viernes, 26 de agosto de 2011

beckett, lo innombrable

¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora?, sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante... No me haré más preguntas...Parece que hablo, y no soy yo, que hablo de mí, y no es de mí.

Estas pocas generalizaciones para empezar.

¿Cómo proceder en la situación en que me hallo? Por pura aporía o bien por afirmaciones y negaciones invalidadas al mismo tiempo, o antes o después. Esto de un modo general. Deben de haber otros aspectos. Si no, sería para desesperar del todo. El hecho parece ser, si en la situación en que me encuentro se puede hablar de hechos. Voy a tener que hablar de cosas de las que no puedo hablar. Sin embargo, estoy obligado a hablar. No voy a callarme. Nunca.
…. No estoy solo,  no voy a estar solo. Seguro que lo estoy. Solo. Esto se dice pronto. Lo que hay que evitar, no sé por qué, es el espíritu de sistema… estoy muy seguro de poder barrer todo eso en muy poco tiempo. No veo cómo. Lo más sencillo sería no empezar. Pero estoy obligado a empezar. Lo que significa que estoy obligado a continuar . Vamos, estoy tranquilo.
Alguien  pasa frente a  mí a intervalos regulares, a menos que sea yo el que pasa ante él… Pero no voy a hablar de él .. Un día de estos voy a interpelarlo..No hay días aquí, pero me sirvo de esa fórmula… ¿Hay otros fondos, más abajo? ¿Unos fondos a los que se llega por éste? Estúpida obsesión de la profundidad. No voy a hacerme ya más preguntas. ¿No se trata, en realidad, del sitio donde uno acaba por disiparse?

Veamos un poco adonde conducen estas consideraciones. Tengo, desde que estoy aquí, aseguradas en otra parte, por terceros, mis apariciones. Durante este tiempo todo ha ocurrido en la mayor calma, fuera de algunas manifestaciones cuyo sentido se me escapa. No, no es que se me escape su sentido, porque  igualmente se me escapa el mío. Todo aquí… no, no voy decirlo, porque no puedo… Esas luces no son de las que iluminan o arden.
Sin ir a ninguna parte, sin venir de ninguna parte, alguien  pasa. ¿De dónde me llegan estas nociones de antepasados, de casas donde la luz se enciende, y tantas otras?  Busqué por todas partes. Y todas estas preguntas que me dirijo, no es por espíritu de curiosidad. Es que no puedo callarme. No necesito saber nada de mí. Aquí todo está claro. No, todo no está claro. Pero como es necesario que la explicación se realice, se inventan oscuridades. Se trata de retórica. ¿Qué tienen, pues, de tan raro,  estas luces a las que nada les pido que signifiquen?.. ¿Es su inestabilidad, su brillantez intensa unas veces y pálida otras? Quizá son luces permanentes y fijas, percibidas por mí con vacilación y por intermitencias.

Confío en que tendré ocasión de volver sobre este asunto.

Pero diría que  espero mucho de estas luces, como de cualquier elemento análogo, para que me ayuden a continuar y eventualmente a decidir.

Dicho esto, prosigo, voy a  hacerlo.

Sí, qué es lo que decía, ¿puedo deducir, del estado de este lugar, que será siempre así? Puedo, evidentemente. Pero el solo hecho de hacerme esta pregunta me da que pensar. Por mucho que me diga que esta pregunta sólo  tiene por objeto alimentar el discurso en un momento  en el que corre peligro de desvanecerse, esta excelente explicación no me satisface. ¿Acaso soy víctima de una verdadera preocupación, como si se dijera de una necesidad de saber? Lo ignoro. Recuerdo el primer ruido que oí en este lugar. Pues debo suponer un comienzo a mi estadía aquí, aunque sólo fuera para comodidad de este relato. He aquí lo que va a facilitar singularmente mi exposición. La memoria sobre todo, cuyo empleo creí que debía vedarme, tendrá que decir algo, si la ocasión se presenta. Hay, por lo bajo, mil palabras con las cuales no contaba. A lo mejor las necesito. Así pues, tras un período de silencio inmaculado, se oyó un débil grito. ¿No habrá sido un pedo, una simple ventosidad? Las hay desgarradoras. Deplorable manía, cuando ocurre algo, querer saber qué es. ¡Si al menos no tuviera la obligación de manifestarlo! Aquí hay ruidos, que baste eso. Para empezar, este grito, ya que fue el primero. …Eso me ayudaría, pues también yo debo atribuirme un comienzo.

Aquí, mirando siempre en la misma dirección, sólo puedo ver lo que ocurre delante de mí, confusamente, por  el rabillo del ojo. La visibilidad no me deja ver sino lo que tengo muy cerca. En suma: sólo veo lo que se presenta  delante de mí, muy cerca de mí; lo que veo mejor, lo veo mal.

He dicho que aquí todo se repite. Pronto o tarde; no, iba a decirlo y cambié de idea. Pero, ¿los encuentros no son una excepción a esta regla? Se ponen cosas en marcha sin preocuparse de cómo hacer que se detengan. Es para hablar. Nos ponemos a hablar como si pudiéramos dejar de hacerlo con sólo querer. Es así. La búsqueda del medio de hacer parar las cosas, acallar su voz, es lo que al discurso le permite proseguir. No, no debo tratar de pensar. Las cosas con que mi prisa por hablar disfraza cobardemente este sitio, es menester desterrarlos. Preocupación por la verdad en el prurito de decir. De aquí la posibilidad de verse libre por medio de un encuentro. Pero despacio. Primero ensuciar, y después limpiar.

¿Y si, por cambiar, me ocupara un poco de mí?

Pronto o tarde me vería acogotado. ¿Dejarme acarrear en el mismo carretón que mis criaturas? ¿Decir de mí que veo esto, que siento aquello, que temo, espero, ignoro, sé? Sí, lo diré, y de mí solo.

Impasible, inmóvil, mudo, alguien gira ahí. He aquí uno que no es como yo no sabré nunca dejar de ser.

Mis ojos ya no se pueden cerrar como hacían antes, para que descansara de ver y de no poder ver. Están obligados - centrados y desencajados - a quedar fijos en el corto pasillo que tienen delante, donde el 99% de las veces no ocurre nada. Deben de estar rojos como carbones encendidos. A veces me pregunto si las dos retinas no están encaradas entre sí. Por lo demás, este gris que me rodea es ligeramente rosado como el plumaje de algunos pájaros, entre ellos, según creo, la cacatúa.

¿Cómo hago, en tales condiciones, para escribir, no teniendo en cuenta sino el aspecto manual de esta amarga locura? Lo ignoro. Podría saberlo. Pero no lo sabré. No esta vez. Soy yo el que escribo. Soy yo el que pienso, lo justo para escribir. Yo, cuya cabeza está lejos. Yo, llegado antes de la cruz, antes de la falta, llegado al mundo, aquí.

Añado, para mayor seguridad, esto. Estas cosas que digo, que voy a decir, si puedo, no están aquí sino en otro sitio. Pero yo estoy aquí. Yo, que no puedo hablar y que debo hablar .Y lo más sencillo es decir que lo que digo, lo que diré, si puedo, se refiere al lugar donde estoy, a mí que en él estoy, pese a la imposibilidad en que me encuentro de hablar de él, por culpa de la necesidad en que estoy de hablar de él.

Otra cosa: lo que digo, lo que tal vez diré, respecto de  mí, está dicho ya. He aquí, en fin, un razonamiento que me gusta. Digno de mi situación. No tengo que inquietarme entonces. Sin embargo, estoy inquieto. No voy pues a ninguna parte, mis aventuras han concluido, mis dichos están dichos, a esto llamo aventuras. Sin embargo advierto que no. Y temo mucho, pues no puede tratarse más que de mí y de este lugar, que siga estando otra vez a punto de ponerles fin, a mis dichos, hablando de ello. Lo que no llevaría a ninguna consecuencia, antes al contrario, como no sea a la obligación en que me hallaré, una vez libre, de volver a empezar, a partir de ningún sitio, de nadie y de nada, para volver a lo mismo, por nuevos caminos desde luego, o por los de antes, irreconocibles cada vez. Pero no desespero de poder un día callarme. Podré concluir, lo sé. Sí, ahí reside la esperanza de no perderme, de seguir aquí, donde me he dicho que estoy desde siempre, pues corría prisa decir algo. Concluir aquí, sería maravilloso. Pero, ¿es de desear? Sí, es de desear, concluir es de desear, concluir sería maravilloso, quien quiera que yo sea, donde estoy.

Confío en que este preámbulo acabará pronto a beneficio de la exposición que decidirá de mí.

…Desgraciadamente temo, como siempre, ir más lejos. Pues ir más lejos es irme de aquí, encontrarme, perderme, desaparecer y volver a empezar, desconocido al principio, después poco a poco tal como siempre, en otro lugar, donde me diré que estuve siempre, del cual no sabré nada, ni nada podré saber. No hay que tener miedo entonces. Sin embargo, tengo miedo, miedo de lo que mis palabras harán de mí, de mi escondite, una vez más. ¿Y si hablara para no decir nada, pero absolutamente nada? Pero parece imposible hablar para no decir nada, se cree conseguirlo, pero siempre se olvida algo, un pequeño sí o un pequeño no, lo bastante para exterminar a un regimiento de dragones.

Sin embargo, no desespero esta vez de no perderme. Lo que impide el milagro es el espíritu de método, al cual estuve acaso un poco excesivamente sometido.

Hablo y hablo, porque es menester,  busco mi lección, la vida mía que en otro tiempo supe y no quise confesar, de ahí tal vez una ligera falta de limpidez en algunos momentos. A lo mejor también esta vez no haré más que buscar mi lección, sin poder decirla, acompañándome en una lengua que no es la mía. Pero en vez de decir lo que erré al decir, lo que ya no diré, lo que acaso diga, si es que puedo, ¿no sería mejor que dijera otra cosa, incluso si no es aún la que tiene que ser? Voy a intentarlo, voy a intentarlo en otro presente, incluso si no es aún el mío, sin pausas, sin llantos, sin ojos, sin razones. No sé nada, y en cuanto a pensar pienso lo justo para no callarme. Lo que no se puede decir que sea pensar. Por consiguiente, no pongamos nada, ni que me muevo, ni que no me muevo, lo que es más seguro, pues esto no tiene importancia, y pasemos a las cosas que la tienen. ¿Cuáles? Esta voz que habla, sabiéndose mentirosa, indiferente a lo que dice, demasiado vieja quizás para poder decir finalmente, las palabras que la hagan cesar, atenta al silencio roto por ella, esta voz, ¿es, acaso, una voz?

No plantearé más preguntas, no hay más preguntas, no conozco ninguna más. Esa voz sale de mí, me llena, clama contra mis paredes, no es la mía, no puedo detenerla, no puedo evitar que me desgarre, me sacuda, me asedie. No es la mía, no tengo, no tengo voz y debo hablar. Es cuanto sé. A esto es a lo que hay que darle vueltas; a propósito de esto debe hablarse, con esta voz que no es la mía, pero que no puede ser más que la mía. No diré nada más, no seré más claro.

Me miran de lejos, como a un rostro entre la brasa destinado a desmoronarse. Pero esto es demasiado largo, se hace tarde. Soy yo pues quien habla, completamente solo, porque no puedo hacer otra cosa. No, estoy mudo. A propósito, si me callase, ¿qué me pasaría? ¿Peor que lo que me pasa? Pero esto siguen siendo preguntas. He aquí lo característico. Ignoro las preguntas y éstas me salen a cada paso de la boca. Creo saber lo que ocurre. Es para que el discurso no se detenga. Pero estoy prevenido, no responderé más, no volveré a poner cara de andar buscando.

Quizá me veré obligado, para no pararme, a volver a inventar una fantasmagoría como ya me ha ocurrido. Pero tengo fundadas esperanzas de que no. Aunque siempre tengo este recurso. Me pareció oír murmurar otro medio de salir del paso, y hasta pude recoger ciertas fórmulas - sin dejar un solo instante de despachar mis dice, se dice, pregunta y responde . Pero esas fórmulas han desaparecido. Pues es difícil hablar y al mismo tiempo fijar la atención en otra parte, allí donde reside su verdadero interés. Sin embargo, me impresionaron  ciertas expresiones y me  juré que ellas no engendrarían otras que, al hincharse, expulsen de mi boca, cualquier otro discurso que el suyo, el de mi boca, el bueno, el último al fin. Pero todo lo he olvidado y no he hecho nada, a menos que esté abocado a hacer algo en este instante, cosa que deseo sinceramente. Pero,  si tal música pudo llegarme entonces ¿no debería, con mucha más razón, hacerse oír ahora, cuando no estoy embarazado más que de mí mismo? Pero esto siguen siendo razonamientos. Y me estoy deslizando ya hacia el recurso de la fábula. ¿Y si prefiriera decir ba-ba-ba-ba, mientras espero conocer el verdadero empleo de este órgano venerable? Basta de preguntas, de razonamientos. Prosigo, después de años. Resulta pues  que puedo callarme. Y he aquí que vuelve aquel ruido. Todo esto no está claro. Digo años, aunque aquí no los hay. Años, eso es una idea de Basilio. Largamente, brevemente, es lo mismo. Guardé silencio, que es lo que cuenta, si es que cuenta. Pero qué silencio, amigos míos, pues también yo tengo amigos en algún lugar, lo noto por momentos, en este momento, qué silencio, mis pobres amigos. Y en verdad no todo consiste en guardar silencio, sino que es menester asimismo ver la clase de silencio que se guarda. Yo escuché.  Puesto a  hacer algo, más vale hablar. Qué libertad. Presté oídos a lo que debía ser mi voz siempre, tan débil, tan lejana, que era como el mar, como la tierra, un lejano mar en calma, moribundo... No, eso no, no la playa, no la orilla, basta el mar, sobran los guijarros y la arena, sobra la tierra, y también el mar. Ahora resulta que Basilio adquiere importancia. Voy pues a preferir llamarle Mahood, prefiero eso, soy raro. Él es quien me contaba historias acerca de mí, vivía para mí, salía de mí, volvía a mí, penetraba en mí abrumándome con historias. No sé cómo ocurría esto. Siempre me gustó no saber, pero Mahood me decía que no estaba bien. Él tampoco sabía nada, pero eso le atormentaba. Es su voz la que siempre se ha mezclado con la mía, hasta el punto de cubrirla a veces por entero, hasta el día en que me abandonó, o en que ya no quiso abandonarme, no sé. Sí, no sé si está aquí en este momento o sí está lejos. Durante sus ausencias, trataba de recuperarme, de olvidar lo que me había dicho, acerca de mí, acerca de mis infortunios, respecto a mi verdadera situación, palabra detestable. Pero su voz seguía dando fe de él, como tejida con la mía, impidiéndome decir lo que yo era, a fin de poder callarme, de no oír más. Y todavía, hoy, para seguir hablando como él, aunque ya no me turba, su voz está aquí, en la mía. Pero menos, menos. Y no habiendo vuelto a renovarse desaparecerá un día, espero, de la mía, por completo. Pero para ello debo hablar, hablar. Al propio tiempo, no me lo oculto, él puede volver o puede marcharse de nuevo y en seguida volver. Entonces habría que volver a empezarlo todo. Entonces mi voz, la voz, diría: «Mira, voy a contar una historia de Mahood, para aliviarme». Así tendría que ocurrir. Ella diría.

Después, ya repuesto, acometería de nuevo la verdad, con fuerzas centuplicadas, para convencerme de que actuaba con libertad. Pero no sería ya mi voz y de mi boca brotarían mentiras, acerca de mí. Pero, ¿se trata, en realidad, de mí en este momento? A veces me parece que sí. Después veo claramente que no. Hago lo que puedo, pero estoy a punto de fracasar, otra vez. No me importa nada fracasar, me gusta, sólo que quisiera callarme. No como acabo de hacerlo, para escuchar mejor. Sino apaciblemente, como vencedor, sin reservas mentales. Eso sería la buena vida, la vida al fin.
Pero, ahora  aprieta, amigo mío, se trata de ti. A veces me llamo tú, si soy yo el que habla… En cuanto a hablarme, no me he hablado bastante, hablé para mi amo, presté oídos a sus palabras: «Está bien  hijo mío, puedes detenerte, puedes irte, estás libre, estás perdonado». Mi amo. He aquí un filón que no hay que perder de vista. Quizá sean varios, todo un consorcio de tiranos.

Son palabras, es lo único que hay, es menester seguir, es cuanto sé, es menester seguir, no puedo seguir,  voy pues a seguir, hay que decir palabras, mientras las haya, hay que decirlas, hasta que me encuentren, hasta que me digan, extraño castigo, extraña falta, hay que seguir, acaso esto se haya hecho ya, quizá me dijeron ya, quizá me llevaron hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que da a mi historia, esto me sorprendería, si se da, seré yo, será el silencio, allí donde estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir.

Lo que leí es un ensamblado de fragmentos de  El innombrable.

Como verán me tomé lo de “lecturas” al pie de la letra.
Cuestiones que me planteó y me actualizó el texto: la de cómo se escribe y cómo se vive. Vida y obra como suele decirse. Es ciertamente un tema bastante trajinado en el que abundan los malentendidos las idealizaciones, las condenas. Heidegger nos entretuvo hace apenas unas semanas en discusiones no sé si apasionantes. sí en momentos apasionadas.

Pero no por muy frecuentada la cuestión ha perdido interés, al menos para mí. A la pregunta por si se vive como se escribe no podría conformarnos el etiquetarla como una demanda ingenua de coherencia. Aunque sólo fuera porque también cabe la pregunta de si una vida no puede acaso, también, leerse. Y si del escribir no resulta un sujeto. Por supuesto esto depende de qué se entiende por escribir, de lo que se pone en juego, de lo que se apuesta y arriesga.

 …la exposición leiamos recien - decidirá de mí… tengo miedo de lo que mis palabras harán de mí.

La vida de Beckett parece estar tan despojada de lo superfluo como sus escritos. Carente de otro ornamento que no sea un humor tan agudo como discreto rehuyó hasta donde pudo la publicidad, el mundillo literario, las apariciones públicas. Cuando se enteró del Nobel se le oyó decir Dios mío, qué desastre! No hubo modo de localizarlo, envió a su editor a recibirlo, temiendo, seguramente, que rechazarlo significaría aún mayor publicidad. Cuando finalmente lo encontraron luego de un tiempo – se había ocultado en un monasterio - declaró que todo ese despliegue lo avergonzaba.

Jamás le preocuparon ni su fama ni por su gloria, ni su trascendencia. El título original de su biografía Damned to fame, es fiel a ello: condenada o maldita fama y no condenado a la fama o al éxito como lo estaríamos los argentinos según un penoso político de estas tierras. En toda caso, lo que llegó a afligirlo no fue su trascendencia sino su subsistencia, muchas veces, producto de decisiones que tomó frente a la actividad intelectual o literaria, a lo político y al tiempo que le tocó vivir.

Pudiendo permanecer en Irlanda, se había  trasladado en los años 30 a la Francia ya invadida. Prefiero – dijo entonces -  Paris ocupada a esta Dublín adormecida. Participó de la  resistencia; descubierto debió huir a Vichy, donde permaneció oculto y luego de un tiempo integró un grupo armado poco antes de la  liberación. Cuando le preguntaron por eso, tiempo después, respondió restándole toda importancia, con su humor de siempre: fueron cosas de boy scout.

La austeridad, cierto estoicismo, atraviesan toda su vida.

No hay nada en sus textos ni en su vida que pueda entenderse como una concepción del mundo.

Lo que se ha de evitar – leiamos - , no sé por qué, es el espíritu de sistema

No puede no destacarse ese no sé porqué que redobla en la enunciación misma el no al espíritu de sistema.

Y en la misma línea un poco más abajo

Lo que impide el milagro es el espíritu de método, al cual estuve un poco excesivamente sometido.

En verdad si alguien vivió rehuyendo del espíritu de sistema y del sistema mismo ha sido Beckett.

Abominaba de la universidad y su saber.

En 1930 fue nombrado profesor del Trinity College y renunció un año más tarde, hastiado e incapaz, decía del papel de profesor,  iniciando una suerte de errancia por Europa, que alguna historiadora con dotes de psicóloga llamó vagabundeo.

Entrevistado por Charles Juliet, este le dice:

- ¿Qué piensa de esos ensayos y tesis que le dedican? Muchos veces me parecen una vivisección inútil.
- Beckett: es demencia universitaria

Pero vamos a  El innombrable.

 Transcribí íntegramente sus primeras líneas que anticipan lo que será todo el texto:¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante.

El innombrable no es un ensayo, no podría decirse que sea una ficción. No es un relato, no es una historia. Es alguien que habla, casi siempre en el límite de lo decible. Interrogando el tiempo, el espacio, el saber, el yo, el pensamiento, la lógica, la interrogación misma.

Hay un aire de devastación que se sostiene en el humor, en lo paródico, lo que ubica al texto superada una primera impresión, más allá de cualquier pesimismo.

Hay unos breves versos de Beckett  que dicen:

Enfrente lo terrible hasta hacerlo risible

Y estos otros en los que quizás no se trate de  humor exactamente pero nos hacen sonreír.

no me interesa la tragedia porque se ocupa de la  vida y la muerte, cosas en definitiva sin importancia.

Este es el tono de Beckett. No hay melancolía, no hay, hablando con propiedad desencanto pues no ha habido encanto.

En sus Adaptaciones de Champfort dice:

La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar. La felicidad sólo comenzó cuando la perdí. Copiaría gustoso sobre la puerta del paraíso el verso que el Dante colocó sobre la puerta del infierno: dejad toda esperanza los que entráis.


Tampoco hay amor, es cierto, ni nada que pueda llamarse erotismo.

¿Qué hay entonces? Una aventura del que habla, aventura  con la palabra, con su decir, con la voz, y presencia y evocación de  algunos otros, no diría fantasmáticos sino más bien fantasmales que cruzan la escena del que habla, la escena que podría decirse imaginaria sino fuera porque lo más característico de esas escenas es armarlas y desarmarlas, forzarlas, quitarles sustento lógico, verosimilitud. Jugar con ellas para mostrar en su precariedad la precariedad misma del sentido.

Aventura, es un término que tomo del texto mismo:

mis dichos están dichos, a esto llamo aventuras.

Beckett logra en  El innombrable, no sé si por un artificio o un despojamiento de su escritura, darle existencia al sujeto en su relación con la palabra, relación que es siempre fallida y que se afirma en ese mismo fracaso, en ese continuo derrape.

Ese fracaso del sujeto es el de Beckett; porque lo hace suyo. Y es ahí, que una aproximación al psicoanálisis y a Lacan, por insalvable que sea la distancia entre un personaje y otro, se me impuso. Nada más alejado de la  discreción, de la parquedad de Beckett que el despliegue histriónico de Lacan. Pero hay algo en ese “morderse la cola” de Lacan y en esa circularidad que vuelve siempre a las primeras preguntas, a lo que parecía ya profusamente respondido y vuelve sin embargo a interrogarse. Hay esa marcha de cornisa en la que Lacan reconocía el rasgo de  los filosófos que valían la pena. Hay esa enunciación que escrita, parece, en Beckett, saltar del papel, que no se entrega a los géneros, que se revuelve contra una temporalidad que quiere hacer del escrito siempre un ya escrito, que agarra al lector por el cogote.

Hay dos holandeses Dirk Van Hulle y Mark Nixon, se llaman los tipos, que definieron a Beckett como  “Todo tormenta y ningún entusiasmo”, jugando con la fórmula que identificaba al romanticismo “Tormenta y entusiasmo”. Y me gustó esa suerte de oxímoron porque pocas cosas me irritan tanto como esa apología evangelista del entusiasmo. Es un entusiasmo falso.

El innombrable es el reconocimiento en el sentido de exploración, de recorrido, de esa nada por la que Beckett transita en una posición subjetiva que me parece única. No es que ese vacío no lo arrase. Podría decirse que todo su literatura testimonia de ese arrasamiento. Pero es porque se desprende de todo fantasma imaginario, que ese arrasamiento se nos aparece en las coordenadas mismas de la  castración. Beckett va con él, lo hace andar y eso es recíproco. El resultado no es la melancolía sino un humor tremendo. Un humor, me parece a mí, hecho a expensas del fantasma. No voy a decir de su atravesamiento, término envilecido si los hay. Pero hay sí una  elusión del fantasma en Beckett o más bien una erosión cuyo efecto es ese humor terrible y a veces la emergencia de la  voz en toda su crudeza. Pero cuando la voz emerge, la respuesta de Beckett, tras soportar en un primer momento el peso de esa experiencia, es sorprendente, y también ella, humorística: quizás, se dice, he sorprendido una comunicación dirigida a otro. Y es por allí que sale.

Es bajo estas  impresiones, tal vez,  que quise creer, que  El innombrable podía ser una respuesta una, con minúscula, y anticipada como toda respuesta, a esa pregunta que Lacan lanzó una vez  respecto al pasaje desde  la experiencia del fantasma  fundamental a la pulsión y a cómo eso puede ser vivido, y dicho – agregaría – por  un sujeto. nb

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