sábado, 30 de noviembre de 2013

correos XXII la experiencia y el tiempo. bataille

Bueno, sigo con estos temas: experiencia, transferencia, intensión y extensión, la temporalidad del análisis. Les mando unas líneas y unos citas de Bataille que vienen a cuento. 
Cada vez más creo que la cuestión de la  transferencia y el análisis hay que centrarla en relación al tiempo.
 Las ideas del análisis como proceso o progreso, las tipificaciones de los “comienzos” y los “finales”, incluida la célebre comparación de Freud con la partida de ajedrez, entrañan especulaciones sobre la experiencia que inevitablemente la sofocan y la distorsionan.
 De hecho, son efectos – en el peor sentido – de la  transferencia. Concesiones, por así decir, a la transferencia.
Las promesas del análisis – o del analista – conforman un espectro muy amplio. Son a veces “clínicas”: de “curación” de la  neurosis o los síntomas o la angustia. No suelen ser explícitas. Se deslizan sutil o más bien disimuladamente, o están implícitas en las intervenciones del analista que, a veces, ni siquiera las advierte. En la extensión se formulan con todas las letras y están dirigidas a la “comunidad”. Otras promesas, ya más “psicoanalíticas” como travesía del fantasma, “pase a analista”, “destitución subjetiva” o la que fuere, están dirigidas a la clientela potencial de la  “formación”. Todas, desde las más obscenas a las más discretas, instalan un teleologismo que es desde el inicio una resistencia cerrada al análisis.
 La experiencia no tiene objetivos ni fines que la antecedan ni criterios que la evalúen o la autoricen por fuera o por encima de ella. Todos ellos: fines, objetivos, valoraciones, autorizaciones son términos que se derivan de la  misma transferencia, es decir, de la neurosis.
 Aquí van los comentarios de Bataille. Son de  “La experiencia interior”. Son un poco extensos pero me pareció que venían muy a cuento y valen la pena:

 “Las presuposiciones dogmáticas han dado límites indebidos a la experiencia: el que ya sabe no puede ir más allá de un horizonte conocido.
 He querido que la experiencia condujese a donde ella misma llevase, no llevarla a algún fin dado de antemano. Y adelanto que no lleva a ningún puerto (sino a un lugar de perdición, de sinsentido). He querido que el no saber fuese su principio… Esta experiencia nacida del no saber permanece en él decididamente. No es inefable, no se la traiciona si se habla de ella, pero, a las preguntas del saber, hurta al espíritu incluso las respuestas que aún tenía. La experiencia no revela nada, y no puede ni fundar la creencia ni partir de ella.
 La experiencia es la puesta en cuestión (puesta a prueba), en la fiebre y en la angustia, de lo que un hombre sabe por el hecho de existir.
 La experiencia interior, no pudiendo tener su principio ni en un dogma (actitud moral) ni en la ciencia (el saber no puede ser ni su fin ni su origen) ni en la búsqueda de estados enriquecedores (actitud estética, experimental) no puede tener otra preocupación ni otro fin que ella misma. Abriéndome a la experiencia interior, he planteado de este modo su valor, su autoridad. De ahora en adelante, no puedo tener otro valor ni otra autoridad. Valor, autoridad, implican el rigor de un método, la existencia de una comunidad.
 Llamo experiencia a un viaje hasta el límite de lo posible para el hombre. Cada cual puede no hacer ese viaje, pero si lo hace, esto supone que niega las autoridades y los valores existentes, que limitan lo posible. Por el hecho de ser negación de otros valores, de otras autoridades, la experiencia que tiene existencia positiva llega a ser ella misma, el valor y la autoridad…
 Siempre la experiencia interior tuvo otros fines que ella misma, en los que se colocaba el valor y la autoridad. Dios, … la supresión del dolor, … el conocimiento. Pero en el caso de que [estas cosas] dejen de ser fines convincentes… ¿deberá parecerme vacía la experiencia interior, imposible a partir de ahora al carecer de razón de ser?... la ausencia de una respuesta … acaba por dejarme un gran malestar… Recibí la respuesta de otro. Planteé la pregunta ante varios amigos, dejando ver en parte mi zozobra: uno de ellos [Una nota al pie confía que el tal amigo era Blanchot] enunció simplemente este principio: la experiencia misma es la autoridad.
 Esta respuesta me apaciguó, dejándome apenas un residuo de angustia como la cicatriz de una herida que tarda en cerrarse.
 … Ir hasta el límite significa que el límite que es el conocimiento como fin, sea franqueado.
 Es preciso captar el sentido desde dentro. [Estos  enunciados] no son demostrables lógicamente. Es preciso vivir la experiencia, no es accesible fácilmente e incluso, considerada desde afuera por la inteligencia, es preciso ver en ella un conjunto de operaciones distintas, intelectuales, estéticas, morales.
 Sólo los medios pobres, los más pobres, tienen la virtud de operar la ruptura. Los medios ricos tienen demasiado sentido, se interponen entre nosotros y lo desconocido como objetos buscados por sí mismos.
 Existe afinidad entre, por una parte la ausencia de cuidados, la generosidad, la necesidad de retar a la muerte, el amor tumultuoso, la ingenuidad amenazadora y por otra parte la voluntad de llegar a ser presa de lo desconocido. En ambos casos, la misma necesidad de aventura ilimitada, el mismo horror por el cálculo, por el proyecto (rostros arrugados, prematuramente envejecidos de los burgueses y su prudencia)

Contra la ascética
 Se alcanza el punto extremo con la plenitud de los medios; es preciso hallarse rebosantes, sin ignorar ninguna audacia. Mi principio contra la ascética es que el punto extremo es accesible por exceso, no por defecto.
 No niego que la ascética sea favorable a la experiencia. Es un medio seguro de desligarse de los objetos: es matar el deseo que une al objeto. Pero es justamente hacer de la  experiencia un objeto. Por la ascética, la experiencia se condena a tomar un valor de objeto positivo…. En la ascética el valor no puede ser la sola experiencia, independientemente del placer o el sufrimiento, es siempre una beatitud, una liberación, que trabajamos para procurarnos. La experiencia en el punto extremo de lo posible exige, sin embargo, una renuncia: dejar de querer serlo todo, cuando la ascética, en ese sentido ordinario es justamente el signo de la  pretensión de llegar a serlo todo.
 Es dudoso si la salvación es objeto de una fe verdadera o si no es más que una comodidad que permite dar a la vida espiritual la forma de un proyecto. [habría que interpelar las especulaciones sobre el fin del análisis en conexión con  esta  perspectiva de salvación]
 Sin la noche, nadie tendría que decidir, sino, en una luz falsa, qué padecer. La decisión es lo que nace ante lo peor y lo supera. Es la esencia del coraje, del corazón, del ser mismo. Y es lo inverso del proyecto (quiere que se renuncie al aplazamiento, que se decida de inmediato, jugándoselo todo: las consecuencias importan secundariamente.
 Hay un secreto en la decisión, el más íntimo, que se encuentra a lo último, en la noche, en la angustia (a la que la decisión pone fin) Pero ni la noche ni la decisión son medios; en forma alguna la noche es un medio de la  decisión: la noche existe por sí misma o no existe.”
En fin, decisión – acto, experiencia – y proyecto – promesa, ideal – suponen dos temporalidades y tal vez dos modos de lazo social. Y hasta, quizás permitan distinguir la posición atea de la religiosa.
 Pueden parecer afirmaciones intemperantes las de Bataille pero son más próximas a la verdad que la ecuanimidad desesperada del especialista (R. Musil dixit en “El hombre sin atributos”).
 Saludos cordiales, n.

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