domingo, 1 de abril de 2012

Sobre “Los mezclados” de Colette Soler

Quiero examinar paso a paso el apartado Los “mezclados” y el lazo social del libro Los afectos lacanianos de C.S. Me parece que el “paso a paso” es el modo ineludible porque más allá de la  discusión sobre afirmaciones sorprendentes (por el grado de conocimientos que le suponemos a la autora, de fórmulas muy  difundidas en los medios lacanianos), es en su construcción misma, en su secuencia, en su paso a paso precisamente, que se evidencia una confusión en la argumentación que sin embargo parece ir siempre en la misma dirección. Se trata entonces no de una orientación confusa sino de una confusión sin embargo claramente orientada.

El texto parte de los “mezclados” así, entre comillas, término que toma, dice, de Lacan, quien habría dicho que de los analizados que hicieron el pase no hay todos sino “dispersos y mezclados”.

Y dice, apenas comienza el texto:

La función habitual del discurso es crear conjuntos a través de los ideales y los valores – digamos: los significantes amos. Esos seres de lenguaje tienen como función homogeneizar, o al menos hacer concordar los puntos de vista, los prejuicios, los objetivos, el equilibrio de las costumbres con los goces correlativos

Notable: C.S. iguala “el discurso” sin más al discurso amo. ¿Será para abreviar?

Y continúa:

Por el contrario, los mezclados son una cantidad de individuos que no quedan bien juntos, como dice el diccionario siempre desemparejados, y que sólo se reagrupan bajo el signo de la  desarmonía.

Pero,  para enfrentar esa desarmonía están ciertamente las instituciones psicoanalíticas, las escuelas. Los Foros, las Escuelas de los Foros, los Colegios, los Colegios clínicos, la IF (Internacional de los foros) el CRIF (Colegio de representantes de la  IF) el CD (Colegio de Delegados) la IIM (Instancia Internacional de Mediación) ¿Para qué está el CIG (Colegio Internacional de la  Garantía) la Comisión de acreditación (que “otorga el título de AME” (sic)) el CAOE (Colegio de Animación y de Orientación de la  Escuela (las mayúsculas son del original))?

La lista sigue. A quien le resulte agobiante es porque no ha leído el “Mapa del campo lacaniano” una publicación “on line” de la Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi,  ACCEP, que es la sección Barcelona del grupo de C.S. Allí encontrará el listado completo. Es una publicación consagrada exclusivamente a inventariar las siglas. Tiene autores, así se llaman, como el texto que C.S. cita de Foucault (¿“Qué es un autor”?) y por si fuera poco, una coordinadora de autores.

Esos son exactamente los significantes amos que por cierto no sólo C.S. instala (antes que ninguno J.A.M. quien la expulsó por no citarlo, por plagiarlo, por no reconocerlo como autor!!), para hacer volver a entrar a los dispersos que accidentalmente pudieran escapar hacia el discurso analítico, en el “discurso”.

No voy a detenerme en la cuestión de las relaciones que “animan” las instituciones en general y las psicoanalíticas en particular, pero no parece que allí se trate de “mezclados”. Y las desarmonías, que son manifiestas, no son las que puede haber entre mezclados, sino las que proliferan precisamente en el lazo social definido por el discurso del amo en donde no hay ninguna mezcla: los grados, jerarquías, cargos, títulos, están perfectamente establecidos.

Continuemos con el texto:

¿Habrá que decir que el análisis redoblaría el “todos proletarios” del mundo capitalista – en el que cada quien no tiene nada con que hacer lazo social – a través de la producción … de a-sociales?

Se sospecha que el análisis acentuaría el individualismo cínico que genera el capitalismo.

¿Pero de dónde supone C.S. que el “todos proletarios” significa que cada quien no tiene nada con qué hacer lazo social? El todos proletarios supone precisamente el lazo social en el que cada quien se inscribe como mercancía: como cuerpo alquilado para su explotación, como trabajo vendido, como producción individual también. El lazo social del capitalismo es de hierro, ciñe como ningún otro antes en la historia. Casi no deja escapatoria y es la cuestión central de cualquier discurso emancipatorio, de cualquier voluntad de resistencia al discurso capitalista, de cualquier práctica genuina artística, estética, política, psicoanalítica por supuesto, cómo eludir la captura, la recaptación por el discurso del amo.

El problema central aunque sin duda es también un efecto, no es “el individualismo cínico que genera el capitalismo” sino la desubjetivación que promueve, la obstaculización del deseo, de la creatividad, de la libertad fragmentaria
que el sujeto puede alcanzar en las prácticas que emprende. Y, por cierto, la promoción de goces estandarizados confinados o moldeados en un goce fálico que adormece la subjetividad e iguala los sujetos en una marea de consumidores, seguidores, y esclavos. El individualismo cínico que subraya C.S. es más bien la proyección del discurso capitalista en la que se reconoce la figura del amo.

También podría evocarse – continúa – en apoyo de la  tesis – supuestamente la “tesis” de que el análisis acentuaría el individualismo cínico que genera el capitalismo – la  fragmentación de las asociaciones analíticas así como los conflictos que las animan, los que no son propios de los lacanianos, ya que la IPA abriga numerosos grupos diversos y no siempre pacíficos.

¿Se puede con alguna seriedad presentar a los personajes de la  IPA como “analistas” , o suponer algún efecto del análisis en la IPA, sea para ilustrar o contradecir tesis o supuestas tesis cualquiera fueran?

Y remata:

Muchos se sorprenden, porque se imaginan que el analista debería ser un sabio. Pero no es el caso…

O sea, claramente, los personajes de la  IPA, y “los lacanianos” (¿?) ilustran al “analista”. “Son analistas, no se sorprendan. No son sabios, no es el caso”.

Penoso. 

Inmediatamente examina C.S. la figura del sabio oponiéndolo al analista:

Sucede lo contrario. El sabio sólo encarna una figura de lo universal porque consigue, o bien anular su propia particularidad, o bien elevarla a la norma; mientras que el analista, por el contrario, es aquél que la ha ceñido, que ha mensurado su diferencia, que se identifica con ella y que, en la práctica, tiene el deseo muy singular de conducir al analizante hasta su diferencia absoluta.

Muy bien. Dejemos de lado “el deseo de conducir”. Tenemos versiones vernáculas de ese deseo tan promocionado. La cuestión es que de golpe  pasamos al psicoanálisis en intensión. El psicoanalista “en funciones”. Pero no era el tema. Hablábamos del lazo entre analistas, el lazo social, que es el título del apartado. Los que se agrupan, los que supuestamente no, etc. No del lazo con el analizante con lo cual supuestamente no tenemos ningún problema y estamos todos de acuerdo.


Pasemos de  “los deberes impuestos al analista en el ejercicio de su función” (!!!)

C. S. vuelve ahora a lo que es el tema:

…la cuestión planteada es otra: concierne a la postura del analizado en los lazos sociales, con el problema de saber si lo que le ha enseñado su análisis modifica su relación con sus semejantes – dicho de otro modo: si la ética que se inaugura del acto analítico repercute fuera del discurso analítico, y de qué modo lo hace.

Pero enseguida dice:

Hay una aporía propia del grupo analítico. Es imposible que los analistas como tales conformen un grupo. El lazo social que es el discurso analítico los une al analizante pero fuera de allí… ¿qué queda del analista?

Pero entonces: ¿hay relación con sus semejantes (primera afirmación) o sólo hay relación con el analizante y fuera de allí no queda nada (segunda afirmación)?

  Relación y semejantes convengamos que no son los mejores términos para considerar estas cuestiones. Pero dejemos eso: es manifiesto que alguna especie de lazo social puede establecerse entre quienes practican el psicoanálisis y ese lazo social es discurso. El discurso analítico no es una emanación del consultorio que se disipa “fuera de allí”. Se trata, como se ve, de si hay o no psicoanálisis en extensión. Para decirlo más claramente: si eso que hay en la extensión puede, contingentemente, ser psicoanálisis. No son los “ámbitos” ni siquiera el número implicado lo que define si hay psicoanálisis. El discurso toma existencia cuando encuentra sus soportes dispuestos a su vez a soportarse en ese ordenamiento particular que es un discurso. No es un problema de soledad (en el consultorio) o compañía (en el grupo). Unos buscarán agruparse, otros escapar de los grupos. Desde hace mucho sabemos, además, que se puede estar solo estando con otros, y con otros – incluso muchos – estando solo. Definir las condiciones o las posibilidades de una discursividad en función de los “ámbitos” (el consultorio, el grupo, la escuela) es institucionalizar el discurso y degradar el lazo social, él mismo discursividad, a la altura del “encuadre”.

Parece, pues, que C.S. adhiere a la tesis clásica: el psicoanálisis al consultorio: discreción, privacidad y … claro, honorarios. Pretenderlo en “el grupo”, dar testimonio de eso, es “forzar” las cosas:

.. nada de testimonio del análisis en el grupo, y todo lo que se crea al respecto depende de los “melindres sociales” y de las identificaciones que los acompañan.
Entonces, a falta de un significante que identifique al analista queda la simple impudencia etc.

Habría que detenerse a propósito de esto, en esa partición a ultranza de lo público y lo privado, en esos acuerdos automáticos  sobre las “obscenidades” de los grupos. Quiero decir: ¿en dónde reside exactamente lo obsceno? ¿No se mete dentro de la  bolsa de lo obsceno los síntomas que no cesa de inducir el discurso amo en las instituciones para así remitirlos a la tranquilizadora discreción del “análisis personal”?

 Por otra parte es clarísimo que “a falta de un significante que identifique al analista” C.S. prefiere el alubión de siglas, de significantes amo, antes que vérselas con los síntomas que precisamente florecen en el lazo entre practicantes cuando practican el testimonio de su práctica.

Enseguida pasa C.S. encantadoramente por las tesis de Lacan sobre la escuela: “sería” esto o aquello, no sería esto otro, la transferencia al psicoanálisis y demás, pero por supuesto ni una palabra de la experiencia fallida que resultó de todo ello y de la que los Foros internacionales y tutti cuanti son ejemplos paradigmáticos.

En fin, paso de todos los comentarios sobre los beneficios del “fin del análisis”: el consagrado amar y trabajar freudiano, la promoción personal, que C. S. parece que ha sabido encontrar en una conferencia de Lacan, la realización de las ambiciones

Al final C.S. da en el clavo y no podríamos dejar de estar en pleno acuerdo:

Algo depende, en cuanto al psicoanálisis de lo que se llama como se puede: transmisión, enseñanza … allí lo determinante es el decir del analista… El psicoanálisis como todo discurso está suspendido de un decir.

Si extrajera todas las consecuencias de lo que dice, seguramente habría escrito otro texto. Pero ocurre que ese decir termina siendo para C.S. el “del creador de discursividad”. Si se tiene en cuenta que el término está tomado de la conferencia de Foucault “Qué es un autor”, lo que quiere decir C.S. es que el psicoanálisis queda suspendido del decir de Lacan. Y es curioso que la interpretación que hace de la conferencia de Foucault pueda ser exactamente lo inverso de lo que Foucault dice, explícitamente, incluso citando a quien lo dijo antes que él, Samuel Beckett:  QUÉ IMPORTA QUIEN HABLA!”

Que el discurso quede suspendido del nombre del autor es precisamente el obstáculo del discurso, su límite. Límite en cierto momento quizás necesario, más quizás todavía, inevitable, pero siempre, en perspectiva, un obstáculo a su progreso. Y es esta suerte de locura del nombre propio la que sigue padeciendo el lacanismo y en la que Lacan – es lo menos que puede decirse – algo tuvo que ver, no sólo en lo que “fue” como personaje sino en lo que ocasionalmente pudo articular en sus dichos. 

Por lo demás, articular la tesis de Foucault sobre el autor permitiría seguramente avanzar en la siempre álgida cuestión del psicoanálisis en extensión: el testimonio, la práctica, si se testimonia como analizante, analista, analizado, etc. ¿No cabe también allí preguntarse por la validez de la fórmula “qué importa quién habla”? sobre todo si despegamos esa cuestión de los títulos, autorizaciones, prestigios y otras peripecias de la  vida profesional? nb

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