correos VIII masas
Amigos, me
resulta siempre auspicioso que las reuniones no transcurran de espaldas a lo
que ocurre. Esto independientemente de las torpezas o limitaciones que podamos
mostrar en el tratamiento o la simple consideración de lo que sucede. Que
ensayemos el conversadero (¿al que habría que situar próximo al baverdage, no?) no significa que sea pura
cháchara, que carezca, como nos gusta decir, de consecuencias. Más bien lo
contrario, la libertad de la conversación es lo que les hace lugar a esas
eventuales consecuencias.
A las
diferencias, manifiestas, yo creo que no cabe interpretarlas ni “resolverlas”
con la discusión. Me parece, más bien, que es suficiente permitir que se
repitan, es decir admitirlas y si es posible, no molestarse ni fatigarse
por ellas. Estos sentimientos pueden ser derivaciones de alguna angustia
por las diferencias o los desencuentros. No por ellos en sí, sino porque,
siempre, admitirlos requiere cierto trabajo.
Quiero decir
algo entonces, en referencia a la cuestión de las masas, surgida precisamente
de la última reunión, que es el tema de los correos que enviaron R y C y
también a lo que ocurrió en el medio: la invitación de C a la reunión sobre
Dios, el sujeto, etc. En referencia al al texto, al tema mismo de la
invitación y a lo efectivamente ocurrido ya que estuvimos todos allí.
En primer
lugar me parece que está claro que al psicoanálisis no cabe solicitarle
ningún saber porque no lo es. Al contrario, custodia la posibilidad de no
saber. Si de todas maneras se quiere llamar a esto un saber… cada quien llama
las cosas como más le gusta (saber socrático, ignorancia docta o lo que sea)
pero establecer la distinción me parece de utilidad pues no es un saber que se
aplique a nada. El problema del “psicoanálisis aplicado” no es que se aplica a
“otros campos”, es que se aplica. Y cada vez que el psicoanálisis se aplica,
aunque sea al sujeto, a la subjetividad, o lo que se considere de su propio
“ámbito” ya no es psicoanálisis. J. Jinkis se refiere con mucha precisión a
esto: a los que quieren perimetrar el “campo” del psicoanálisis como se hace
ahora con las plazas. E inversamente, sugiere meterse en cualquier “campo” sin
pedir permiso. (Lo de
“campo” lo pongo yo, porque me gusta la resonancia quilombera que tiene). Si
cabe meterse donde sea o con lo que sea, es justamente porque el psicoanálisis
no es un saber sino un modo de relación o no relación con el saber que
necesariamente objeta. Es por eso que no nos interesa lo “interdisciplinario”.
De modo que mal podríamos ser “la pata psicoanalítica” (que siempre suena como
la quinta pata) de ningún saber o proyecto. Creo que el psicoanálisis puede más
bien señalar cada vez la pata que falta - porque siempre falta –, el punto, el
momento de esa falta, el riesgo, la fecundidad que conlleva, etc.
Entiendo que en eso Foucault es radicalmente psicoanalítico cuando responde a
los que tras sus criticas le piden propuestas: ¿propuestas?
Ninguna.
Creo que el
problema con la masa o “las masas” en plural como lo prefiere la tradición
marxista, es que Freud, y también Lacan, siempre la consideraron cohesionada
por el ideal, encarnado en la figura del líder o, como dice Freud,
notablemente, plasmado en una doctrina.
Es interesante
que Blanchot se sitúa, diría yo, en un punto anterior: dice que lo que tienen
en común, lo que hace de los sujetos comunidad es que todos morirán. Eso
funciona, por cierto, en tanto lo “saben” de algún modo (admitido, reprimido,
renegado o como fuera)
La afirmación
de Blanchot no está lejos de la de Borges: no nos une el amor sino el espanto.
Pero el espanto, si une, es otro modo del amor. De hecho Blanchot insiste en la
amistad como un lazo mediado por la falta, que en él toma invariablemente la
figura de la muerte.
La amistad
puede ser un modo de lazo social, porqué no. Aquí el único que tomó esta figura
– tengo que citarlo de nuevo – fue Jinkis que ciñó el lazo analítico, o
intelectual tal vez, a la amistad. Conjetural es – suele decir – “algo que
hacemos con amigos”.
Por supuesto
la muerte está también en el mito freudiano pero como asesinato del
padre. El espanto es ese. Pero no es el espanto de saberse mortal. A mí me
parece, y entramos en la reunión de EyC, que lo primero lleva a la religión y
lo segundo al ateismo.
Digo sólo dos
cosas en relación a esa reunión.
Respecto de la
invitación, del texto: poner al sujeto en dependencia de Dios es un problema.
¡Es un problema político! Y enfatizo todavía explícitamente los signos de
exclamación. Hay de eso, quién lo pondría en duda. Sin eso no tendríamos laburo.
Pero no es lo que dice
un psicoanalista. No lo digo en el sentido de: "eso no se dice", o
"está mal o equivocado" o "no es psicoanalítico" sino que
cada vez que el psicoanalista dice,
el sujeto no está en dependencia de Dios. Es posible que la afirmación del
texto sea una provocación pero a mí me gustaría despejarla de la interpretación
conformista que justifica lo que sea. No porque el conformismo crea en
Dios sino porque lucra con el asunto, y entonces, sí, cree, aunque cree que no.
“Si la religión triunfará, loco, pongámonos en onda con eso!”.
Respecto de la
reunión en sí misma, me parece que todos los intentos de C. de hacer de
la reunión algo que tenga que ver con lo que le interesaba y nos
interesaba, chocó permanentemente con la obstinación de su acompañante en
“seguir el seminario”, trazar flechas en la pizarra, organizar la exposición,
etc. etc. y bloquear de hecho el diálogo y la conversación. Una pena, sobre
todo porque me parece que tiró puntas interesantes con las que no podemos más que
estar de acuerdo en relación al teoría, al psicoanalista, al análisis, pero no
puede salir del formato. Y ahí, como diría Freud, va a parar toda la
resistencia. Me fui antes del final, quizás esto se revirtió pero no
tenía pinta.
Un saludo, nos
vemos, n.
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