos esto último que dijo Néstor porque me parece que ahí estamos en el punto que me parece que tiene que ver con esta convocatoria a esta mesa. Qué pasa con la política, qué pasa con el psicoanálisis, qué tipo de política puede devenir del psicoanálisis y si es pertinente decirlo así. Digo esto en función de lo que dijo Néstor, me quedé… anoté algunas cosas que planteó Néstor y que seguramente van a participar de lo que me va sacudiendo para que hable. Ya que estábamos hablando de lo que hay que decir, bueno, yo tengo que estar un poquito sacudido para hablar. Me pueden pegar para que me calle después. Y hablando del sacudido… pasaron varias cosas que podríamos decir que están en el marco, en el punto donde en este momento estoy hablando, donde yo llego acá y hablo. Varias cosas. Menciono algunas porque la mayor parte de esas cosas son desconocidas.
Una de ellas es que había decidido venir a hablar y no había tomado nota de nada, yo diría a esta altura, casi como es mi costumbre. Después me agarran otros apuros. Y luego, de manera, podríamos decir epiléptica, me puse a escribir una cantidad de cosas, que son notas que son interesantes, después tal vez las pueda leer. Una vez que hice esto… cuento este circuito porque me parece que tiene que ver con esto que nos compete, que nos concierne en relación a “lo inconsciente”, “analista”, “psicoanálisis”, varias cosas que mencionó Néstor. Luego de todo esto, ya se me hacía tarde, salí corriendo para acá y por supuesto me olvidé los anteojos. No es… digamos, además de que no sea raro, ¿no es raro qué? No es raro el lapsus, el acto fallido, eso es lo que no es raro por más que cada vez que ocurre es algo inesperado, contingente, donde hay un no saber de lo que ocurre, cosa que quiero seguir preservando, ese no saber. Podríamos decir: lo que hice fue no responderme rápidamente a por qué me olvidé los anteojos. Es una medida en reserva que me parece que debe tener que ver con la experiencia en relación a lo inconsciente, de la cual vengo formando parte hace un tiempo. Entonces por eso no me respondí. No es que tenga mucha importancia mi respuesta sino que me parece que tiene importancia el circuito que me hizo no responder rápidamente y darle un sentido inmediato que hizo que ustedes se rieran cuando dije: “me olvidé los anteojos”. Que yo también, vine en el taxi y dije: “qué boludo, otra vez,  me olvidé los anteojos”. Y el tachero me dijo: “¿Quiere que volvamos?” Y yo le dije: “¡De ninguna manera!” ¿Cómo de ninguna manera? ¿Por qué esa respuesta? Y, porque se trata de lo que me indica el lapsus. Simplemente pensé, ahora que lo estoy diciendo, estar dirigido por el lapsus, o sea, estar conducido, más que por el tachero, por el lapsus. O sea, decidí dejarme direccionar por esto. Por lo tanto, en buena hora, digo ahora, en buena hora. ¿Por que? Y porque me parece que tiene que ver con lo que, insisto, nos concierne en esta práctica rara que hacemos que se llama psicoanálisis.
Y digo rara porque me parece que para mí sigue siendo rara, me parece siempre rara. ¿Por qué? Porque hay algo del artificio que se pone en juego, en esta práctica, que hace que en algún momento me haya encontrado diciendo “el analista es un malentendido”. O sea, no solamente que está en el lugar del malentendido, el une-bévue y todas las cosas que tenemos… que recorremos textos. Sino que es un malentendido porque, cuando Néstor decía “alguien”, entonces anoté por acá: ¿alguien?, ¿qué alguien? Y acá estoy discutiendo un poquito con Néstor, que ya… él… él lo va a saber recepcionar. ¿El analista es alguien? Y yo diría no, en principio no, respondo no, inmediatamente, no es alguien. Digo que el analista es un producto, un efecto del discurso. O sea, no es alguien, es algo en todo caso, que tiene que ver más con una función que con un “alguien”. Digo esto así, desordenadamente, no para que tomemos nota sino para, precisamente, que esto luego sea un intento de conversación, de charla, de discusión sobre estas cosas que estoy pensando ahora. Entonces, ese “alguien”, diría no, no es un alguien, es un efecto del discurso, es una fabricación del discurso en una situación particular, singular que se llama la experiencia del análisis, se llama el psicoanálisis en intensión, se llama… tenemos distintos nombres para darle a esta experiencia que ocurre en el ámbito de cierta privacidad aunque estemos en el Centro de Salud Mental número 1.
Y que, de paso, digo esto porque tiene que ver con preocupaciones que acudían a venir a hablar hoy acá, que es una ocasión para hablar de psicoanálisis, como dijo Néstor. Es una ocasión para que pongamos en jaque nuevamente, una y otra vez, qué es el psicoanálisis, qué es la práctica analítica, o sea, esto no es que… Como una vieja amiga que le decía el hijo, cuando estaba con el tomo de Freud: “¿pero todavía no lo terminaste ese libro?” Porque iba siempre con el tomo de Freud. Evidentemente no se termina eso, hay una puesta en jaque permanente de la doctrina, de la teoría, de lo que estamos pensando con respecto a nuestra práctica. Así me ubico, así me vengo inclinando en esta práctica, poniendo en cuestión estos conceptos.
Y me parece que esto va de la mano de lo que entiendo como el punto, en este momento histórico por llamarlo así, en esta ciudad, en este lugar, en este tiempo, como un punto crucial en relación a la divisoria entre el psicoanálisis y los otros discursos. Y que me parece que tiene que ver con que si hay una distinción que no hay que dejar de seguir haciendo, y me parece que esto tiene que ver con la posición de este nuevo discurso llamado discurso del psicoanálisis, que es un nuevo discurso, y ahora voy a decir por qué es un nuevo discurso. Ya digo: porque intenta no… digamos, intenta la tachadura, intenta el vacío, intenta no parchear permanentemente al Otro sino que intenta dejar el vacío como preservándolo para  que allí se produzca algo que tiene que ver con la transmisión, una y otra vez, de eso mismo que produce el discurso psicoanalítico y que el  analista va a parar ahí. Por eso, cuando digo que no es alguien digo que es el analista, esa función, la que va a parar en ese vacío, que va a ser (va a hacer) restarle sentido. Y digo, termino de decir la frase que quería decir, que tiene que ver con la psicoterapia, que va de la mano de la religión. Y me parece que estamos siempre en esta distinción que hay que hacer y en esta, podríamos decir, más que oposición, es un flagrante combate en el terreno de los discursos. La psicoterapia, la religión… porque no es lo mismo, digo, porque ahí estamos en el ámbito de la hipnosis, estamos en el ámbito de lo que Freud llamaba las neurosis colectivas, que Marx llamaba el opio de los pueblos. Que fíjense que en Psicología de las masas Freud menciona, define, de la misma manera que va a definir luego en Más allá del principio del placer a la pulsión de muerte como algo asimilable a la masa, la hipnosis y la religión.
Entonces esto, con la pulsión de muerte, con la reactivación de la pulsión de muerte, es similar a lo que va a decir Marx en la primera página de El capital. Les voy a comentar algo en relación a lo de El capital porque también acudió a la cita, El capital acudió a la cita. Pensé que no era por la política sino que tenía que ver con algo, evidentemente, que tiene que ver con Freud. Marx dice en El capital que los súbditos, más o menos así, los súbditos son… que hay rey porque hay súbditos. O sea que la sumisión, la opresión, tiene que ver con el poder que se le otorga al rey; el rey es rey porque hay súbditos. Freud va a decir algo similar en Psicología de las masas en relación a la hipnosis y en relación a las masas que efectivamente tienen que ver con una proposición de creencia en el Otro, lo diríamos en términos actuales. La existencia del Otro es lo que Lacan va a tachar, en su algoritmo, lo tacha. O sea, que no es lo mismo decir “Dios es inconsciente”, creer en el inconsciente, que creer en Dios.
Digo, que me parece que estamos en el punto crucial, y diría político, en lo psi, en lo llamado psi. Y digamos, todos estamos afectados por este virus. Porque cuando digo “psicoterapia”, y pienso en psicoterapia, es una pregunta que me formulo en mi propia práctica. ¿Y en qué punto podemos estar…? Primer punto: ¿por qué no la psicoterapia? ¿No? Porque psicoterapia, bueno, así la llama Freud inclusive, El provenir de la psicoterapia psicoanalítica, “psicoterapia”. Y, porque precisamente la misma enseñanza que nos da Freud y el psicoanálisis, la experiencia del psicoanálisis, es que la psicoterapia tiende a restituir el pasado, lo restituye, el estado anterior. Por eso esa definición de la pulsión de muerte con la hipnosis, las masas y la religión. Es porque tienden a restituir el estado anterior. O sea, el estado anterior ¿cuál es? El estado anterior de aquél que viene a solicitar, a hacer una demanda, una consulta que dice: “yo estaba bien, hasta ahora estaba bien y ahora no lo estoy, me pasó determinada cosa, quiero volver a estar bien”. La búsqueda de esa restitución está, precisamente, a mi entender, en el núcleo de la demanda de análisis. Está. Digamos, que lo que hay que distinguir, lo que se distingue es la posición de quien la escucha. Porque en esa demanda, la demanda de restitución del estado anterior, podríamos decir, es una demanda de psicoterapia, yo lo llamaría así. Está de la mano de la religión porque tiene que ver con la creencia, porque tiene que ver… Y la creencia, digámoslo una vez más, no tiene que ver con la creencia en Dios, no es la única creencia. Las creencias están siempre a la orden del día, en todos lados, no solamente en las instituciones psicoanalíticas. También en las instituciones psicoanalíticas, pero ¿por qué? Porque formamos parte del discurso corriente, somos todos… Digamos: cuando Freud plantea de la imposibilidad, de lo imposible del lugar del psicoanálisis, del analista, en El malestar en la cultura plantea que allí hay una paradoja, hay algo que tiene que ver con lo imposible que es a lo que nos acercamos con este discurso del vacío, del no sentido, del restar sentido, del paso de sentido. Todo esto que es lo difícil, yo diría, lo imposible de soportar da lugar a la religión, la psicoterapia… que bueno, que me parece que siempre estamos en el punto de distinción. Y me parece que no debemos abandonar esta pregunta, este interrogante, esta interrogación, interrogar algo de esto. Porque la restitución al estado anterior que va de la mano de la pulsión de muerte, es mortífero y que, podríamos decir, es exactamente la contrapartida de la ley del deseo, es decir, de la ley que instaura el deseo a pura pérdida. Que sería el devenir del sujeto, a pura pérdida más que a restitución.
Por lo tanto, digo, lo de Marx acudió  a la cita porque acabo de ver una película que, a partir de… Hay un director alemán que se llama Alexander Kluge que estuvo en este momento en vigencia en todos los diarios y revistas de Capital Federal que tiene que ver con hacerle un homenaje a Eisenstein con respecto a filmar El capital. Alexander Kluge decide tomar la posta, y esto tiene que ver con la transmisión más que mi interés particular por este tema, tiene que ver con cómo Eisenstein, que se junta con Joyce en París en 1927 y le plantea a Joyce, precisamente, filmar El capital y el Ulysses. Dice que la estructura narrativa del Ulysses y la estructura narrativa que Joyce porta es poemaria, es circular y que tiene que ver con una modalidad de transmisión que es proclive a lo que él entiende que se podría transmitir filmando El capital, un tratado de economía política que, bueno, sabemos que es el descubrimiento de las leyes del capitalismo y de la plusvalía, es decir, la piedra angular de la explotación del hombre por el hombre. Esto que estamos hablando de la opresión, de la hipnosis, esto que plantea Freud, que va de la mano de la pulsión de muerte, es decir, no de la mano del deseo, no de la mano de la pura pérdida está, podemos decir, en el ojo de la tormenta en relación a la transmisión. Bueno, Kluge lo hace, filma 9 horas y media, que todavía no está para ser vista, todavía no están los subtitulados, acabo de ver 83 minutos de esa película que es muy interesante como propuesta.
Y voy a lo de la propuesta, que también acude a la cita acá, que tiene que ver con Foucault. Foucault dice, para mi asombro, este es el punto que a mí me interesa leer Foucault, que siempre me corre la mira, me tuerce la deducción lógica que estoy por terminar de hacer. Y dice, ante una pregunta en un reportaje dice, con respecto a la política, le preguntan: bueno, pero entonces terminamos con… ¿después de la crítica o de las críticas vienen las propuestas? Esto lo escuchamos siempre, bueno, las críticas, luego vienen las propuestas, “criticá y proponé”, ¿no? Toda esta lógica. Y Foucault dice: no, no, nada de propuestas. ¿Cómo nada de propuestas? La propuesta es una propuesta, no va a poder ser sino una propuesta, por más buena voluntad que haya, una propuesta de reproducción del dominio de lo que se quiere proponer. Hay un, podríamos decir, hay un núcleo de dominio. Y acá estamos con la cuestión del dominio, la hipnosis, el hipnotizado, el hipnotizador, la transferencia… me parece que estoy llegando a alguna… a alguna orillita… Pero digo, el dominio dice Foucault, cosa que me sorprendió, dice: nada de propuestas, lo que tendremos que hacer en todo caso es ver si podemos encontrar instrumentos útiles que nos permitan pensar, poner en cuestión, debatir y ver qué es lo mejor para seguir avanzando. ¡No! ¡Ninguna propuesta! Es como si hubiera dicho: ni aunque yo mismo haga la propuesta, no se trata de una propuesta buena o mala. Se trata de encontrar, hoy diría, dispositivos tal vez para ponernos a pensar en el sentido de la fecundidad que puede dar lo equívoco, o sea, que podamos pensar para poder seguir avanzando en algo.
Y esto lo relaciono con algo que está pasando en la institución de la que formo parte, por eso digo que hablo en un punto hoy que no puedo, digamos, puedo excluir pero me parece que tiene, estoy… eh… no sé cómo decirlo… no sé si atravesado, inmerso, sumergido, en algo que está ocurriendo en este tiempo en una institución psicoanalítica de la que formo parte. Y estamos, hemos participado de un grupo de 34 personas; 15 personas o yo diría así: 3 personas y 12 personas más… Sí, porque cero que ahí hubo un efecto de masa y me parece que esto no lo puedo dejar de decir, hubo 15 renuncias o que se transformaron en 15 renuncias, digamos. Digo que hubo un efecto de masa y puedo, mi lectura puede estar… puede ser errónea porque formo parte de esta situación, de la cual soy una de las personas que no renunciaron. Eso a mí no me… no es que me tranquiliza, no me garantiza nada, digamos, no sé si eso es bueno o es malo para el pueblo judío pero de todos modos soy uno de los que se quedó. De los que se quedó discutiendo y planteando cuestiones, digamos, no es que estábamos en asambleas y demás. Bueno, esto ocurre donde luego hay una división de la Institución Psicoanalítica de Buenos Aires, que es a la Institución a la que me estoy refiriendo, y que bueno, produjo efectos. Efectos, impactos, distintas cosas; que están incluidas la del amor, están incluidas la de la transferencia, y están incluidas la de la terminación del amor, está incluida la disolución de la transferencia.
Y acá voy ya un poco terminando me parece… ¿no? Voy a ver si puedo encontrar algunas citas que hice… algunas citas no, algunos escritos que hice que tienen que ver con por dónde comencé. Y voy a decirlas como me las acuerdo. Uno de los puntos es que el analista en la transferencia, dice Lacan, está… no sé cuál es el término que dice, tiene un poder, detenta un poder, la transferencia le otorga un poder. El poder ese que estábamos refiriendo en relación a Freud, a lo que dice de la hipnosis y a Marx en el caso del psicoanálisis, o de la relación analítica, tiene que ver con la transferencia, esto se llama transferencia, entre otras cosas. Digo, porque la transferencia tiene más vertientes. Pero digo, tomando esta vertiente, hay un poder en la transferencia. Pero sigue tomando la brecha de Freud diciendo: efectivamente es un poder que el analista va a tener que restringir, va a tener que no usar, es un poder para no ser usado. Este es el punto, por eso digo, este es el punto de lo imposible del lugar del analista: es un poder, podríamos decir, que detenta… Freud le hace decir a Anatol France, se toma de… cita a Anatol France para decir algo de esto, ahora les voy a leer, ahí sí hay una cita. Dice: “Aquel que esté revestido de un poder es muy difícil que no lo utilice”, dice Anatol France. Digamos, está viendo acerca de lo imposible del no uso de este poder, o sea, de no… no usufructuarlo, (sino) de no usarlo a este poder. Entonces en ese punto es una tarea imposible, cuando decimos el psicoanálisis o el analista, el gobernador, ¿no? Es imposible. ¿Por qué? Porque tiene que ver con lo mismo, está relacionado con lo imposible. Y sabemos que en Lacan lo imposible tiene dimensiones, que tiene que ver con lo Real, lo que no cesa de no escribirse, etcétera. Pero me parece importante que este poder que no puede ser usado, digamos, entonces ¿qué es lo que va a implicar? Va a implicar que en el ojo de esa tormenta el analista va a, digamos, cuando comienza esa relación analítica se dirige hacia la disolución de la transferencia. Que es paradojal, comienza para disolver la transferencia. Ya que, recordemos, que Lacan dice que aquél que viene a consultar ya viene con la transferencia puesta, o sea que no es que establece, bueno, tenemos que afianzar la… No, no, no, es exactamente el movimiento contrario, de lo que se trata es de disolver. ¿Y qué…? Podríamos decir: es paradojal, es paradojal. Bueno. Esto yo lo quería decir, lo quería enunciar porque esto paradojal me parece que es, bueno, en principio es interesante y es atractivo pensar que la transferencia en su paradoja otorga un poder para que no se use. Freud decía bueno, el analista no debe hacer esto, y manda la lista de lo que no debe hacer, o sea… Es interesante, nuevamente, es lo que no debe hacer, no dice lo que debe hacer. Y esto está inmerso en una lógica, podríamos decir, que tiene que ver con la paradoja. No sé si él lo entendía así pero de todos modos dice lo que no, o sea, se ausenta cada vez. Por eso vuelvo al punto del analista que no es alguien, podríamos decir: está destinado a no ser alguien, lo diría así. Esto yo lo tendría que anotar para después hacer un trabajo y ponerlo… Claro, está destinado a no ser alguien, este es el punto. Podríamos decir, es alguien que está destinado a no ser alguien, porque uno oficia de analista, uno pone el cuerpo. Pero de todos modos es para vaciarlo, es para disolver ese alguien que hay ahí. Por eso hay un sujeto que es el que habla en una situación analítica. Entonces, por lo tanto, ya concluyo, acá Néstor me dice que ya el tiempo se está acabando… que es mi coordinador personal…

Néstor: No, no, está empezando a…

Alberto: Ya concluyo. Y que no puedo dejar de decir por donde comencé, después vamos a discutir, que la fórmula de la autorización de Lacan es una fórmula que implica el no más que. La fórmula de autorización de Lacan es que “el analista no se autoriza más que por él mismo”. Esta sería, podríamos decir, la traducción que entiendo que tiene que ver con el valor de esta formulación más que la traducción correcta sino que la que tiene que ver con ese… además que es la que entiendo que es literal. Pero de todos modos, más allá de la literalidad, tiene que ver con el no más que él mismo, o sea, que hay una relación de exclusión, de Estado… Centro de Salud Mental… Y lo menciono porque estoy acá, o cualquier ámbito, institución, instancia, etcétera, que implique la no exclusión de esa otra instancia. Por lo tanto es en el marco de esa relación que ocurre o que puede ocurrir contingentemente el acto analítico. Bueno, paro acá. A pedido de…

Néstor: A pedido del público.

Alberto: A pedido del público presente. Bueno, la idea es que podamos conversar.

Héctor Serrano: Sí, sí, preguntas, comentarios, abrir un poquito lo planteado.
Una cosa, digo, para empezar a (hilvanar) un poco, que es la idea de la política, entender una política posible del psicoanálisis, que es una política no restitutiva, en el sentido de la diferencia con la psicoterapia y esa versión un poco… un poco no, bastante ortopédica, en el sentido de volver. Que me parece que tiene alguna relación con lo que contabas al principio en la cosa del taxista ¿no? Que él te dice “¿volvemos?” No, no volvemos nada. No es en esa dirección. Una política respecto del tiempo, de cómo entender la dimensión del tiempo. Esa es una de las cuestiones que quedó por ahí. Ya aparecerán otras.

Alberto: ¿Cómo?

Héctor: Ya aparecerán otras cuestiones.

Alberto: Puedo decir algo en relación a esto, que se me presenta ahora. Que tiene que ver, lo primero que se me presenta es que tiene que ver precisamente con no ir a contramano de la castración. O sea, esta restitución va, efectivamente, a contramano de la castración, de lo que mencionaba como el devenir del deseo en relación a la pura pérdida. O sea, que no se trata de volver a lo inanimado, podríamos decir, si fuéramos extremos. Pero tiene que ver con eso mortífero que plantea Freud, me parece que es muy…

Fermín Rodríguez: Como ad integrum ¿no?

Néstor: ¿Con?

Fermín: Ad integrum, esa es la restitución (de él). Y en este sentido me acordaba que Freud no dice restitución, sino dice intento de restitución.

Alberto: Intento.

Fermín: Lo cual coincide con esto de no ejercer el poder porque sería de alguna manera cristalizarlo, esa fantasía de la restitución. Y en este sentido quería preguntarte por qué hablamos de la posición del analista cuando a mí me parece que (…) habla de algo determinante. Siempre toda posición es relativa a algo, a algo que también debe (tener) algún tipo de fijeza para que una posición sea posible. Y no por ahí hablar de una disposición en el sentido de no algo localizado sino algo que adviene. En última instancia la posición sí, viene de otro, toca al poder, si uno lo asume queda impotente como analista.

Alberto: Exactamente. Coincido con lo que decís. Efectivamente creo que cuando pienso que el analista está ubicado, es una producción discursiva, inesperada, hay una disposición de aquél que se ofrece a oficiar de analista. Y esa disposición, para seguir usando este término, no es azarosa, o sea, no es… Es un devenir que hace que aquél que se ofrece  a ubicarse allí, con esa disposición pueda sostener eso, esa disposición. Estoy de acuerdo con la disposición porque el lugar del analista lo va a indicar el discurso. O sea que efectivamente cuando uno está posicionado como analista, podríamos decir, cuando uno está con la pipa, con la pipa en el sentido del fenotipo histórico del analista, está ubicado precisamente en un lugar de impostura con respecto al lugar que puede llegar a tom… a tener, digamos. Para ser vaciado, por supuesto. Eso.

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autorización del analista: más allá del pase, otros pasajes.

autorización del analista: más allá del pase, otros pasajes.

¿Qué es autorizarse en psicoanálisis? En general, me interesa trabajar los temas de manera llana, incluso haciendo el ejercicio de prescindir de las citas, cuando vienen a cuento de refugio, de lugar común, que “cierre” una idea redonda sobre sí misma, en lugar de tensionarla hasta donde más sea posible. Excepto claro, que logre superar este escollo y tener una “cita a ciegas” con los textos y entonces la textualidad haga de causa, provoque algo.
¿Autorizarse es darse permiso? Pienso que sí lo es, pero sólo en cierto medida. Algo de analista adviene cuando alguien decide sobre su ética en su práctica, por sí mismo y ya no en relación positiva o negativa con lo que sea que encarne su A: su padre o madre, su analista, su amigo, algún Ideal, el vecino o la facultad – quien sea, vieron que el A es como un gran sillón presidencial pret á porter: lo puede ocupar, circunstancialmente, cualquiera al que se le suponga un saber sobre uno.
Viene a colación el recuerdo de una paciente joven, cuyo análisis continúa aún. Psicóloga, en un tiempo se definía como “militante” del psicoanálisis. Finalizada en aquel momento su etapa universitaria, tuvo muchas dificultades para insertarse en algún ámbito laboral. Durante muy poco tiempo había intentado atender pacientes, pero rápidamente los derivaba por aburrimiento o fastidio, o por imposibilidad de sostenerse en cierto lugar sin sentido.
En rigor, la invadía entonces una angustia insoportable, cuando estaba en la posición de escucha en la que bregaba voluntariosamente por sostenerse; angustia que se desplegaba luego sesión a sesión en su propio análisis, una vez que cedían sus enojos furibundos – hacia los otros o hacia ella misma.
Este breve ejemplo sirve para pensar que la autorización del analista se lleva muy mal, por lo menos, con 2 cuestiones: la voluntad y el saber – me refiero al saber en tanto acumulación de conocimiento teórico.
Porque si la autorización es el único certificado de haber que podemos exhibir en este oficio, entonces no puede provenir de otro lugar, en tanto decisión enlazada en el deseo – del que nada puede saber nuestro yo, puesto que nunca viene mal recordar que el deseo freudiano es infantil, sexual, inconsciente y reprimido – que de nuestro propio lugar de analizantes; y no del decreto de cosas.
Frente a los obstáculos en las curas a cuyas direcciones asistimos como analistas ¿hasta dónde es posible llevar un análisis, cuando el analista (él mismo como analizante) no ha atravesado aún ese pasaje que nombramos fin de análisis? ¿Es pertinente poner allí el énfasis de las diferencias entre analistas? ¿Cómo puntuar tal pasaje singular?
El título de este trabajo anticipa, en su afirmación, que creo posible pensar modos de dar cuenta del pasaje más allá del pase, de la instancia del pase, sostenida aún como única nominación válida de analista por gran parte de nuestra comunidad analítica.
La famosa frase de Lacan “El analista se autoriza de sí mismo y con algunos otros” también traducida como “El analista se autoriza de sí mismo y ante algunos otros” deja muy claro que nada está tan claro, de una vez y para siempre. Con y ante no son la misma cosa.
Sobre todo si el alcance que le damos a “ante” se eleva a categorías de jurados, pasadores, nominadores y nominados, a la exposición de la libra de carne.
La coagulación de las gradaciones es muy complicada pero también lo es pensar que desentendernos de las diferencias nos exime de caer en idealizaciones neuróticas que nos ubiquen por debajo, por arriba de algún otro, adelante o atrás. Más o menos autorizados, digamos.
Las tonalidades existen y bienvenidos los diferentes recorridos de aquellos que se reúnen alrededor de algún significante que los convoca. No todos estamos en la misma estación del viaje de nuestra formación, ni en la que estuvimos antes ni en la que está tal o cual.
Quizás, la riqueza consiste en permitirse jugar a no ponerles título, nominación, sino a escuchar las diferencias en las resonancias discursivas y de las ideas, que nos trasmiten nuestros pares e interlocutores y que a ellos trasmitimos, en cernir los efectos que encontramos luego en nuestra práctica cotidiana a partir de un trabajo de trasmisión compartido.
Si estamos de acuerdo en que enseñarlo es imposible – aunque algunos no se hayan anoticiado e insistan proponiendo en sus títulos: Cómo se forma un psicoanalista –, estemos a la altura de las circunstancias del trabajo que implica la transmisión.
Que es en ese constante ir y venir, de escucha, de análisis, de supervisión, de lecturas y escrituras, de transmisión, de banda de moebius entre la intensión y la extensión, que se va produciendo ese pasaje, cada vez.
La autorización opera en la hiancia, en el intersticio que se produce vez a vez en el discurso, una a una vez que contingentemente haya habido analista en su acto. Tomado por el discurso del inconsciente y prestado a la emergencia de lo inesperado, de lo inesperable, la sorpresa, la ocurrencia, el sinsentido oriundo de la estructura del hablante. Prestado a la contingencia, en fin, el analista.
Poder dar cuenta de algo de esto ante otros, también considero que es vez a vez. ¿Por qué la extensión debería responder a una lógica diferente a la de la intensión en este punto? Apostar a testimoniar ante otros de cuándo hubo deseo del analista operando, que leemos justamente por los efectos interpretativos que ha causado en el discurso de un analizante, que el acto analítico ha tocado / trocado su posición como sujeto del inconsciente, es tarea que nos compete a los analistas, así como crear dispositivos que posibiliten y promuevan este pasaje. Sin condicionamientos especulares ni institucionalistas.
Transmisión del acto de autorizarse, que supone en su lógica cierta travesía alrededor de la falta que nos habita, un alojamiento diferente en relación a la castración que pueda inaugurar, quizás sí, quizás no, cada vez, la función del analista.
adriana martínez, diciembre de 2010

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viernes, 26 de agosto de 2011

beckett, lo innombrable

¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora?, sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante... No me haré más preguntas...Parece que hablo, y no soy yo, que hablo de mí, y no es de mí.

Estas pocas generalizaciones para empezar.

¿Cómo proceder en la situación en que me hallo? Por pura aporía o bien por afirmaciones y negaciones invalidadas al mismo tiempo, o antes o después. Esto de un modo general. Deben de haber otros aspectos. Si no, sería para desesperar del todo. El hecho parece ser, si en la situación en que me encuentro se puede hablar de hechos. Voy a tener que hablar de cosas de las que no puedo hablar. Sin embargo, estoy obligado a hablar. No voy a callarme. Nunca.
…. No estoy solo,  no voy a estar solo. Seguro que lo estoy. Solo. Esto se dice pronto. Lo que hay que evitar, no sé por qué, es el espíritu de sistema… estoy muy seguro de poder barrer todo eso en muy poco tiempo. No veo cómo. Lo más sencillo sería no empezar. Pero estoy obligado a empezar. Lo que significa que estoy obligado a continuar . Vamos, estoy tranquilo.
Alguien  pasa frente a  mí a intervalos regulares, a menos que sea yo el que pasa ante él… Pero no voy a hablar de él .. Un día de estos voy a interpelarlo..No hay días aquí, pero me sirvo de esa fórmula… ¿Hay otros fondos, más abajo? ¿Unos fondos a los que se llega por éste? Estúpida obsesión de la profundidad. No voy a hacerme ya más preguntas. ¿No se trata, en realidad, del sitio donde uno acaba por disiparse?

Veamos un poco adonde conducen estas consideraciones. Tengo, desde que estoy aquí, aseguradas en otra parte, por terceros, mis apariciones. Durante este tiempo todo ha ocurrido en la mayor calma, fuera de algunas manifestaciones cuyo sentido se me escapa. No, no es que se me escape su sentido, porque  igualmente se me escapa el mío. Todo aquí… no, no voy decirlo, porque no puedo… Esas luces no son de las que iluminan o arden.
Sin ir a ninguna parte, sin venir de ninguna parte, alguien  pasa. ¿De dónde me llegan estas nociones de antepasados, de casas donde la luz se enciende, y tantas otras?  Busqué por todas partes. Y todas estas preguntas que me dirijo, no es por espíritu de curiosidad. Es que no puedo callarme. No necesito saber nada de mí. Aquí todo está claro. No, todo no está claro. Pero como es necesario que la explicación se realice, se inventan oscuridades. Se trata de retórica. ¿Qué tienen, pues, de tan raro,  estas luces a las que nada les pido que signifiquen?.. ¿Es su inestabilidad, su brillantez intensa unas veces y pálida otras? Quizá son luces permanentes y fijas, percibidas por mí con vacilación y por intermitencias.

Confío en que tendré ocasión de volver sobre este asunto.

Pero diría que  espero mucho de estas luces, como de cualquier elemento análogo, para que me ayuden a continuar y eventualmente a decidir.

Dicho esto, prosigo, voy a  hacerlo.

Sí, qué es lo que decía, ¿puedo deducir, del estado de este lugar, que será siempre así? Puedo, evidentemente. Pero el solo hecho de hacerme esta pregunta me da que pensar. Por mucho que me diga que esta pregunta sólo  tiene por objeto alimentar el discurso en un momento  en el que corre peligro de desvanecerse, esta excelente explicación no me satisface. ¿Acaso soy víctima de una verdadera preocupación, como si se dijera de una necesidad de saber? Lo ignoro. Recuerdo el primer ruido que oí en este lugar. Pues debo suponer un comienzo a mi estadía aquí, aunque sólo fuera para comodidad de este relato. He aquí lo que va a facilitar singularmente mi exposición. La memoria sobre todo, cuyo empleo creí que debía vedarme, tendrá que decir algo, si la ocasión se presenta. Hay, por lo bajo, mil palabras con las cuales no contaba. A lo mejor las necesito. Así pues, tras un período de silencio inmaculado, se oyó un débil grito. ¿No habrá sido un pedo, una simple ventosidad? Las hay desgarradoras. Deplorable manía, cuando ocurre algo, querer saber qué es. ¡Si al menos no tuviera la obligación de manifestarlo! Aquí hay ruidos, que baste eso. Para empezar, este grito, ya que fue el primero. …Eso me ayudaría, pues también yo debo atribuirme un comienzo.

Aquí, mirando siempre en la misma dirección, sólo puedo ver lo que ocurre delante de mí, confusamente, por  el rabillo del ojo. La visibilidad no me deja ver sino lo que tengo muy cerca. En suma: sólo veo lo que se presenta  delante de mí, muy cerca de mí; lo que veo mejor, lo veo mal.

He dicho que aquí todo se repite. Pronto o tarde; no, iba a decirlo y cambié de idea. Pero, ¿los encuentros no son una excepción a esta regla? Se ponen cosas en marcha sin preocuparse de cómo hacer que se detengan. Es para hablar. Nos ponemos a hablar como si pudiéramos dejar de hacerlo con sólo querer. Es así. La búsqueda del medio de hacer parar las cosas, acallar su voz, es lo que al discurso le permite proseguir. No, no debo tratar de pensar. Las cosas con que mi prisa por hablar disfraza cobardemente este sitio, es menester desterrarlos. Preocupación por la verdad en el prurito de decir. De aquí la posibilidad de verse libre por medio de un encuentro. Pero despacio. Primero ensuciar, y después limpiar.

¿Y si, por cambiar, me ocupara un poco de mí?

Pronto o tarde me vería acogotado. ¿Dejarme acarrear en el mismo carretón que mis criaturas? ¿Decir de mí que veo esto, que siento aquello, que temo, espero, ignoro, sé? Sí, lo diré, y de mí solo.

Impasible, inmóvil, mudo, alguien gira ahí. He aquí uno que no es como yo no sabré nunca dejar de ser.

Mis ojos ya no se pueden cerrar como hacían antes, para que descansara de ver y de no poder ver. Están obligados - centrados y desencajados - a quedar fijos en el corto pasillo que tienen delante, donde el 99% de las veces no ocurre nada. Deben de estar rojos como carbones encendidos. A veces me pregunto si las dos retinas no están encaradas entre sí. Por lo demás, este gris que me rodea es ligeramente rosado como el plumaje de algunos pájaros, entre ellos, según creo, la cacatúa.

¿Cómo hago, en tales condiciones, para escribir, no teniendo en cuenta sino el aspecto manual de esta amarga locura? Lo ignoro. Podría saberlo. Pero no lo sabré. No esta vez. Soy yo el que escribo. Soy yo el que pienso, lo justo para escribir. Yo, cuya cabeza está lejos. Yo, llegado antes de la cruz, antes de la falta, llegado al mundo, aquí.

Añado, para mayor seguridad, esto. Estas cosas que digo, que voy a decir, si puedo, no están aquí sino en otro sitio. Pero yo estoy aquí. Yo, que no puedo hablar y que debo hablar .Y lo más sencillo es decir que lo que digo, lo que diré, si puedo, se refiere al lugar donde estoy, a mí que en él estoy, pese a la imposibilidad en que me encuentro de hablar de él, por culpa de la necesidad en que estoy de hablar de él.

Otra cosa: lo que digo, lo que tal vez diré, respecto de  mí, está dicho ya. He aquí, en fin, un razonamiento que me gusta. Digno de mi situación. No tengo que inquietarme entonces. Sin embargo, estoy inquieto. No voy pues a ninguna parte, mis aventuras han concluido, mis dichos están dichos, a esto llamo aventuras. Sin embargo advierto que no. Y temo mucho, pues no puede tratarse más que de mí y de este lugar, que siga estando otra vez a punto de ponerles fin, a mis dichos, hablando de ello. Lo que no llevaría a ninguna consecuencia, antes al contrario, como no sea a la obligación en que me hallaré, una vez libre, de volver a empezar, a partir de ningún sitio, de nadie y de nada, para volver a lo mismo, por nuevos caminos desde luego, o por los de antes, irreconocibles cada vez. Pero no desespero de poder un día callarme. Podré concluir, lo sé. Sí, ahí reside la esperanza de no perderme, de seguir aquí, donde me he dicho que estoy desde siempre, pues corría prisa decir algo. Concluir aquí, sería maravilloso. Pero, ¿es de desear? Sí, es de desear, concluir es de desear, concluir sería maravilloso, quien quiera que yo sea, donde estoy.

Confío en que este preámbulo acabará pronto a beneficio de la exposición que decidirá de mí.

…Desgraciadamente temo, como siempre, ir más lejos. Pues ir más lejos es irme de aquí, encontrarme, perderme, desaparecer y volver a empezar, desconocido al principio, después poco a poco tal como siempre, en otro lugar, donde me diré que estuve siempre, del cual no sabré nada, ni nada podré saber. No hay que tener miedo entonces. Sin embargo, tengo miedo, miedo de lo que mis palabras harán de mí, de mi escondite, una vez más. ¿Y si hablara para no decir nada, pero absolutamente nada? Pero parece imposible hablar para no decir nada, se cree conseguirlo, pero siempre se olvida algo, un pequeño sí o un pequeño no, lo bastante para exterminar a un regimiento de dragones.

Sin embargo, no desespero esta vez de no perderme. Lo que impide el milagro es el espíritu de método, al cual estuve acaso un poco excesivamente sometido.

Hablo y hablo, porque es menester,  busco mi lección, la vida mía que en otro tiempo supe y no quise confesar, de ahí tal vez una ligera falta de limpidez en algunos momentos. A lo mejor también esta vez no haré más que buscar mi lección, sin poder decirla, acompañándome en una lengua que no es la mía. Pero en vez de decir lo que erré al decir, lo que ya no diré, lo que acaso diga, si es que puedo, ¿no sería mejor que dijera otra cosa, incluso si no es aún la que tiene que ser? Voy a intentarlo, voy a intentarlo en otro presente, incluso si no es aún el mío, sin pausas, sin llantos, sin ojos, sin razones. No sé nada, y en cuanto a pensar pienso lo justo para no callarme. Lo que no se puede decir que sea pensar. Por consiguiente, no pongamos nada, ni que me muevo, ni que no me muevo, lo que es más seguro, pues esto no tiene importancia, y pasemos a las cosas que la tienen. ¿Cuáles? Esta voz que habla, sabiéndose mentirosa, indiferente a lo que dice, demasiado vieja quizás para poder decir finalmente, las palabras que la hagan cesar, atenta al silencio roto por ella, esta voz, ¿es, acaso, una voz?

No plantearé más preguntas, no hay más preguntas, no conozco ninguna más. Esa voz sale de mí, me llena, clama contra mis paredes, no es la mía, no puedo detenerla, no puedo evitar que me desgarre, me sacuda, me asedie. No es la mía, no tengo, no tengo voz y debo hablar. Es cuanto sé. A esto es a lo que hay que darle vueltas; a propósito de esto debe hablarse, con esta voz que no es la mía, pero que no puede ser más que la mía. No diré nada más, no seré más claro.

Me miran de lejos, como a un rostro entre la brasa destinado a desmoronarse. Pero esto es demasiado largo, se hace tarde. Soy yo pues quien habla, completamente solo, porque no puedo hacer otra cosa. No, estoy mudo. A propósito, si me callase, ¿qué me pasaría? ¿Peor que lo que me pasa? Pero esto siguen siendo preguntas. He aquí lo característico. Ignoro las preguntas y éstas me salen a cada paso de la boca. Creo saber lo que ocurre. Es para que el discurso no se detenga. Pero estoy prevenido, no responderé más, no volveré a poner cara de andar buscando.

Quizá me veré obligado, para no pararme, a volver a inventar una fantasmagoría como ya me ha ocurrido. Pero tengo fundadas esperanzas de que no. Aunque siempre tengo este recurso. Me pareció oír murmurar otro medio de salir del paso, y hasta pude recoger ciertas fórmulas - sin dejar un solo instante de despachar mis dice, se dice, pregunta y responde . Pero esas fórmulas han desaparecido. Pues es difícil hablar y al mismo tiempo fijar la atención en otra parte, allí donde reside su verdadero interés. Sin embargo, me impresionaron  ciertas expresiones y me  juré que ellas no engendrarían otras que, al hincharse, expulsen de mi boca, cualquier otro discurso que el suyo, el de mi boca, el bueno, el último al fin. Pero todo lo he olvidado y no he hecho nada, a menos que esté abocado a hacer algo en este instante, cosa que deseo sinceramente. Pero,  si tal música pudo llegarme entonces ¿no debería, con mucha más razón, hacerse oír ahora, cuando no estoy embarazado más que de mí mismo? Pero esto siguen siendo razonamientos. Y me estoy deslizando ya hacia el recurso de la fábula. ¿Y si prefiriera decir ba-ba-ba-ba, mientras espero conocer el verdadero empleo de este órgano venerable? Basta de preguntas, de razonamientos. Prosigo, después de años. Resulta pues  que puedo callarme. Y he aquí que vuelve aquel ruido. Todo esto no está claro. Digo años, aunque aquí no los hay. Años, eso es una idea de Basilio. Largamente, brevemente, es lo mismo. Guardé silencio, que es lo que cuenta, si es que cuenta. Pero qué silencio, amigos míos, pues también yo tengo amigos en algún lugar, lo noto por momentos, en este momento, qué silencio, mis pobres amigos. Y en verdad no todo consiste en guardar silencio, sino que es menester asimismo ver la clase de silencio que se guarda. Yo escuché.  Puesto a  hacer algo, más vale hablar. Qué libertad. Presté oídos a lo que debía ser mi voz siempre, tan débil, tan lejana, que era como el mar, como la tierra, un lejano mar en calma, moribundo... No, eso no, no la playa, no la orilla, basta el mar, sobran los guijarros y la arena, sobra la tierra, y también el mar. Ahora resulta que Basilio adquiere importancia. Voy pues a preferir llamarle Mahood, prefiero eso, soy raro. Él es quien me contaba historias acerca de mí, vivía para mí, salía de mí, volvía a mí, penetraba en mí abrumándome con historias. No sé cómo ocurría esto. Siempre me gustó no saber, pero Mahood me decía que no estaba bien. Él tampoco sabía nada, pero eso le atormentaba. Es su voz la que siempre se ha mezclado con la mía, hasta el punto de cubrirla a veces por entero, hasta el día en que me abandonó, o en que ya no quiso abandonarme, no sé. Sí, no sé si está aquí en este momento o sí está lejos. Durante sus ausencias, trataba de recuperarme, de olvidar lo que me había dicho, acerca de mí, acerca de mis infortunios, respecto a mi verdadera situación, palabra detestable. Pero su voz seguía dando fe de él, como tejida con la mía, impidiéndome decir lo que yo era, a fin de poder callarme, de no oír más. Y todavía, hoy, para seguir hablando como él, aunque ya no me turba, su voz está aquí, en la mía. Pero menos, menos. Y no habiendo vuelto a renovarse desaparecerá un día, espero, de la mía, por completo. Pero para ello debo hablar, hablar. Al propio tiempo, no me lo oculto, él puede volver o puede marcharse de nuevo y en seguida volver. Entonces habría que volver a empezarlo todo. Entonces mi voz, la voz, diría: «Mira, voy a contar una historia de Mahood, para aliviarme». Así tendría que ocurrir. Ella diría.

Después, ya repuesto, acometería de nuevo la verdad, con fuerzas centuplicadas, para convencerme de que actuaba con libertad. Pero no sería ya mi voz y de mi boca brotarían mentiras, acerca de mí. Pero, ¿se trata, en realidad, de mí en este momento? A veces me parece que sí. Después veo claramente que no. Hago lo que puedo, pero estoy a punto de fracasar, otra vez. No me importa nada fracasar, me gusta, sólo que quisiera callarme. No como acabo de hacerlo, para escuchar mejor. Sino apaciblemente, como vencedor, sin reservas mentales. Eso sería la buena vida, la vida al fin.
Pero, ahora  aprieta, amigo mío, se trata de ti. A veces me llamo tú, si soy yo el que habla… En cuanto a hablarme, no me he hablado bastante, hablé para mi amo, presté oídos a sus palabras: «Está bien  hijo mío, puedes detenerte, puedes irte, estás libre, estás perdonado». Mi amo. He aquí un filón que no hay que perder de vista. Quizá sean varios, todo un consorcio de tiranos.

Son palabras, es lo único que hay, es menester seguir, es cuanto sé, es menester seguir, no puedo seguir,  voy pues a seguir, hay que decir palabras, mientras las haya, hay que decirlas, hasta que me encuentren, hasta que me digan, extraño castigo, extraña falta, hay que seguir, acaso esto se haya hecho ya, quizá me dijeron ya, quizá me llevaron hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que da a mi historia, esto me sorprendería, si se da, seré yo, será el silencio, allí donde estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir.

Lo que leí es un ensamblado de fragmentos de  El innombrable.

Como verán me tomé lo de “lecturas” al pie de la letra.
Cuestiones que me planteó y me actualizó el texto: la de cómo se escribe y cómo se vive. Vida y obra como suele decirse. Es ciertamente un tema bastante trajinado en el que abundan los malentendidos las idealizaciones, las condenas. Heidegger nos entretuvo hace apenas unas semanas en discusiones no sé si apasionantes. sí en momentos apasionadas.

Pero no por muy frecuentada la cuestión ha perdido interés, al menos para mí. A la pregunta por si se vive como se escribe no podría conformarnos el etiquetarla como una demanda ingenua de coherencia. Aunque sólo fuera porque también cabe la pregunta de si una vida no puede acaso, también, leerse. Y si del escribir no resulta un sujeto. Por supuesto esto depende de qué se entiende por escribir, de lo que se pone en juego, de lo que se apuesta y arriesga.

 …la exposición leiamos recien - decidirá de mí… tengo miedo de lo que mis palabras harán de mí.

La vida de Beckett parece estar tan despojada de lo superfluo como sus escritos. Carente de otro ornamento que no sea un humor tan agudo como discreto rehuyó hasta donde pudo la publicidad, el mundillo literario, las apariciones públicas. Cuando se enteró del Nobel se le oyó decir Dios mío, qué desastre! No hubo modo de localizarlo, envió a su editor a recibirlo, temiendo, seguramente, que rechazarlo significaría aún mayor publicidad. Cuando finalmente lo encontraron luego de un tiempo – se había ocultado en un monasterio - declaró que todo ese despliegue lo avergonzaba.

Jamás le preocuparon ni su fama ni por su gloria, ni su trascendencia. El título original de su biografía Damned to fame, es fiel a ello: condenada o maldita fama y no condenado a la fama o al éxito como lo estaríamos los argentinos según un penoso político de estas tierras. En toda caso, lo que llegó a afligirlo no fue su trascendencia sino su subsistencia, muchas veces, producto de decisiones que tomó frente a la actividad intelectual o literaria, a lo político y al tiempo que le tocó vivir.

Pudiendo permanecer en Irlanda, se había  trasladado en los años 30 a la Francia ya invadida. Prefiero – dijo entonces -  Paris ocupada a esta Dublín adormecida. Participó de la  resistencia; descubierto debió huir a Vichy, donde permaneció oculto y luego de un tiempo integró un grupo armado poco antes de la  liberación. Cuando le preguntaron por eso, tiempo después, respondió restándole toda importancia, con su humor de siempre: fueron cosas de boy scout.

La austeridad, cierto estoicismo, atraviesan toda su vida.

No hay nada en sus textos ni en su vida que pueda entenderse como una concepción del mundo.

Lo que se ha de evitar – leiamos - , no sé por qué, es el espíritu de sistema

No puede no destacarse ese no sé porqué que redobla en la enunciación misma el no al espíritu de sistema.

Y en la misma línea un poco más abajo

Lo que impide el milagro es el espíritu de método, al cual estuve un poco excesivamente sometido.

En verdad si alguien vivió rehuyendo del espíritu de sistema y del sistema mismo ha sido Beckett.

Abominaba de la universidad y su saber.

En 1930 fue nombrado profesor del Trinity College y renunció un año más tarde, hastiado e incapaz, decía del papel de profesor,  iniciando una suerte de errancia por Europa, que alguna historiadora con dotes de psicóloga llamó vagabundeo.

Entrevistado por Charles Juliet, este le dice:

- ¿Qué piensa de esos ensayos y tesis que le dedican? Muchos veces me parecen una vivisección inútil.
- Beckett: es demencia universitaria

Pero vamos a  El innombrable.

 Transcribí íntegramente sus primeras líneas que anticipan lo que será todo el texto:¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante.

El innombrable no es un ensayo, no podría decirse que sea una ficción. No es un relato, no es una historia. Es alguien que habla, casi siempre en el límite de lo decible. Interrogando el tiempo, el espacio, el saber, el yo, el pensamiento, la lógica, la interrogación misma.

Hay un aire de devastación que se sostiene en el humor, en lo paródico, lo que ubica al texto superada una primera impresión, más allá de cualquier pesimismo.

Hay unos breves versos de Beckett  que dicen:

Enfrente lo terrible hasta hacerlo risible

Y estos otros en los que quizás no se trate de  humor exactamente pero nos hacen sonreír.

no me interesa la tragedia porque se ocupa de la  vida y la muerte, cosas en definitiva sin importancia.

Este es el tono de Beckett. No hay melancolía, no hay, hablando con propiedad desencanto pues no ha habido encanto.

En sus Adaptaciones de Champfort dice:

La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar. La felicidad sólo comenzó cuando la perdí. Copiaría gustoso sobre la puerta del paraíso el verso que el Dante colocó sobre la puerta del infierno: dejad toda esperanza los que entráis.


Tampoco hay amor, es cierto, ni nada que pueda llamarse erotismo.

¿Qué hay entonces? Una aventura del que habla, aventura  con la palabra, con su decir, con la voz, y presencia y evocación de  algunos otros, no diría fantasmáticos sino más bien fantasmales que cruzan la escena del que habla, la escena que podría decirse imaginaria sino fuera porque lo más característico de esas escenas es armarlas y desarmarlas, forzarlas, quitarles sustento lógico, verosimilitud. Jugar con ellas para mostrar en su precariedad la precariedad misma del sentido.

Aventura, es un término que tomo del texto mismo:

mis dichos están dichos, a esto llamo aventuras.

Beckett logra en  El innombrable, no sé si por un artificio o un despojamiento de su escritura, darle existencia al sujeto en su relación con la palabra, relación que es siempre fallida y que se afirma en ese mismo fracaso, en ese continuo derrape.

Ese fracaso del sujeto es el de Beckett; porque lo hace suyo. Y es ahí, que una aproximación al psicoanálisis y a Lacan, por insalvable que sea la distancia entre un personaje y otro, se me impuso. Nada más alejado de la  discreción, de la parquedad de Beckett que el despliegue histriónico de Lacan. Pero hay algo en ese “morderse la cola” de Lacan y en esa circularidad que vuelve siempre a las primeras preguntas, a lo que parecía ya profusamente respondido y vuelve sin embargo a interrogarse. Hay esa marcha de cornisa en la que Lacan reconocía el rasgo de  los filosófos que valían la pena. Hay esa enunciación que escrita, parece, en Beckett, saltar del papel, que no se entrega a los géneros, que se revuelve contra una temporalidad que quiere hacer del escrito siempre un ya escrito, que agarra al lector por el cogote.

Hay dos holandeses Dirk Van Hulle y Mark Nixon, se llaman los tipos, que definieron a Beckett como  “Todo tormenta y ningún entusiasmo”, jugando con la fórmula que identificaba al romanticismo “Tormenta y entusiasmo”. Y me gustó esa suerte de oxímoron porque pocas cosas me irritan tanto como esa apología evangelista del entusiasmo. Es un entusiasmo falso.

El innombrable es el reconocimiento en el sentido de exploración, de recorrido, de esa nada por la que Beckett transita en una posición subjetiva que me parece única. No es que ese vacío no lo arrase. Podría decirse que todo su literatura testimonia de ese arrasamiento. Pero es porque se desprende de todo fantasma imaginario, que ese arrasamiento se nos aparece en las coordenadas mismas de la  castración. Beckett va con él, lo hace andar y eso es recíproco. El resultado no es la melancolía sino un humor tremendo. Un humor, me parece a mí, hecho a expensas del fantasma. No voy a decir de su atravesamiento, término envilecido si los hay. Pero hay sí una  elusión del fantasma en Beckett o más bien una erosión cuyo efecto es ese humor terrible y a veces la emergencia de la  voz en toda su crudeza. Pero cuando la voz emerge, la respuesta de Beckett, tras soportar en un primer momento el peso de esa experiencia, es sorprendente, y también ella, humorística: quizás, se dice, he sorprendido una comunicación dirigida a otro. Y es por allí que sale.

Es bajo estas  impresiones, tal vez,  que quise creer, que  El innombrable podía ser una respuesta una, con minúscula, y anticipada como toda respuesta, a esa pregunta que Lacan lanzó una vez  respecto al pasaje desde  la experiencia del fantasma  fundamental a la pulsión y a cómo eso puede ser vivido, y dicho – agregaría – por  un sujeto. nb

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