jueves, 18 de agosto de 2011

extensión, intensión, teoría, institución…

Me interesa un punto. Un punto muy elemental frecuentado y fatigado en la jerga, en nuestra jerga. Me refiero a ese punto en el que el significante sustituye a otro significante en el eje vertical llamado metafórico o bien en el pasaje de un significante a otro “horizontalmente” en el eje que se llama metonímico.
Lo tomo sin ninguna pretensión teórica, como una simple referencia, como un modo de decir, como apelación a una terminología que puede ser nuestro lugar común.
Me sirve para plantear un problema que es serio: el del metalenguaje en psicoanálisis, problema central en lo que llamamos extensión.
Cómo se pasa de la intensión a la extensión. Machacamos con esto, pero hay que recordar que lo planteó Lacan como una cuestión crucial a raíz de la cual propuso el dispositivo del pase.
Es el problema de la experiencia y lo que ingenuamente podríamos llamar su “comunicación”.
Puede formularse en términos de cómo se habla de lo que se hace – yo hice recientemente en ipba un comentario sobre Picasso que titulé “Cómo hablaba Picasso de lo que hacía” – o cómo decir de lo que se hace.“El decir o el hablar de la práctica”. El genitivo bascula sin forzarlo demasiado a “es la práctica la que habla” y como partitivo el de precisamente no totaliza: es, de eso, algo. Mientras que si dijéramos sobre supondríamos ya una altura desde donde se habla, completamente solidaria de la idea aérea o cristiana tal vez de elevarse a la teoría.
Es lo que usualmente se hace.
Teoría o “ensayo”. Seguramente no son lo mismo. La teoría gusta de la generalidad. Quizás se eleva por eso: para poder ver lo que se llama el universo. El universo de casos, como se dice.
La teoría toma rasgos, aclaremos: comunes. Abstrae, generaliza, distingue lo aleatorio y contingente de lo necesario, desecha lo primero jerarquiza lo segundo y lo ordena, a fin de establecer reglas, luego leyes.
En fin, es difícil encontrar algo más contrario al psicoanálisis que la teoría. No es que no la haya pero le es tan contraria que Freud exigió olvidarla como condición para practicar el psicoanálisis. Caso único pues toda teoría tiene su práctica y toda práctica su teoría. Lo cual demuestra que práctica en psicoanálisis no tiene nada que ver con esa dupla práctica – teoría o, habría que decir, ese triplete, práctica-teoría-técnica.
Vuelvo entonces al pasaje de un significante a otro. Y propongo que artificialmente ubiquemos en uno y otro respectivamente, intensión y extensión. Cómo se pasa de uno a otro. Si es que hay pasaje, si es que tienen algo que ver intensión y extensión – y se supone que tendrían que ver, en tanto está el psicoanálisis ahí, acoplado a una y otra.
La referencia al par significante permite aventurar si la relación de la extensión con la intensión es metafórica – si la extensión es o puede ser una metáfora de la intensión – si es metonímica – si la “representa” o puede representarla como la parte al todo, o como fragmento o como un resto o un desprendimiento, términos que Lacan gusta adosarle a la metonimia o a lo metonímico. O si es forclusiva: si la extensión puede forcluir la intensión.
Me parece que la teoría en el lugar de la extensión forcluye el psicoanálisis como práctica. E interpreto que la indicación freudiana de la atención flotante encuentra en eso su razón de ser.
También he pensado: quizás no es que la teoría forcluye. Todos estamos ya advertidos que es la fórmula que Lacan emplea para la ciencia: forcluye al sujeto. Pero teoría no es necesariamente ciencia ni viceversa. Quizás la teoría apenas soslaya al sujeto en su enunciación, en fin, en su relato. Y quizás también por eso la proliferación de síntomas en las sociedades psicoanalíticas tan aplicadas a la teoría.
Pensar en la metáfora, en que la extensión sea metáfora de la intensión, podría abrir caminos. Primero haría lugar a la singularidad. Elude la idea de extensión como teoría y también como crónica o como explicación o enseñanza de la práctica. La explicación, el metalenguaje no es más que la metáfora fallida, un pasaje a lo que en el grafo Lacan llama la vertiente más plana y más pobre de la palabra.
La teoría homogeneiza y crea un campo de identificación que seguramente no es necesario al psicoanálisis ni a quienes lo practican para practicarlo.
Ni qué hablar del campo de identificación que promueve “la institución” a la que se “pertenece” especie de nominación o de suplemento añadido al nombre: soy, es, somos - hay abundancia de ser en todo esto - fulano de tal es de esta o aquella institución.
Después está la pertenencia al revés, digamos, no aquellos que pertenecen sino a los que la institución les pertenece. Se sabe que en cada institución hay palabritas claves que permiten localizar a quién habla. Suelen ser precisamente las del líder o maestro. Todo esto es también muy humano, es una necesidad humana sentirse alojado en una institución. Pero hay que decir que el psicoanálisis no es muy humano y tiene más que ver, para tomar un término de Clarice Lispector, con lo que hay de inhumano en lo humano.
La metáfora por otra parte además de abrir la significación y hacer lugar a la multivocidad, en eso mismo hace lugar al sujeto, contrariamente a las teorías, que precisamente reducen la experiencia a lo inequívoco y unívoco y aspiran, aunque hablen del sujeto o la subjetividad, a eliminar a ambos en su formulación.
La teoría y el ensayo (aquí se podría aproximarlos) sin ser necesariamente científicos – y en ningún caso lo son, tratándose de psicoanálisis – aspiran a soslayar al sujeto de la enunciación. El ensayo en todo caso es un relato y suele ser más chato cuanto menos se asume como tal: como relato y como género literario. En su aspiración a enunciados inequívocos y desubjetivados, cree “enriquecerse” exactamente ahí donde se empobrece, cuando vuelca hacia los significados establecidos.
Yo creo que lo que pone en juego la experiencia poética y la experiencia artística no es ajeno a lo que puede poner en juego la experiencia analítica. Que el testimonio de un artista pueda evocar – y anticiparse – a la experiencia del sujeto de y en un psicoanálisis “sin haber leído o – me chirrian los dientes al decirlo – estudiado psicoanálisis”, testimonia que el decir de la experiencia es homogéneo con la experiencia misma, que es una experiencia de decir.

