miércoles, 21 de septiembre de 2011

qué no es el psicoanálisis (II): psicoanálisis y difusión



Hay un gran desprecio
            por los humanos en 
todo emprendimiento 
de propaganda
P. Valérie, 
“Variaciones sobre 
un pensamiento”

Habrá sorprendido, seguramente, la partícula negativa en el título de la charla, pero tiene su razón de ser: el psicoanálisis ha tenido una gran difusión. Seguramente en España no ha alcanzado la que ha tenido en Argentina, Francia o EEUU, pero basta consultar los archivos de internet de cualquier periódico para comprobar la profusión de entradas. Pero esa difusión, precisamente, está lejos del psicoanálisis y cabe la pregunta de si hay, si puede haber, hablando con propiedad, una difusión del psicoanálisis. Y podríamos, incluso, preguntarnos si todo puede ser objeto de difusión. Daría la impresión, a primera vista que sí. Si identificamos difusión con publicidad en un sentido amplio, podría publicitarse todo. Y esa publicidad, esa difusión, consistiría, digámoslo así, en hablar de eso o sobre eso que se publicita. En hacer un relato, o una traducción de eso a otro lenguaje, o a un lenguaje de signos o de imágenes, como se dice a veces. Pero no siempre es posible.  Quizás el ejemplo más sensible sea el de esa película o ese libro tan singular que cuando nos preguntan por ellos nos obligan a responder: “tenés que verla” o “tenés que leerlo” indicándonos que hay en la experiencia de ver ese film o de leer ese texto algo intransferible a otro relato. Pues bien, algo de ello ocurre con el psicoanálisis. Y ocurre particularmente con el psicoanálisis ya que podría ser – y esto nos obliga a adelantarnos un gran tranco en lo que tenemos para decir – que el psicoanálisis no sea sino un modo de decir, con lo cual, decirlo de otro modo lo desnaturalizaría inmediatamente.



Empujando un poco los términos, no sería inexacto tal vez, afirmar que la difusión, la publicidad, es en su esencia “un modo de decir.”  Y que lo que se transmite, antes que nada es ese “modo”. Y que, por cierto es, precisamente eso, lo que menos se percibe. No estamos tan lejos, como puede apreciarse, del difundido axioma, el medio es el mensaje. Y no es que no haya mensaje, en el sentido más usual del término, es que el mensaje está absolutamente determinado, sobredeterminado, empleemos el término que conviene, por el discurso que lo organiza. No voy a extenderme en esto pero sí subrayar que la ingenuidad empirista que exalta la inmediatez del dato, lo que se dice en concreto, la simplicidad de lo efectivamente percibido, es ingenua solamente en el mejor de los casos; a menudo contrabandea el mensaje que sus datos pretenden refrendar, la autoridad de quien presenta los datos, el desaliento a toda interpretación diferente a la que su propio discurso lleva implícita.

La cuestión que plantea la difusión del psicoanálisis es si se trata del psicoanálisis mismo que se ofrece a ser leído, o escuchado, si es el psicoanálisis como tal que difunde, o si ha de solicitársele los servicios a otro discurso especializado precisamente en “difusión”.

No creo exagerar si digo que el discurso de nuestra época está hecho con esta simplificación cuya clave es eliminar la subjetividad. O, digámoslo mejor, inducir una subjetividad esclava: del dato, de las cifras, de la  grilla clasificatoria y …. de quienes los manufacturan.

Hay una consigna, un mandato casi, que es el de la practicidad, pariente carnal de la  facilidad y la rapidez, de la inmediatez. Habría que decir que este discurso que toma su estructura, sin duda, de la ciencia, no conseguiría el éxito que ostenta si no existiese en la subjetividad misma una vertiente, una propensión, en fin, un goce en desaparecer, del que Freud habló ya hace casi un siglo provocando el escándalo entre sus mismos seguidores.

Liviandad y horror se conjugan en la época como nunca antes. Puerilidad quizás sea el término que más conviene a una crueldad sin rostro o con el rostro pueril justamente del político pragmático. Porque es nuevamente en la política, todavía en la política, en lo que corrientemente se entiende por política, que un discurso muestra de manera privilegiada su verdad. Y es por eso que la política que más fielmente representa el discurso de la  época es la que  niega precisamente la política.

Es el mismo resorte el que en otro campo, el de la medicina y la psiquiatría vuelto “pura técnica” y psiquiatría de la  “evidencia” como gusta definirse, organiza el célebre DSM IV, ejemplo notable e inapelable de cómo el remedio antecede a la enfermedad y cómo ésta se adecua a los requerimientos de aquél. Y ni tan siquiera hay ya enfermedades. No vamos a hacer la defensa de la  “enfermedad mental” pero reconozcamos que al menos había allí un relato, construcciones que articulaban mitos de orígenes diversos, incluidos los psicoanalíticos, donde algo de la  subjetividad reverberaba. Hoy estamos en el trastorno. Es el territorio desolado donde rige la misma puerilidad y … la misma crueldad. Y cabe decir, aunque sea al pasar, que a la locura clasificatoria que nos impone, para el caso, el trastorno psicótico con y sin alucinaciones, oponerle por ejemplo la alucinación con o sin psicosis no implica salirse ni un milímetro del mismo discurso. Volveremos sobre esto a propósito de la comprobación de que el psicoanálisis mismo parece haber sido convertido – en el sentido del converso, no de la  conversión – al lenguaje de la  difusión. No es que recurra a la publicidad con más o menos impudicia, es que ha asumido “hacia dentro” su discurso.

El psicoanálisis no es pues su difusión. No podría serlo. No es su explicación. Por variadas razones pero también porque no está hecho para explicar nada y emprender la explicación de lo que no explica puede fácilmente ir hacia el ridículo. No es que con el psicoanálisis no puedan explicarse cosas. Se puede explicar cualquier cosa con cualquier cosa. Es, yo diría, una experiencia cotidiana. Pero el psicoanálisis no es una explicación. Sus efectos pueden, incluso, estar más próximos a veces a la perplejidad.



Pero vayamos a un punto que no sería “el centro de la  cuestión” si la publicidad justamente no lo hubiera colocado allí. El del psicoanálisis como psicoterapia. Y bien, el psicoanálisis NO es una psicoterapia y concordantemente con ello y antes que ello, NO es una psicopatología, NO es una psicología, NO es una escuela psicológica ni, ciertamente, psiquiátrica. NO es una “rama” de la  medicina. Definitivamente, NO es una profesión, NO es una ciencia, NO es una teoría. NO es una tampoco una filosofía ni una “concepción del mundo”, NO es una ideología.

Puede parecer un juego retórico, una provocación nihilista, pero en verdad el psicoanálisis no es nada de eso. Y hay que  decir que el psicoanálisis no es el único que rechaza esas moradas, esos campos, esos estantes que se le ofrecen en la grilla. ¿En qué grilla? Digámoslo, en la grilla del saber. Y no se trata aquí de cualquier saber sino de ese saber que precisamente entra en las grillas. Engrillado, si se me permite. Engrillante, quizás, también. No es el psicoanálisis parte de esos saberes que se acomodan, que se sacan algunas chispas con los saberes ya establecidos pero nada más que para negociar pronto su anaquel en la biblioteca, su cátedra en la universidad, su columna en el suplemento de los periódicos. No es de los saberes que se acumulan, que se acopian. No cotiza, no vale, aunque es corriente ver que se lo ofrece rebajado, a precios “institucionales” (institución, no sé porqué, parece ser considerada una palabra más decorosa que barato o rebajado o como se dice ahora, en “promoción”) No es de esos saberes como tampoco lo es el arte. Y es precisamente con el arte que el psicoanálisis parece compartir ese rasgo, ese modo del saber que se reconoce como el saber-hacer. El carácter intraducible, no acumulable, quizás el único saber producto de la  sublimación  – no pasado por la represión –. Quizás  con ello tengan que ver los efectos que esos saberes disparan en el cuerpo o bien la respuesta que a menudo generan: “eso no es para mí”.

Y conviene resaltar también el “sin valor” de esas prácticas. Pero ¿Cómo se paga por lo que no tiene valor? Es Lacan quien acuñó la frase “el psicoanálisis es una práctica sin valor” . Conjeturo que si no generó el escándalo que debería haber generado es porque no es una afirmación que convenga a los psicoanalistas estar agitando demasiado. Incluso la afirmación de que estando el objeto por fuera del valor, o valiendo nada  “conviene que se pague bien, o mucho por ello” no deja de ser incómoda aunque sólo fuera porque hace caer inmediatamente la referencia a “los honorarios”.
No estamos lejos, como se ve, de la  cuestión del valor y el precio de la  obra de arte. Toda una cuestión se abre aquí respecto de las nociones marxistas de valor de uso y valor de cambio. Porque es clarísimo que cuando Lacan afirma que la práctica analítica es sin valor, se refiere al valor de cambio. No responde su valor al “trabajo acumulado” en ella. Aquí habría que recordar también la idea de que el trabajo, estrictamente hablando lo hace el analizante. “Paga por trabajar” . Pero lo que paga no guarda ninguna proporción con la práctica porque ésta es sin valor, porque el objeto del que se trata es sin valor. Está fuera del efecto fetiche, fuera del significante. Lo cual abre cuestiones enormes no sólo “teóricas” sino interrogantes, diría urgentes, acerca del “psicoanalista profesional”.
Y qué, si la referencia fuera el valor de uso. El problema de la  noción marxista del valor de uso es que su referencia es el placer. Todo puede traducirse en placer, o en beneficio o utilidad y luego en placer. Supuestamente también el displacer podría reconducirse al placer … “masoquista” . Pero esto no equivale a un más allá del principio del placer para el marxismo: es en todo caso, una variante particular de placer. De ahí el reduccionismo marxista en todo lo relativo a la creación artística. Es inconcebible para el marxismo y lo mismo para el capitalismo una práctica  sin valor (de cambio) y sin valor de uso que pueda sostenerse como práctica. Tampoco el psicoanálisis parece tener valor de uso. ¿Se trata de “sufrir menos”? ¿El cambio de un sufrimiento por otro, del que habla Freud, se traduce en un sufrir menos? No es tan seguro. Por lo menos no siempre, no necesariamente. En todo caso, ¿pueden entenderse las cuestiones esenciales de esa práctica orientándose en una ética del placer o el beneficio?

Volvamos, entonces, a la pregunta inicial, ¿qué no es el psicoanálisis? La pregunta tiene la virtud, ciertamente, de neutralizar las respuestas degradantes que son otras tantas formas de captura del psicoanálisis en otros discursos. Pero quiere también dar a ver, que no podría enunciarse lo que el psicoanálisis es porque está más bien fuera de ese horizonte de ser y del ser.  No sólo “en un análisis” emerge, en las coordenadas mismas del inconsciente,  como grieta, como falla o como tropiezo. Lo mismo vale – es lo que se ha llamado psicoanálisis en extensión – para  cualquier circunstancia en la que emerge como discurso. nb.

 
  




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