adiós al capitalismo
Adiós al
capitalismo me produjo sentimientos -sentimientos, sí, en el primer golpe de lectura- encontrados, difíciles.
En primer
lugar, su radicalidad me sobrecogió. No hay contemplaciones. Ataca al
capitalismo con decisión, con fuerza y también con estilo. Sin embargo, sin
altisonancias y tal vez eso sea signo de convicción.
Baschet no es
el tipo de francés al que estamos habituados. Conserva la elegancia pero no la
soberbia intelectual francesa, tan característica. Más bien hay alguna
humildad, no tanto de la persona, que
apenas se deja ver, sino de las ideas. Influencias chapanecas
probablemente. Y combina la sencillez de
sus propuestas con una bibliografía profusa por donde, contrariamente a lo que
suele ocurrir con las bibliografías, uno siempre tiene el deseo de continuar.
En Adios al
capitalismo está presente, explícita o implícitamente el pensamiento
emancipador de los últimos cuarenta o cincuenta años y las encrucijadas, los
impases y las discusiones que se generaron y extendieron en ese pensamiento y
en los movimientos sociales y políticos correspondientes. Negri y Hardt,
Halloway, también Foucault, Deleuze,
Guattari, por supuesto Marcos y el zapatismo, y una retahíla de nombres
que apenas conocemos, abocados a cuestiones sobre las que uno ha rumiado
incontables veces.
Se puede situar
la época de un texto por las palabras a las que recurre y lo sostienen:
subjetividad, producción de subjetividad, capilaridad, organización no
capitalista de la vida colectiva,
principio del buen vivir…y por aquellas a las que no apela sino para
objetarlas: poder, partido, estado, vanguardia. Pero más allá de “localizar” el
texto, lo cual no es seguro que suponga hacerle algún favor – solían quejarse
con razón los escritores del “boom” precisamente que los licuaran bajo esa etiqueta-
me gustaría señalar algunas particularidades –creo que no exagero- luminosas.
Una de ellas es
la precisión y concisión de sus afirmaciones. Ejemplo: La fatalidad
sistémica impera. No se lo podría decir mejor. Y enseguida: La adhesión
a la realidad –construcción preciosa también: la realidad como materia de
adhesión. Pueden y deben ensamblarse ambas afirmaciones: lo sistémico impera y
es fatal en tanto hay adhesión a lo que se presenta como realidad, la única
posible.
Esta adhesión
se sostiene en un menú que entrevera coacción y seducción en proporciones
variables: “necesidad de sobrevivencia, brillo de los modelos de ascenso
social, seducciones adictivas del consumo, privilegios del confort, sentimiento
de inseguridad meticulosamente instalado, miedo de perder lo poco o lo mucho
que se tiene.”
El foco está
puesto, como se ve en las capas medias o medias altas, o por lo menos no en los
sectores más pobres que apenas pueden batallar por la subsistencia. También a
aquéllos les dirige una suerte de crítica en sordina: lo inconducente de un
escepticismo o aún de una crítica que dejan intacta la adhesión al sistema. No
se puede –dice- denunciar los crímenes de este sistema e inclinarse frente a su
aparente invencibilidad. Llama a este anticapitalismo capitulismo.
Apunta además
específicamente a las “patologías psíquicas”, a la destrucción de las
subjetividades, a la “sensación de un inmenso vacío de subjetividad”, al
sentimiento de desposesión.
Y finalmente, a
la destrucción de la naturaleza,
consecuencia lógica de la lógica capitalista.
Hay pues una
articulación muy lograda entre la crítica al capitalismo, de elocuente cuño
marxista, con un foco puesto en las subjetividades antes que en “lo ideológico”
ya que no se trata tanto de ideas como de los resortes subjetivos,
existenciales, porqué no, en que se sostienen.
Hay también una
cantidad de apreciaciones que tienen la concisión de una fórmula y que apuntan,
unas veces a desarticular clichés aceptados que justifican el orden existente,
otras a desnudar las capitulaciones – llama el anticapitalismo de la crítica resignada, el capitulismo que citaba más arriba- de las objeciones escépticas:
“Ya no estamos dispuestos, dice, a aceptar lo inaceptable en nombre de un
realismo vuelto criminal ni en seguir combinando lucidez crítica y resignación
práctica.”
Es muy agudo
cuando apunta a los efectos del capitalismo no quizás en los derrotados, los
perdedores, en los desocupados o los “sin”, los que han pasado definitivamente
a los márgenes del sistema, ni en los que, aún esclavizados, no logran asegurar
su subsistencia, sino en sus supuestos vencedores o en los que están empatados,
o eso creen: egocentrismos agresivos, soledades depresivas, falsos deseos
adictivos ausencia de comunidad, vacuidad en lo más íntimo del ser.
Es interesante,
allí donde el psicólogo y el psiquiatra listan sus psicopatologías Baschet
detalla los efectos del reino de la
mercancía en la subjetividad.
Efectos que, lo
hemos visto, retroalimentan siniestramente las condiciones que los engendraron.
Lo vemos casi cotidianamente en las clases reclaman más “seguridad”, más
exclusión, más discriminación hacia la pobreza criminalizada.
La versión declaradamente
fascista del capitalismo ha mostrado bien cómo todas las frustraciones
encuentran su cause en el odio y la violencia que el capitalismo le ofrece.
Un punto clave
en el texto, aunque esté dicho como al pasar, es el de “afinar la crítica de lo existente”.
Afinar la crítica lleva consigo necesariamente, ser serio en la crítica. No
refugiarse en las consignas que terminan vaciándose a fuerza de la repetición
extenuante. Afinar la crítica de lo existente requiere desconstruir lo
existente. Y tensar los hilos.
Esta idea va de
la mano de la desespecialización de la política. La acción política es siempre
local, y es sostenida por el pueblo mismo. Rechaza el liderazgo y el político
profesional. Se vuelve general como confluencia de las luchas no por la mera
unificación de consignas. Eso no supone, sin embargo que el anticapitalismo es
un objetivo “futuro”, para “cuando las masas se radicalicen”. Hay allí una
inversión de las tácticas clásicas de la
izquierda (profundizar las reivindicaciones hasta cuestionar el sistema).
Es el mismo anticapitalismo el que objeta un estado de cosas y progresa no
tanto por la conquista de reivindicaciones que mejoran el capitalismo como por
la liberación de zonas que no sólo ni siempre son geográficas.
Probablemente
esta posibilidad esté ligada al hecho de que capitalismo y anticapitalismo son
términos que han logrado hoy salir explícitamente a la superficie. Se dicen y resulta por ahora al menos, muy
difícil para el discurso dominante, negarlos y demonizarlos.
Todas estas
cuestiones están a la orden del día en los procesos de América Latina, con
semejanzas y profundas diferencias entre sí. Sólo una posición auténticamente
anticapitalista puede eludir los gestos gorilas y sectarios de la izquierda tradicional y acompañar estos
procesos sosteniendo una crítica y una discusión abierta y sin concesiones con progresismo, al desarrollismo, al reformismo
y con las formas paternalistas de la
acción y de la institucionalidad política del capitalismo.nb
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