Contra la
transferencia.
La
transferencia ingresó al psicoanálisis como resistencia. Esto no es ninguna
novedad. Lacan lo subrayó reiteradamente. Freud celebró, también lo sabemos, la
emergencia de la transferencia pues pasó a ser, dijo, instrumento fundamental
de la cura. Lo fue a través de la interpretación de la transferencia
recurso que como también lo sabemos no hizo más que intensificarla. La
transferencia quedó confundida con la repetición – confusión que también Lacan
señalaría – repetición en la transferencia del amor edípico. El aquí y ahora de
la transferencia, su interpretación sistemática fue catecismo en el
análisis kleiniano pero está en Freud con todas las letras.
Lacan
distinguió la transferencia imaginaria de lo real en juego en la transferencia
al paso que se deslizaba de un modo imaginario del amor a lo real del amor. La
transferencia quedó entonces como un anudamiento que implica al objeto a, y
todo eso. Detesto estos recitados de teoría, vicio histórico para entenderse o
creer que uno se entiende, pero quizás sirven para ir más rápido hacia donde
quiero ir: a esto último se lo puede llamar también transferencia pero sin duda
es discurso. Es la fecundidad misma de la asociación libre y de la
experiencia del análisis, a ras ahora, no de la repetición de los afectos
y los clisés edípicos sino de la estructura misma o de su falla que en
esencia es lo mismo.
El término
transferencia ocupó un lugar destacado en los lazos entre psicoanalistas,
especialmente en los lazos institucionales en los grupos lacanianos. Por un
lado se tomó el término transferencia de trabajo usado una vez por Lacan en el
Acta de fundación de la EFP. Se le dio un uso variado, como condición de
la transmisión, como condición del mismo trabajo – idea de la institución
como centrada en el “trabajo”, que está presente en la misma Acta de fundación.
Se dijo que continuaba el “trabajo de transferencia” tras el análisis, ahora
con la institución, etc.
No sería
ocioso recorrer esas elaboraciones, generalmente guiadas por una necesidad de
justificación teórica del orden existente. Pero en los hechos “transferencia”
en los grupos, en lo que se llama genéricamente la extensión, es más bien un
eufemismo: designa tanto lo que se conoce como transferencia imaginaria o amor
de transferencia, simpatías, afinidades, reconocimientos, como las
conveniencias compartidas, los intereses (en ese sentido más amplio del
término) comunes. En relación a los más jóvenes, transferencia es el
reconocimiento hacia el sujeto supuesto saber. La promoción de ese
reconocimiento es la empresa grupal, institucional o unipersonal a la que
el campo psi se consagra como pilar de los ingresos económicos. Por cierto eso
no tiene nada que ver con el sujeto supuesto saber del psicoanálisis, ni con el
sujeto ni con el saber psicoanalíticos. Es otro saber, es el saber
universitario que J.A. Miller blanqueó en realidad cuando recurriendo
graciosamente a un jueguito de lenguaje dijo que en la extensión el analista
tenía que pasar del saber supuesto al “expuesto”. Le agregaríamos para
completarle la construcción que también el sujeto supuesto pasa a ser
“expuesto” para terminar con el asunto y decir que la transferencia es al señor
que sabe y si hay más de uno, al que sabe más (eso más algunas astucias se ordena
en pirámide) Es la transferencia del infeliz neurótico a quien se le da
todo el saber que pide y por las dudas un poco más, y por supuesto el amor
de quien se lo dispensa. Es una maquinita que funciona y en la que se
cree mucho o poco – con el tiempo cada vez menos – y cuando ya se han avanzado
varios peldaños en la pirámide todavía se cree algo, pero ya de otra
manera. Es el gran pasaje
en el psicoanálisis lacaniano: del discurso histérico al discurso del amo, de
la ingenuidad neurótica al cinismo canalla.
Es esta
transferencia – tanto el término como su realidad – acomodaticia,
complaciente, más bien amorfa y chicle pero eficaz y promovida con precisión y
sistemáticamente la que impera en la mayor parte de los grupos.
Esta
transferencia se aproximó naturalmente a la idea de privacidad. Y, adelantemos, si hay un origen, un
modelo y un paradigma de privacidad, (que por supuesto no excluye a menudo la
obscenidad) es la familia.
La privacidad,
por supuesto, impera en la consulta privada. “Particular”, así se le dice.
Siempre se ha insistido en este punto donde el consenso, notablemente, es
absoluto en el mundo psi: la importancia de la privacidad, opuesta como
es lógico a lo público, donde “no es posible el psicoanálisis puro sino tan sólo
una psicoterapia”.
Esta
importancia de la transferencia privada – porqué no llamarla así – se prolonga
a la extensión. La supervisión es también en transferencia; aún en los cursos
es conveniente determinado clima
que también debe ser transferencial. Hay en el mundo psi una verdadera
preocupación por el clima. Y hay una suerte de tensión entre esa preocupación
por la transferencia privada o la “transferencia a privado” y la vocación por
el número, siempre clave en cualquier política de mercado, en donde lo público
acecha. El ideal, el bocatto di cardenale, sería un público privado. Y es esa
tensión la que da su colorido para no decir su comicidad a los anuncios psi. No
es exactamente un síntoma sino un mero afán por disimular con eufemismos
psicoanalíticos una busca desenfrenada de clientela.
Transferencia
se asimiló pues a privado y privado a transferencia. Y una y otro implicaron un
acto de control y apropiación. Y lo público, inversamente, como un campo
siempre en riesgo de volverse incontrolable.
Se hizo equivaler
lo público a la masa. Cuando la masa es un discurso y como tal y como se ha
dicho reiteradamente, puede funcionar con dos personas. Y el desafío
precisamente es si en lo público puede instalarse un discurso que no sea el de
la masa.
El psicoanálisis
en tanto discurso y práctica a contrapelo del discurso establecido se aviene
mal al psicoanálisis atenuado de la institución.
Tampoco su
destino es la erudición. La investigación, la reunión de sabios. El gesto
filosófico. Desconfiamos del deseo de saber y preferimos también en la
extensión la práctica orientada a poner en juego el saber del deseo en su
genitivo objetivo: saber que reside en el deseo y aún el saber idéntico al
deseo. El saber-hablar, no saber como verbo – no, por ejemplo, como se dice,
“hablar con precisión” – sino más bien anudado al hablar como sustantivo
compuesto, como se dice: el gay-decir. No para extraerlo y conceptualizarlo (en
ese pasaje se pierde siempre lo mejor), sino para nada, es decir para la
satisfacción, quizá la más lograda por la libre progresión en su trayecto, que
puede esperarse de la pulsión.nb
Etiquetas: contra la transferencia
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