lunes, 26 de septiembre de 2011

psicoanálisis en extinsión o extinción del psicoanálisis. 2ª versión


(segunda versión leída en la
reunión lacanoamericana
de Bahía Blanca
noviembre de 2009)


Es notable que las lacano se hayan sostenido y que se hayan sostenido en este dispositivo que llegó a tener objeciones in situ, a viva voz.

La palabra destituyente ha tenido en estos últimos tiempos un empleo que, aún si compartimos su intencionalidad política, está lejos de aquello a lo que apuntamos en psicoanálisis al hablar de destitución, de destitución subjetiva, ciertamente. Parecería que las lacano han tenido la virtud de llevar a la extensión algo de esa destitución auspiciosa para el sujeto, la ha extendido, literalmente.

Podría suponérsele en sus inicios a la lacano, una intencionalidad de respuesta al millerismo. Es posible que se haya tratado de eso. Responder no es una mala palabra y no es seguro que necesariamente entronice o haga brillar a quien o quienes provocaron esa respuesta. Pero no es esto lo importante, sino que los efectos y las consecuencias de lo que se dice se extienden – Uds. disculpen me gusta conjugar este verbo – más allá de la  intencionalidad, también en este caso.

El dispositivo fue tildado de democrático, lo que para algunos era un mérito y para otros un estigma, fue objetado porque igualaba y desconocía diferencias. Fue menospreciada la reunión misma porque no tenía dirección en las dos vertientes del término, pero subrayándose que carecía de una, la que remite a orientación, por faltarle la otra.

Mi impresión, en cambio, es que las lacano ilustran que algo de la  intensión ha pasado a la extensión. No una extensión como esa que se aplican las mujeres en el pelo. No una política que se aplica, sino una política que viene de la  intensión.

Hacer pasar las diferencias por lo que se dice, o mejor, situar las diferencias en lo que se dice cada vez ; que los lugares se recorten como lugares,  es decir vacíos, también cada vez, da la ocasión para una transferencia que sólo ocurre en tanto algo del deseo del analista habita en lo que se dice y también en cómo se escucha. Porque si soltamos alegremente, quiero decir, con alegría, que en la extensión hay transferencia – y tenemos el derecho de alegrarnos – tenemos que hacernos cargo que, para que eso no sea mera sugestión o seducción, tiene que haber en alguna parte deseo del analista. Y me parece que en efecto puede haberlo en cualquier parte. Y restarle consistencia  a los lugares y a las funciones, reducirlas a las mínimas necesarias para que la interlocución tenga su chance, evidencia una exigüidad que es homóloga a la de la intensión.

Si algo no le perdona el discurso del amo, el discurso de la  psicoterapia, el estado, al psicoanálisis, es esa exigüidad, hasta esa precariedad de la  experiencia en la que reside su nervio mismo y su condición de experiencia. Se procura reglamentarla, se le exige garantías, diagnósticos, tratamientos adecuados a esos diagnósticos y todo lo demás.

Ahora, algo de esa dimensión de la pura experiencia, no hablo de experiencia pura, debería prevalecer en la extensión. Quiero decir que, al menos para quienes practicamos el psicoanálisis, la experiencia no cuenta por lo que pueda recuperarse de ella como “resultados” en otros discursos, como acopio de saber o de poder o de lo que sea. Lo que importa es que se la transite. Ello requiere practicar la abstinencia también en la extensión: abstinencia de ejercer el poder que la transferencia otorga. No sólo porque es un mal, uno de los nombres del goce en Lacan, sino también porque ese poder  aplasta esa transferencia, la envilece, la degrada.

Suele decirse – y observando la historia y el presente del movimiento psicoanalítico sería difícil desmentirlo – que en la extensión las cuestiones de poder, las luchas de poder, son ineliminables. Se habla hasta del “deseo de dirigir”. Yo mismo, alguna vez, celebré esos términos que me parece hoy más bien un eufemismo del deseo de poder o del goce del poder. Si ese así llamado deseo de dirigir se encuentra con el de ser dirigido, lo menos que podemos decir es que estamos en un problema. Y no podemos resolver el problema diciendo que el poder es inevitable y menos aún que es necesario para la obtención de un bien, aunque digamos que el bien es el progreso del psicoanálisis o la formación del analista o lo que fuere. Porque estamos ahí en otro discurso y no en la política sino en una política que es correlativa a ese discurso.

La transitada fórmula: el deseo es deseo de deseo, que orienta la intensión, puede sostener en la extensión una política que no sería el lamentable e inevitable agregado que requeriría el psicoanálisis sino la política del psicoanálisis, la política que el psicoanálisis es.

También el maravilloso neologismo extimidad, podría permitir pensar la extensión como una prolongación de la  intimidad, no de las personas sino de la  experiencia de la  intensión; prolongación, para valerme de aquella  antigua fórmula, por otros medios.

Me parece que fue llevado por este término extimidad que me encontré con este artificio, con extinsión con s. Me resultó apto para decir esta conjunción-disyunción que sitúa intensión y extensión continuándose la una en la otra. Eso contribuiría a que el psicoanálisis, Lacan dixit, pudiera andar sin vencer, en otros términos, no extinguirse. nb

 

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio