martes, 3 de junio de 2014

correos XXVI. transferencia, edipo

Hola amigos, les mando unos primeros apuntes sobre el tema. Es sólo para que vayamos calentando los motores. Cada uno discute como quiere y puede. A mí me gustaría hacerlo en los bordes de un discurso que es de borde, o en los fundamentos, de cuya interrogación continuada depende ese discurso, no para “crecer” sino para sostenerse. En todo caso no me interesa “profundizar” y le ruego al Altísimo me libre de esa empresa para la que felizmente no estoy preparado. Hay gentes más profundas que yo y más profundizadoras, que además, tras profundizar formalizan y sistematizan. Con lo cual puedo ahorrarme todo eso sin remordimientos y de paso tomar distancia de terminologías de dudoso gusto.
La transferencia es el amor. Sin duda es de donde hay que partir. Volver a partir.
Hay cantidad de teorías sobre el amor a las que por cierto habría que considerarlas más bien testimonios.
Discursos tal vez. ¿Hay discurso amoroso? ¿Discursos amorosos? ¿Hay lugar para el amor en un discurso?
La sola idea de J. Allouch de inventariar los amores, los “tipos” de amor practicados y mentados en el curso de la historia es de por sí encomiable y sobre todo su afirmación de que no hay teoría del amor. Por lo menos en Lacan. Yo diría: como haber, hay teoría de todo y en general no sirven para nada. Pero la afirmación de Allouch viene a cuento porque en el psicoanálisis hay teorías del amor para todos los gustos, “lógicas de la  vida amorosa”, “estructuras del amor”, “articulación con el deseo y el goce”, etc. etc.
El problema de las teorías es que después se ponen “en práctica”. Se “instrumentan” como se dice. Se hacen “maniobras”, Lacan dixit. Maniobra, manipulación… El lugar del maniobrador o maniobrero queda allá, más allá, operando…
Volvería a partir entonces del amor como “movimiento” hacia el otro, como lazo, o como identificación, aunque cada término no tiene porqué coincidir con el otro. Como investimento o investidura, como libidinización si quieren, hasta como simpatía. Y por supuesto incluyendo a los contrarios (odio, antipatía, etc)
Es el amor amoroso, si vale el pleonasmo. O el amor enamoramiento. “Imaginario”, como se dice a veces. El “odioenamoramiento”.
Es un amor que gusta de la  monogamia. No sólo “hace uno” sino que busca lo que se presenta como uno. Se “ama” una mujer, un hombre, un amigo, una idea, un país.
Y también un hijo, una madre, un padre. Y después, claro, viene el analista, la transferencia en sentido estricto.
Bueno, esto es el amor. Gusta del cuerpo, es verdad, pero se las arregla también sin él. Por otra parte ¿qué es el cuerpo? ¿Es el contacto, la proximidad, la presencia? ¿Pero qué quiere decir, hoy, presencia? También hay hoy, no una fragmentación sino una multiplicación de los imaginarios en ese campo que llamamos virtualidad que obliga a cuestionar otra vez qué es una presencia.
Este amor, éste, fue señalado por Freud, genialmente, hay que decirlo, como obstáculo, como resistencia. Como resistencia en general y en particular al análisis. Lo que corre en línea con esa otra también sorprendente definición de los neuróticos como  “hambrientos de amor”.
Tampoco hace falta detenerse mucho en el amor como “enfermedad”, cuestión abordada largamente por filósofos y escritores de diversas especies, con humor, ironía y … verdad. Si la neurosis se vale del amor alguna afinidad los aproxima.
Pero el acento hay que (releo este cacofónico “hay que” y corrijo: yo preciso ponerlo ahí)  ponerlo en lo uno  que se ama y lo uno que se procura con lo que se ama en el sentido de hacerse uno con él.
Ese hacerse uno, ya sabemos, viene del Edipo, de la  madre, el falo y todo eso. Y también, por supuesto del amor al padre. Por eso, después, la transferencia. Que claro, es edípica. Es a uno. Se dirá que hay un sepultamiento del Edipo, que son tres y hasta cuatro, contando al falo. Pero aún en caso que lo hubiera (tal sepultamiento), no parece ser del todo el (caso) del neurótico – retorno de los muertos vivos – y  en cualquier caso su anhelo es hacerse uno con la madre o con el falo o aún con el padre.
Así, la transferencia es el Edipo, y el “dispositivo”, antes que se diga una palabra continúa esa transferencia y ese Edipo. Es palabra de Freud.
El análisis es “individual”. Monogámico (o mono-maternal o mono-paternal) Son  inconcebibles varios análisis a la vez. Ha habido casos, infidelidades, ocultas por motivos institucionales como en el matrimonio.  
El análisis es con UN analista porque es heredero del Complejo de Edipo o de la  relación con el médico o el psiquiatra, que con el maestro, el gobernante, el cura, integran el stock de “figuras paternas” que el discurso social instituye. Es decir que por vía directa o indirecta llegamos al Edipo.
Pero ocurre que el Edipo mismo es un hecho de discurso. No me refiero a la teoría freudiana que es uno de los efectos posibles de ese discurso. Es, exagerando un poco, su comentario, o por lo menos un comentario particularmente relevante. Me refiero al discurso que instaura al hijo como hijo. Y por supuesto a la mujer, al hombre, al matrimonio. Hechos de discurso y no condiciones para el surgimiento de “lo simbólico”.
Bueno, entramos, está claro, a toda vela en las objeciones deleuzoguattarianas o guatarodeleuzianas cuyo silenciamiento en el psicoanálisis a sido ostensible y atronador.
Lo cual, para un discurso que siempre ha querido sostenerse en el borde mismo de la interrogación y puesta en cuestión de sus propios términos, es, como fenómeno, interesante. Preferimos – también le ocurre salvando las distancias al kirschnerismo con los ataques de la derecha y las objeciones que pueden venir de una  izquierda lúcida, libertaria – polemizar con los cuestionamientos más burdos de un racionalismo o un conductismo de “actualidad” – nos la pasamos agitando esas polémicas – que hacer lugar a lo que de verdad puede interrogar los fundamentos de la  práctica del análisis.
Saludos, espero – y estoy seguro – que este inicio (que por otro lado no del todo tal) motivará respuestas, pero ojalá, sobre todo,  otras preguntas y objeciones. Nos vemos el viernes, Néstor.

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