martes, 3 de junio de 2014

correos XXIII mani

Aquí van unas digresiones. Unas más. La digresión es, en esencia, fragmentaria y eso le permite que la gente seria, que considera la seriedad como un valor, no la tome demasiado en serio. Sin embargo es escurridiza y, como advertían esos verdaderos Otros que años ha supimos tener por acá, disolvente.
Tal vez tenga otra virtud pero, ahora, respecto de quien la practica: fija un poco su propia disgre(ga)ción.

Hay una renegación por parte del psicoanalista de su condición profesional. Con todos los rasgos de la renegación: más la desconoce cuanto más se afirma en ella. Y hay una justificación: hay que ocupar ese lugar del sujeto supuesto saber en disputa con médicos, psiquiatras, curas o lo que fuere “pero a partir de ahí, hacer psicoanálisis.”
Los sofistas por ejemplo, no hacían diferencia entre lo que era su presencia en la vida pública y lo que con propiedad podría haberse llamado su práctica filosófica.
Tampoco la hace por caso el Budismo Zen, tan próximo a la experiencia analítica en muchos aspectos. No hay, por decirlo así, mayor distancia, allí, entre intensión y extensión. La extensión sostiene la austeridad, el despojamiento, que requiere el camino zen y de hecho es indistinguibles de él.
Esta cuestión tiene que ver con la extraterritorialidad o con la desterritorialización.
Se podría zanjar el trajinado tema de la  extraterritorialidad situándola como salida del discurso dominante. Para Lacan sólo el discurso analítico tiene la dimensión del instante o del acontecimiento mientras los otros tres, digamos, el de la permanencia. Me parece que ése es el núcleo de la  extraterritorialidad.
Parecen haber dos modos del cambio social: el bolchevique por así decir, o si se quiere el revolucionario: la lucha por el poder, la lucha contra el poder establecido. Es una guerra, a veces política, a veces militar, pero es algo que cursa al modo de un diálogo, por desbastador que pueda llegar a ser.
Y está ese cambio que ocurre a partir del crecimiento de una corriente social o económica o cultural que se incuba en el interior del orden o del sistema establecido y se extiende y finalmente se vuelve hegemónica. Muchas veces esto último no ocurre y esas corrientes subsisten como núcleos autónomos en diferente grado. En extraterritorialidad. Es el caso de las comunas. Es en cierto modo también, la vía del zapatismo. Y son también los saberes que se alejan de los saberes oficiales o del sistema.
Pero hay una cuestión más sutil y en cierto modo menos fácil de cernir: que es la posición misma frente a eso que se llama el Otro social. Es curioso que las posiciones más radicales son las que más “creen” en el otro social, en su consistencia, consistencia que le añaden con su misma creencia. El Otro social no es ni más ni menos que el orden, el orden que siempre es social. Son las leyes, los códigos y los reglamentos y por cierto los usos y las costumbres dominantes. Pero es también una construcción, la imputación de una unidad que no siempre tiene.
La sujeción al orden social es siempre un efecto fantasmático. La desobediencia es en cambio un gesto a menudo supremo de libertad.
Nuevamente es el artista el que más y mejor logra escapar al orden del trabajo que quizás sea el peor de los órdenes.
También el psicoanálisis debería escapar a eso.
No autorizarse más que de sí mismo es no sólo no autorizarse en el Otro sino tampoco en ese Otro que es la teoría. La teoría, un nombre del Otro.
Todo emprendimiento institucional estará sostenido en un discurso amo.
¿Sólo el “dispositivo” analítico daría la posibilidad del “flash”, de la  irrupción del discurso analítico?
El psicoanálisis vino a ser el retorno del amor, pero el retorno del amor sólo entre dos. Si es más de dos ya no hay acto analítico. ¿Habrá en esto una herencia del acto médico? ¿O simplemente del amor monogámico?
Los análisis grupales siempre fueron considerados un desvío o una impureza. Es curioso que aunque Lacan envistió contra los “efectos de grupo” por lo menos en una ocasión manifestó que no tenía nada contra aquello si era realizado apropiadamente, o algo así.
“Que la extensión esté regulada por el discurso analítico – se dice – es un imposible” Pero es que se trata justamente de sostener ese imposible. Es, me parece, lo que sostiene Foucault cuando a las preguntas por “propuestas” responde: ninguna. El “imposible” lacaniano, por lo menos el de uso corriente, ha tenido el penoso destino de cualquier producto de uso corriente.
¿Qué se dirá cuando se dice: el dinero es un significante? ¿Así se acopian los significantes: uno sobre otro como los billetes? ¿Un billete representa a un sujeto para otro billete? No creo que poner un precio suponga simbolizar algo. Sin duda el dinero está entre el sujeto y las cosas pero no siempre, no para todos del mismo modo.
- Se habla poco del dinero, del dinero como término de la  relación analítica. Término que hace del amor de transferencia un amor muy especial que hizo decir una vez a Pichón Rivière que los analistas eran los cafishios de la  angustia. El analista en cuestión, el que está en cuestión, en el mismo banquillo que el saber, no es la función analista, a la que todos nos avenimos, con mayor o menor suerte y virtudes, gustosamente a hablar. Es el personaje analista, a quien el mismo Lacan no trató demasiado bien.
- ¡Pero no! Escuche. Mais no! Écoutez (tiene más gracia en francés). ¡Esos eran los de la IPA!
 El dinero, oí decir, neutralizaría con su rostro de nada lo imaginario del amor del analizante. ¿Y su función en el analista? Hay ahí una extracción, sino una sustracción. El analista vive de sus pacientes. Como cualquier profesional, se dirá.
El pago sería un instrumento de castración ¡Pero se le paga al analista! No es que se hace desaparecer ese dinero. Se pagará por el objeto, como dice Lacan, pero quien goza de eso que se paga es la persona del psicoanalista.
El dinero, como se dice a veces no sin razón, es un gran ordenador. Y quizás, sí, sea un significante en lo real con toda su potencia enloquecedora.
Es también el gran medio de dominio. Y el ascenso a la escena en los últimos siglos del capital financiero ha permitido visualizarlo.
El dinero es sin duda en el capitalismo el término mayor del lazo social. Dinero a cambio de… fuerza de trabajo, bienes o servicios. Allí entra en principio el psicoanálisis. En la salud mental. Lacan decía: se paga por hablar o más precisamente, se paga por el objeto, por el objeto a. Por supuesto que esto viene enlazado con la idea lacaniana de la  deuda. Idea lacaniana y religiosa. Hay una deuda que se transmite de generación en generación, la deuda al padre.
¿No es el pago el reconocimiento en acto al sujeto supuesto saber?
¿Es así? ¿Lacan decía eso, que se paga por hablar? Me parece que se paga hablando. Y el pago, el pago en efectivo, es por la caja de resonancia, por la escucha, que es falta.
- El maestro Zen no cobra. Lo que se cobra no va al maestro sino al Zen. El maestro optó por la austeridad. Distancia respecto de los bienes y objetos. Temas poco frecuentados. A pesar de abrevar y citar profusamente categorías religiosas, temas bíblicos, no conozco (algunos habrá seguramente) comentarios acerca del voto de pobreza. Está ahí, sin embargo, independientemente de lo que, efectivamente, la iglesia ha hecho con eso. El tema viene por cierto de la antigüedad: Diógenes, los cínicos…
- “¡Pero, precisamente, qué antigüedad!”, podría ser, claro, la réplica.
La cuestión sin embargo, está ahí, en todos los debates, no sólo respecto de la religión o la filosofía. Ha estado y está presente en las discusiones sobre el papel y la función del intelectual cuya versión actual, un tanto empobrecida quizás, gira en torno de la figura del periodista.
La domesticación, la desactivación que sufre cualquier saber al momento de ingresar en los “claustros” universitarios no es del todo ajeno a la condición de empleado a sueldo, de ese burócrata del saber que es el profesor. Como no son ajenos los “elencos estables” y los artistas a sueldo del aplanamiento de su misma creatividad.
Se dirá, como siempre, que aún así hay buenos y malos profesores,  artistas talentosos y de los otros, más allá de su relación contingente con el dinero. Y la cuestión es precisamente esa: que “la relación” con el dinero no es contingente. Y en verdad tampoco se trata de una “relación con el dinero”. La idea de una “relación con el dinero” cuanto menos es la ensoñación de un alma bella que decidiría no contaminarse o bien, lo más habitual, “no pensar en eso”. Pero lo corriente es no hacerlo en voz alta ya que no se lo considera de buen gusto sino en la intimidad donde el avaro que nos habita calcula con fruición.
No hay ninguna relación con el dinero ya que, por lo menos en el capitalismo estamos absolutamente tomados y atravesados por eso. Es un orden – en todos las sentidos (y géneros) del término – de dinero.
¿Y que es el cobro? El término, notablemente, casi no existe en psicoanálisis, como no existe el de oferta siendo tan exuberantes los desarrollos acerca de la  demanda. Se dirá rápidamente: pero es que no hay simetría ni reciprocidad. Pero si no la hay, ¿porqué el dinero va al bolsillo del analista? Cuestiones de la  transferencia, término también de uso bancario.

Un abrazo. Quizá estuvimos un poco "institucionales" en esto de las "vacaciones". No estaría nada mal encontrarnos cada tanto los que estemos. Néstor 

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