No se trata, como estúpidamente argumentan algunos, de “caer en la asociación libre” en la extensión, sino de recordar que el “bien decir” también cuenta en la extensión donde el decir precisamente ha quedado capturado y congelado en todos los síntomas de la época. Y que la intensión se sucede en la extensión en campos transferenciales diferentes en los que se continúa hablando.

Tomemos la difundida frase de Freud: el uso del psicoanálisis como psicoterapia es sólo una de sus aplicaciones, quizás no llegue a ser la más importante.
Hoy no emplearíamos algunas de estas palabras pero no sería muy desatinado entenderlas en el sentido de que la intensión no es sino un momento, un modo, también una apariencia que toma el discurso analítico; una modalidad de su práctica como discurso que no excluye otras. No se trata, cuando hablamos de extensión de decir: bueno, ahora psicoanálisis, pero con un poquito de discurso amo, porque somos humanos y eso es inevitable: “siempre estarán los intereses”, “el afán de poder”, “no somos santos” y todas esas encantadoras afirmaciones. Se trata de que el psicoanálisis como práctica de discurso no es ni el diván ni la luz cálida y atenuada del consultorio donde, por otra parte, también entran con el paciente “los intereses”, “el narcisismo” y todo “lo humano”. El psicoanálisis como discurso quiere decir un modo en que se ordena el hablar.
Es en esta línea que entiendo la observación de Susan Sontag en aquél artículo “Contra la interpretación”: en lugar de una hermenéutica necesitaríamos una erótica del arte.
Se trata justamente de una objeción a la crítica de arte concebida como metalenguaje y es un llamado a no cambiar de discurso o de pista como se dice más llanamente, cuando se habla de lo que se hace. En otros términos, continuar, ser leal a las coordenadas mismas de eso que supuestamente se está relatando, no desactivarlo, preservar su espíritu, su alma, su ritmo, su estética, recrearlos incluso, ensayar nuevas resonancias sobre su misma cuerda, ser leales al acto estético hasta la traición y la herejía. nb

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