martes, 30 de agosto de 2011

autorización del analista: más allá del pase, otros pasajes.

autorización del analista: más allá del pase, otros pasajes.

¿Qué es autorizarse en psicoanálisis? En general, me interesa trabajar los temas de manera llana, incluso haciendo el ejercicio de prescindir de las citas, cuando vienen a cuento de refugio, de lugar común, que “cierre” una idea redonda sobre sí misma, en lugar de tensionarla hasta donde más sea posible. Excepto claro, que logre superar este escollo y tener una “cita a ciegas” con los textos y entonces la textualidad haga de causa, provoque algo.
¿Autorizarse es darse permiso? Pienso que sí lo es, pero sólo en cierto medida. Algo de analista adviene cuando alguien decide sobre su ética en su práctica, por sí mismo y ya no en relación positiva o negativa con lo que sea que encarne su A: su padre o madre, su analista, su amigo, algún Ideal, el vecino o la facultad – quien sea, vieron que el A es como un gran sillón presidencial pret á porter: lo puede ocupar, circunstancialmente, cualquiera al que se le suponga un saber sobre uno.
Viene a colación el recuerdo de una paciente joven, cuyo análisis continúa aún. Psicóloga, en un tiempo se definía como “militante” del psicoanálisis. Finalizada en aquel momento su etapa universitaria, tuvo muchas dificultades para insertarse en algún ámbito laboral. Durante muy poco tiempo había intentado atender pacientes, pero rápidamente los derivaba por aburrimiento o fastidio, o por imposibilidad de sostenerse en cierto lugar sin sentido.
En rigor, la invadía entonces una angustia insoportable, cuando estaba en la posición de escucha en la que bregaba voluntariosamente por sostenerse; angustia que se desplegaba luego sesión a sesión en su propio análisis, una vez que cedían sus enojos furibundos – hacia los otros o hacia ella misma.
Este breve ejemplo sirve para pensar que la autorización del analista se lleva muy mal, por lo menos, con 2 cuestiones: la voluntad y el saber – me refiero al saber en tanto acumulación de conocimiento teórico.
Porque si la autorización es el único certificado de haber que podemos exhibir en este oficio, entonces no puede provenir de otro lugar, en tanto decisión enlazada en el deseo – del que nada puede saber nuestro yo, puesto que nunca viene mal recordar que el deseo freudiano es infantil, sexual, inconsciente y reprimido – que de nuestro propio lugar de analizantes; y no del decreto de cosas.
Frente a los obstáculos en las curas a cuyas direcciones asistimos como analistas ¿hasta dónde es posible llevar un análisis, cuando el analista (él mismo como analizante) no ha atravesado aún ese pasaje que nombramos fin de análisis? ¿Es pertinente poner allí el énfasis de las diferencias entre analistas? ¿Cómo puntuar tal pasaje singular?
El título de este trabajo anticipa, en su afirmación, que creo posible pensar modos de dar cuenta del pasaje más allá del pase, de la instancia del pase, sostenida aún como única nominación válida de analista por gran parte de nuestra comunidad analítica.
La famosa frase de Lacan “El analista se autoriza de sí mismo y con algunos otros” también traducida como “El analista se autoriza de sí mismo y ante algunos otros” deja muy claro que nada está tan claro, de una vez y para siempre. Con y ante no son la misma cosa.
Sobre todo si el alcance que le damos a “ante” se eleva a categorías de jurados, pasadores, nominadores y nominados, a la exposición de la libra de carne.
La coagulación de las gradaciones es muy complicada pero también lo es pensar que desentendernos de las diferencias nos exime de caer en idealizaciones neuróticas que nos ubiquen por debajo, por arriba de algún otro, adelante o atrás. Más o menos autorizados, digamos.
Las tonalidades existen y bienvenidos los diferentes recorridos de aquellos que se reúnen alrededor de algún significante que los convoca. No todos estamos en la misma estación del viaje de nuestra formación, ni en la que estuvimos antes ni en la que está tal o cual.
Quizás, la riqueza consiste en permitirse jugar a no ponerles título, nominación, sino a escuchar las diferencias en las resonancias discursivas y de las ideas, que nos trasmiten nuestros pares e interlocutores y que a ellos trasmitimos, en cernir los efectos que encontramos luego en nuestra práctica cotidiana a partir de un trabajo de trasmisión compartido.
Si estamos de acuerdo en que enseñarlo es imposible – aunque algunos no se hayan anoticiado e insistan proponiendo en sus títulos: Cómo se forma un psicoanalista –, estemos a la altura de las circunstancias del trabajo que implica la transmisión.
Que es en ese constante ir y venir, de escucha, de análisis, de supervisión, de lecturas y escrituras, de transmisión, de banda de moebius entre la intensión y la extensión, que se va produciendo ese pasaje, cada vez.
La autorización opera en la hiancia, en el intersticio que se produce vez a vez en el discurso, una a una vez que contingentemente haya habido analista en su acto. Tomado por el discurso del inconsciente y prestado a la emergencia de lo inesperado, de lo inesperable, la sorpresa, la ocurrencia, el sinsentido oriundo de la estructura del hablante. Prestado a la contingencia, en fin, el analista.
Poder dar cuenta de algo de esto ante otros, también considero que es vez a vez. ¿Por qué la extensión debería responder a una lógica diferente a la de la intensión en este punto? Apostar a testimoniar ante otros de cuándo hubo deseo del analista operando, que leemos justamente por los efectos interpretativos que ha causado en el discurso de un analizante, que el acto analítico ha tocado / trocado su posición como sujeto del inconsciente, es tarea que nos compete a los analistas, así como crear dispositivos que posibiliten y promuevan este pasaje. Sin condicionamientos especulares ni institucionalistas.
Transmisión del acto de autorizarse, que supone en su lógica cierta travesía alrededor de la falta que nos habita, un alojamiento diferente en relación a la castración que pueda inaugurar, quizás sí, quizás no, cada vez, la función del analista.
adriana martínez, diciembre de 2010

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