martes, 3 de junio de 2014

correos XXVII mani…a

Hola, sigo con la reunión por otros medios. El cruce entre oralidad y escritura – escritura con minúscula, tecleado – me parece interesante, promisorio.
Retomo la objeción de B en relación a la cuestión dinero y psicoanálisis: “Pero tenés que vivir”. “Quiero vivir del psicoanálisis” o algo así. Hubo una objeción de Q al “vivir del psicoanálisis” que me parece que no se escuchó. Yo lo tenía al lado. Lo repitió un par de veces. R: (a mí) “¿vos cobrás (a los pacientes)?” Yo pensé muchas veces – punto recurrente en conversaciones con A –: antes  que traficar con el psicoanálisis – lo pensaba, es cierto,  en relación al psicoanálisis que se trafica – prefiero ganar guita fabricando camisetas.
Pero la cuestión está precisamente en la guita, que nos puso un poco nerviosos. La guita siempre pone nerviosa a la gente.
Podemos decir que equivale a las heces, al niño, al regalo y todo eso. Que es absolutamente cierto. Pero no estamos para darle fundamento teórico al capitalismo. Fundamento psicoanalítico con pretensiones antropológicas. Las equivalencias freudianas son el efecto del discurso capitalista en el cuerpo.
La práctica analítica está sumergida – no estoy diciendo, necesariamente ahogada – en el discurso capitalista que es – diría – el discurso que más y mejor sabe del valor, del carácter absolutamente solidario de los dispositivos con el discurso.
A planteó la relación o quizás la cuestión, discurso analítico – capitalismo como paradoja. Puede ser, habría que pensar también en ese término cuyo uso se ha difundido tanto,  el de tensión: tensión entre un discurso y otro. Pero también en cómo un discurso puede colonizar a otro.
Quizás los términos de territorialidad, de desterritorialización puedan ayudar a pensar estas cosas. El de extraterritorialidad ya estaba en uso en el psicoanálisis antes de Deleuze y Guattari.
La guita introduce la cuestión del intercambio. Es una palabrita que nos gusta, intercambio. Suena a horizontal. Y a democracia. Intercambiamos ideas, puntos de vista, experiencias. Mujeres, decía L. Strauss. Esto por aquello. Eso es el intercambio. Lacan le dio al nada por nada el estatuto de sustento, sustrato, soporte, de todo intercambio. Pero podría bastarse a sí mismo el nada por nada. ¿No estaríamos ahí próximos al amor, a otra especie de amor?¿No estarían, amor y deseo, a su vez, en una proximidad diferente de aquella en la que el primero no aplasta al segundo sino que corre a su paso y lo protege tal vez de esa vertiente gozoza en la que a veces podría  devorarse a sí mismo? ¿No es ésta la caricatura del deseo que el capitalismo ha llevado al zenith y remeda más bien el rostro no trágico sino mortífero, de la  manía.
Un abrazo, n

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