martes, 8 de noviembre de 2011

cortázar y benjamin. sobre la explicación.

En Epifanías en viajes dice Benjamin:

Si se puede reproducir una historia preservándola de explicaciones, ya se logró la mitad del arte de narrar.

Es una frase limpia, casi perfecta. Ataca la cuestión sin rodeos y en términos justos y sencillos. El problema es la explicación. La historia debe ser preservada de la explicación. No agregamos demasiado si decimos: de la  acción perturbadora, degradante, desnaturalizante de la  explicación sobre la historia y por cierto sobre “el arte de narrar”.

Es notable lo cerca que está Cortázar de Benjamin en Último Round. Desconozco si ha leído o tiene presente la frase de Benjamin cuando escribe esto:

 Siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta detalles o pasos de una situación a otra… He procurado siempre no salirme de una narración strictu senso, sin esas tomas de distancia que equivalen a un juicio sobre lo que está pasando. Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí.

Ahí está, nuevamente, la explicación y la irritación de Cortázar. Pero Cortázar, cuyo oficio – que conocía un poco – era precisamente el relato, va un poco más allá que Benjamin.  Habla, lo marco en el texto, de la vanidad de intervenir.

Lo que Cortázar refiere como intervención es claramente una intromisión del narrador en el relato. Podría decirse: de la  persona del narrador, que se ha salido del relato. El narrador se ha salido del relato y aparece su persona. Podría también decirse: ha irrumpido en el seno mismo de la  narración la vena de la  explicación, y sus efectos destructivos sobre ella se perciben de inmediato.

No salirse de la  narración – dice Cortázar – y unos párrafos más abajo nos da la clave de qué significa eso:

ser capaz – dice – de recibir y transmitir sin demasiadas pérdidas esas latencias … no falsear el misterio, conservarlo lo más cerca posible de su fuente, con su temblor original, su balbuceo…

Cuando leí esto, fue inevitable el efecto de resonancia que  me trajo la  frase de Lacan:

 (Freud) está a la altura de un discurso que se mantiene tan cerca como es posible de lo que se refiere al goce, es decir tan cerca como es posible de él. No es cómodo, no es cómodo ubicarse en el punto en el que el discurso emerge, incluso cuando regresa, tropieza en los alrededores del goce. (Seminario El revés del psicoanálisis)

La palabra es cerca, cercanía. Tanto como sea posible, dicen a coro Lacan, Cortázar.  Porque no es cómodo ese punto donde el discurso emerge. Balbuceo, dice Cortázar, temblor original, latencias. Es donde las cosquillitas pueden  súbitamente volverse llamaradas de nafta.

No es difícil concebir que se quiera salir de ahí, tomar distancia, cuanto antes.

Lo notable es que Cortázar no dramatiza. Asume una posición sobre la que necesito detenerme. Parece meramente un gesto de sencillez. Y seguramente lo es, aunque quienquiera está en su derecho de juzgarlo como falsa modestia. Pero no está ahí la cuestión. En el mismo texto dice:    

En mis cuentos no hay el menor mérito literario (el subrayado es de Cortázar), el menor esfuerzo. Si algunos se salvan del olvido es porque he sido capaz de recibir y transmitir sin demasiadas pérdidas…

y continúa con el párrafo que cité más arriba.

No hay mérito, no hay esfuerzo. Es recibir y transmitir.
Porqué no habríamos de creerle. Dice Cortázar que se limita a dejar pasar. Se abstiene él, el llamado Cortázar – pero cuál de los dos, diría Borges – de intervenir.

Yo diría, no se lo toma, Cortázar, como algo personal. Y en efecto no es su persona lo que está en juego. Está, ahí, destituido subjetivamente y es por lo que soporta ese lugar que sería, de otro modo, insoportable. Está ahí a merced de, y seguramente gozando en, lo pulsional, ahí donde se escribe.

El misterio es el de la pulsión y sobre todo el de la sublimación: ese paso, ese pasaje, no es necesario recordarlo, sin represión.

Benjamin y Cortázar le apuntan pues a la explicación, que es el leimotiv sino de la  crítica, al menos de cierta crítica. Pero le apuntan a la explicación en el interior mismo del texto. Lo preservan – es el término de Benjamin – de la  explicación.

Sobre esta encantadora explicación es imperioso detenerse. Más acá de sus modos, sus formas, sus ámbitos, sus grados de elaboración o más bien de sistematización, su omnipresencia en todas las críticas (literarias y artística en el sentido más amplio), en la divulgación, la pedagogía, la enseñanza,  es, no digamos la peste – término al que Freud dio un inesperado prestigio – sino más bien el antídoto. No solamente del psicoanálisis o de la  literatura sino de cualquier discurso o práctica que no soslaye el sujeto y lo pulsional. nb

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio