del banquillo al altar
La modalidad que ha tomado la extensión en las instituciones es algo que, por así decir, está a la vista en las instituciones psicoanalíticas. Iba a decir instituciones psicoanalíticas oficiales, pero es evidente que de un modo u otro, todas lo son. La institución como tal tiene un empuje a lo oficial más allá de su éxito. Diría más: la institución, es oficial por definición.
Pero hay otra
modalidad de la extensión, más digna tal vez, seguramente mejor defendida
de esa pendiente a la chabacanería y la vulgar comercialización por la que tan
fácilmente se deslizan las instituciones. Es la del agrupamiento cuyo objetivo
es la teoría y la teorización, la investigación, el saber riguroso, la
conceptualización de la práctica, la “intersección” con otros saberes.
También la enseñanza y la publicación de las investigaciones, la lectura
de los textos en general y especialmente la indagación sistemática de la “obra”
de Freud y de Lacan.
En
primer lugar: plantear la investigación justamente en primer lugar es ya,
tratándose del psicoanálisis, errar el blanco. Porque es lo propio de la
investigación errarlo. El psicoanálisis comienza allí donde se yerra el blanco.
Se argumentará: pero para errar el blanco hay que apuntar . Entonces,
investiguemos. Es éste un argumento homólogo al de alguien que decía: tenemos
que tener institución sea lo que ella fuere, porque sino, “nos quedaremos sin
síntoma”. A esta preocupación cabría responder llevando tranquilidad al
psicoanalista: siempre habrá quien quiera acertar, siempre habrá quien quiera
instituciones y quien quiera investigar . No es ningún deber sagrado del
analista promover el síntoma. Siempre habrá investigadores, “enseñantes” (y
aprendientes, ya que estamos) y pacientes.
Pero no es ese
argumento el que prevalece en quien defiende la investigación, el saber
riguroso, etc. El argumento, implícito o explícito es el de hacer con el saber
inconsciente un meta-saber y un metalenguaje. Extraer del inconsciente y de
la experiencia analítica un saber, extraer su esencia, sus paradigmas,
sus conceptos, para
robustecer, consolidar, hacer progresar su teoría. ¿No es esto acaso lo que ha
hecho Freud y después Lacan?
Convengamos
que es un argumento que tiene ya sus años, para no decir sus siglos. Es el argumento de la ciencia. Quizás sea la
elaboración secundaria de la experiencia científica. Tengo la impresión
que no sabemos demasiado de lo que es la ciencia como experiencia (no como
experimentación). Más bien, frecuentamos el deseo de saber (por el que Lacan situó
la ciencia en contigüidad al discurso histérico) y el discurso obsesivo sobre
la ciencia (su
sistematización, el ordenamiento jerárquico de sus conceptos, su “método”, su
enseñanza y difusión etc.) que es lo que viene a acomodar las cosas después de la experiencia científica como
tal. Es con ello que procuramos dar unos brochazos de cientificidad al
psicoanálisis y lo que en realidad le proporcionamos es técnica, orden y aplicación en las distintas acepciones del
término. Por eso, históricamente, el resultado ha sido siempre más que
mediocre.
Esos saberes
teóricos progresan regularmente de la variación empírica a las
invariantes teóricas, a las “estructuras” y de allí a los “tipos”, a las
clasificaciones y a las grillas en las que el psicoanálisis invariablemente se
ha escurrido.
No hay duda
que se precisan palabras para articular una experiencia y hasta para formularla
como no articulable. Pero esas palabras convendría que permanezcan
contingentes, aptas para sostener hasta donde les sea posible los ecos de la
experiencia, permeables a la función metafórica que está en el extremo opuesto
a la precisión y la remanida rigurosidad teórica. Y no es que no serán
precisas, pues de lo que se trata es de otra precisión, la de la palabra justa
en el sentido en que lo dicen, con perdón de la palabra, los poetas.
Recordemos la carta de Winnicott a Melanie Klein sobre la terminología
analítica.
Subrayar –
como se hace en una página de Internet[1]
- que lo único que quería dejar Lacan a sus discípulos era la rigurosa práctica
del comentario de textos es verdaderamente objetable en más de un sentido.
En primer
lugar, es evidente que no era lo único que quería “dejar” aunque él mismo lo hubiera dicho. Su
recurrencia a las absolutizaciones fue casi una figura de estilo. Tampoco es
fácil decir qué quería dejar Lacan, si quería dejar algo, etc. De hecho, en
otros pasajes de los textos de la página, en mi opinión mejor orientados,
se alude acertadamente, a aspectos más bien complicados de lo que Lacan
efectivamente dejó. La relación con “sus discípulos” precisamente, no es de lo
más logrado de su enseñanza y la lectura de Lacan tampoco precisa de
discípulos. Cuando un periodista que estaba entrevistando a Borges le dijo
“maestro”. Éste le respondió: “no me llame maestro porque nunca he tenido
alumnos”. Posición que lamentablemente no fue la que prevaleció en Lacan. Pero
yendo al centro de la cuestión: de una rigurosa práctica de comentario
de textos[2]
– que seguramente supone
una rigurosa práctica de lectura – es muy difícil que no se siga una exégesis
bíblica. Es muy difícil en esa vía no poner el saber en el altar antes que en
el banquillo. Tampoco parece que rigurosidad o riguroso sean las mejores caracterizaciones de
las lecturas que realizaba el mismo Lacan. En todo caso, está más bien en la
otra orilla respecto de cómo el discurso analítico “lee”.
Pero en
definitiva, lo que está ausente de los textos liminares de esta página de
Internet. es el carácter hablado del saber psicoanalítico y la irreductibilidad
de ese carácter. No se trata de mejorarlo, sistematizándolo, ordenándolo
rigurosamente. No precisa estar a la altura de la ciencia como pretendía Freud
pero tampoco de la filosofía ni del “pensamiento”, como gustamos decir.
Es ese olvido – creo sinceramente que se trata de un olvido – el que dificulta
la pregunta por la extensión y a pesar de querer mantenerla abierta la cierra
con su respuesta: diseño de programa e investigación. Se institucionaliza así
el saber porque al saber mismo se la ha otorgado ya estatuto y consistencia de
institución.
El saber del
psicoanálisis habla, y sigue hablando por boca de un sujeto que no sabe y
continúa sin saber. Eso no tiene arreglo. Quien más decididamente desconoció
esto es J.A. Miller, quien propuso que en la extensión, el saber supuesto de
la intensión, debe pasar a saber expuesto, con lo cual se adultera precisamente el
saber inconsciente y también el sujeto supuesto saber pues se convierte sin más
en señores que ahora saben y aún disputan por quién sabe un poco más. nb
Etiquetas: del banquillo al altar
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio