correos XXV céline
Aquí va un poco de Céline. Seguro que lo conocen. Francia lo declaró “vergüenza nacional” o algo así al final de la segunda guerra. Había escrito unos textos rabiosamente antisemitas que los nazis imprimieron y distribuyeron de a miles durante la ocupación. Se salvó de la horca por un pelo. Escapó a Dinamarca, ahí lo encarcelaron pero no lo deportaron y finalmente Francia lo amnistió. Estos fragmentos están sacados de Conversaciones con el profesor Y que escribió justamente tras su vuelta a Francia. El tipo tiene de todos modos una agudeza y un talento que no pueden negárseles y es eso lo que ha mantenido una polémica en torno a su figura que todavía continúa. Tiene un estilo de diatriba y de injuria que deja a la vista en cualquier momento su pendiente facha. Se queja amargamente por haber sido ninguneado o discriminado por la crítica adocenada (como diría Lenin) pero es manifiesto que se superpone con eso el (justo) desprecio y persecución de los que fue objeto por su antisemitismo.
Hace un momento leí un par de notas en el ADN de La Nación, una sobre Burroughs en la que éste afirma que la novela es un género pasado de moda y otra de M. Negroni en el que objeta, tomando apoyo en I. Bachmann, la distinción entre novela y poesía (se trata por lo demás, esa nota, de una escritura exquisita a la que podría suscribir de comienzo a fin). Estas cuestiones son un poco el eje de Ojo de rapiña, el libro de Sánchez, y la verdad, es notable la anticipación de Céline.
Céline objeta la novela como mero relato. El cine, dice, vino a barrer con eso: todas esas descripciones de la novela clásica, las hace mejor el cine (aunque a su turno va a cuestionar al cine mismo en esa función). Lo específico de la literatura no es contar nada. La literatura tiene que honrar su instrumento. Debe ser poética o no ser.
Quizás estas cuestiones no son fáciles de plantear. Hemos sido formados, amasados, en el valor del mito (individual, histórico, familiar, literario), en la neurosis misma como un mito y un relato. Y aún el psicoanálisis, no pudo escapar de instalar su propio relato “normal”, su buen relato, lo que inevitablemente lo empujó hacia una moral – conservadora como cualquier moral, aunque penosamente conservadora por lo que se esperaba del psicoanálisis como liberador precisamente (qué diría un surrealista de la primera hornada si contemplara este psicoanálisis de hoy). Sánchez, con mucha agudeza alude a la interpretación como moraleja, apuntando a esa raíz moral que yo al menos, nunca había advertido.
Por otra parte, es éste un momento en que asistimos a la rehabilitación del “relato”, a un regreso de la historia y de la política misma como relato (aunque ayer Cristina decía: esto que hicimos, esto que estamos haciendo – en definitiva esto que ocurre, los actos políticos – no es ningún “relato”), como reacción seguramente al relato liberal que agita el fin de los relatos en favor de la “pura realidad” que seguramente es el peor, el más opresor de los mitos . La realidad que importa no es tributaria de ningún relato, sino de sus grietas y desfallecimientos, de sus momentos de viraje y de caída. Y es en este punto que estas cuestiones son las mismas que se juegan en el psicoanálisis y en un psicoanálisis. Hace ya unos cuantos años, en la ipba de entonces, pusimos en cuestión el “historial” para hacer foco en esos momentos de caída, de destitución. Pero el valor agregado era que también el relato de ese acontecimiento estaba sujeto al mismo principio.
El relato tiene vocación de sistema. No soporta interrupciones. Por eso las disertaciones tienen que tener comienzo y fin. Si no, puede perderse el “encanto” o lo que sería más peligroso, el hilo, la coherencia. Esta necesidad de orden y sistema colonizó el análisis mismo que debía tener también inicio y final claros y establecidos, y aún tipos de inicios y de finales.
Pero volviendo al texto de Céline. Este mérito – que él mismo subraya, “mi truquito”, dice – de hacer latir en la escritura algo de la oralidad no podría resultarnos indiferente. Él lo plantea como una técnica, lo llama emoción. No es la palabra que uno elegiría pero eso no importa demasiado. Es en todo caso un trabajo sobre el lenguaje y sobre sus signos: las exclamaciones vertidas a saco, los puntos suspensivos todo el tiempo. Es un modo, el de él en todo caso, de exorcizar la escritura o de sacudir por lo menos un poco el cadáver, o de volverla apta para alojar eso que parecería que (la escritura) necesitó rechazar: la emoción, sí, pero antes que nada una temporalidad en la relación del sujeto con la palabra y con el otro – se puede, como se escribe, hablar sólo, es cierto, pero eso es ya otra cosa - que es lo que se experimenta como “emoción”.
Y está también en Céline esa lucidez, esa referencia a la Academia que termina engulléndose todo, por supuesto luego de esterilizarlo. No le doy treinta años…dice por ahí. Algo parecido pronosticaba Lacan para sus propios inventos ¿no?
Conversaciones con el profesor Y.
- Soy un pequeño inventor, señor.
- No me diga!
- ¡Pequeño inventor, sí señor! … ¡de una cosita!... ¡sólo una cosita!... ¡no envío mensajes al mundo! ¡yo no, señor! ¡no lleno el éter con mis pensamientos! ¡yo no, señor! ¡no me emborracho con palabras, ni con oporto ni con mensajes a la juventud! ¡no cogito para el planeta!... ¡sólo soy un pequeño inventor y de una cosita muy chica! ¡que pasará por supuesto! ¡como todo lo demás! ¡como el cuello postizo! ¡conozco mi ínfima importancia! ¡pero todo antes que las ideas! … ¡las ideas se las dejo a los charlatanes! ¡todas las ideas!... ¡a los cafishos, a los confusionistas!
- ¿Usted inventó algo? … ¿qué invento?
- ¡La emoción en el lenguaje escrito! … el lenguaje escrito estaba seco … soy yo el que le devolvió emoción al lenguaje escrito!... ¡como le he dicho!...¡un lindo trabajito, se lo juro!...¡el truco, la magia! ¡que cualquier tarado pueda hoy en día emocionar “por escrito”! ¡no es nada! … ¡es ínfimo pero es algo!
- Usted es grotescamente pretencioso.
- ¡Ciertamente! ¡ciertamente!... ¿y?... ¡los inventores son monstruosos! ¡sobre todo los pequeños inventores! ¡La emoción del lenguaje hablado en lo escrito! ¡Reflexione un poco profesor!
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