lunes, 26 de septiembre de 2011

psicoanálisis en extinsión o extinción del psicoanálisis. la intesión al encuadre la extensión al poder


(primera versión leída en la

Jornada de Trabajo de ipba:

deseo del analista y abstinencia

en la intensión y la extensión

el 31 de octubre de 2009)


En la extensión – se oye decir – la lucha por el poder es inevitable. El psicoanálisis sólo existe como tal en la intensión. Es una idea que a poco de cepillarla apenas, muestra su  proximidad a aquella que identifica el análisis con el encuadre, eso sí lacaniano, quizás el peor de todos. Por eso les he  propuesto como epígrafe de lo que voy a leerles esta consigna en la que algunos coetáneos reconocerán una matriz que tuvo su momento de esplendor: la intensión al encuadre la extensión al poder.

Me vino esta palabra extinsión con s no sólo como un artificio para presentificar la identidad  discursiva que definen intensión y extensión del psicoanálisis. También para expresar la condición necesaria de su existencia, de su subsistencia.
   
Y pensé si acaso ese neologismo tan fecundo de Lacan,  el de extimidad, no puede tener valor instrumental para indicar una circularidad y una circulación de nuestra práctica que pueda permitir que  lo íntimo – no las intimidades de una persona  sino lo íntimo de la   experiencia a la que hace lugar un  análisis – sea a la vez fundamento de la experiencia en la extensión.    

Me pareció también un acierto el título de la  jornada al conjugar el deseo del analista con  la extensión, porque es precisamente lo que habitualmente se soslaya.

En efecto, se acostumbra soltar alegremente que en la extensión hay transferencias. Quiero decir que eso produce una alegría, y está muy bien que todos nos alegremos. Pero si deducimos de ello, si deducimos que si hay transferencia entonces también debe haber deseo del analista, algunas alegrías fruncen el ceño. Y lo fruncen, con perdón de la  palabra,  porque la función deseo del analista hace de la  transferencia amorosa, otra transferencia que incluye y se soporta del deseo del analista y por lo tanto sólo subsiste mientras éste se sostiene.

El  deseo del analista es una función, tanto en la intensión como en la extensión. Y claramente, en la extensión puede aparecer en boca de cualquiera. Pero igualmente en la intensión, si desactivamos esa  fetichización que se ha montado sobre el término  fin del análisis, podemos entender el deseo, incluso el deseo del analista, emergiendo más de una vez del lado del analizante, como un hecho diría inherente al curso mismo de un análisis.


Si hay transferencia en la extensión hay pues también, deseo del analista. Y puede haber entonces una  política cuyo eje no sea un deseo de poder o su eufemismo, un deseo de dirigir, y su penoso complemento el de ser dirigido, sino un deseo de deseo. Porque es desde  la fórmula deseo de deseo, de la  cual el deseo del analista es paradigmático, que otro modo de lazo social podría  concebirse.

Enunciamos una abstinencia en la extensión. Es una abstinencia de goce fálico. Habrá que esperar para saber un poco más de los efectos de esa abstinencia y si se trata genuinamente de una enunciación.

Por lo demás, hay otros goces, menos obscenos, menos letales, más atemperados por esa misma abstinencia que, me atrevería a decir los hace más afines a lo que pretendemos como una comunidad de experiencia.

Los efectos de entregarse al goce fálico son, en cambio, perfectamente predecibles o mejor dicho constatables. Aunque con aires de sabiduría se lo adjetive de inevitable, o con pretensiones de rigurosidad se lo pontifique como “estructural” la práctica de ese goce es siempre inconfesable. Públicamente. Solo se lo comparte en los límites, no de la  parroquia sino del cenáculo, para no decir de la  camarilla. Exige la enunciación cínica que por la misma naturaleza del goce en que se sustenta deriva fácilmente en una política canalla. Sostener que es necesario un poder para obtener un bien, el que fuere, desde la felicidad hasta la trajinada “formación de analistas”, es una vieja astucia, pero no es sólo eso. Es la ilustración de la  metonimia que va del mal – uno de los nombres del goce en Lacan – al bien. Lo que prueba una vez más que están hechos de la  misma estofa, quiero decir del mismo goce. Pero además es la evidencia que de ese goce perverso, que reniega de la  castración, sólo puede haber metonimia.

El canalla hace de Otro, como se dice hace de bueno o  de malo. Cosas que por otra parte le gusta hacer. Se anuncia como sabiendo lo que el sujeto quiere, y estando en condiciones de otorgárselo a cambio de una transferencia de poderes. Es fácil advertir lo irresistible que esta figura puede ser para el neurótico. Tanto en la posición obsesiva, con la propensión al sometimiento que suele caracterizarla, como en la  posición histérica que rehusa mezclarse en esas cosas de la  política disfrazando con un desinterés o una  indiferencia no siempre bella, la entrega de poderes al Otro. Para hacer luego, cada tanto, un poco de barullo y cada otro tanto ensayar algo parecido a lo que cuestionó en  el amo.

Traigo esto a cuento porque quizás podría aportar algo para entender  lo que ha ocurrido y ocurre en lo que llamamos movimiento psicoanalítico. nb


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