correos II del banquillo al altar
Hola j! Me gustó mucho tu correo, por cómo planteás las cosas, por la frescura del comentario. Entiendo que la extensión es esto. Poder decir algo de lo que ocurre, de lo que “le ocurre a uno” o más bien, de lo que ocurre con uno o con lo que nombramos “uno”. Los analistas hablan de cualquier verdura menos de lo que les pasa, en el sentido de lo que los traspasa, lo que los atraviesa o les queda atravesado. No se habla, no se habla de la experiencia ni se hace la experiencia de hablar como práctica efectiva de la extensión. Se dan clases, conferencias, “sesiones de lectura”, ateneos, en fin… ya sabemos.
Coincido en la
necesidad de hablar en torno a la práctica, no “sobre” la práctica, porque ahí
ya sonamos. Sería mejor decir, incluso, “bajo”, bajo los efectos de esa
práctica y continuarla en esta otra. La práctica del testimonio que se hacía en
ipba no era un mal intento. Pero quizás, se me ocurre ahora, testimonio, aunque es un término con el que
simpatizamos, se volvía un poco pesado y hacía cree que era algo que había que
“hacer”, que “producir”, que era algo más que ponerse a hablar de algo, o dejar
que algo pueda hablar de una experiencia.
Es una
evidencia que me he vuelto rabiosamente foucaultiano. ¡Estoy contra todos los
“ismos” menos el foucaultismo! Pero bromas aparte: no puedo arrancar ningún
concepto o categoría, ninguna palabra, de su función política. No creo que sea
separable. Teoría, más que cualquier otro, ha sido y es en el psicoanálisis un
término político: esterilizador, disciplinador. Estás interesado en el
psicoanálisis y te mandan a una ventanilla a matricularte (en el posgrado o la
maestría o el “seminario”) y te juntan con el pequeño pelotón de matriculados.
El mismo Lacan los llamaba reclutas, reclutamiento de analistas, decía (y no
parecía que fuera en sentido crítico o irónico). Es la función de la
teoría. No es un mal uso, j. Es el calmante más efectivo para la angustia de
los psicoanalistas. La hace desaparecer junto con el psicoanálisis. La teoría
te devuelve a la tierra firme de los argumentos. A la consistencia. Una teoría que no es consistente no es
teoría. Teoría no es el término que surge de una experiencia o de un discurso,
no es el término que ocurre.
Es lo que hace cuerpo, lo que da coherencia, lo que re-une los términos. Teoría
es – lo mismo que en un análisis, pero más alarmante porque aquí los
psicoanalistas no paran de estimularla – lo que impide, (mientras lo simula)
hablar. Y, secretamente (los alumnos que se inician no son tan tontos y lo
registran), lo que supuestamente autoriza a hablar. Pero la teoría, como es
lacaniana, siempre se autoriza a sí misma y los sujetos se limitan a repetirla.
Es una tranza. Y es, insisto, una política cuya consigna bien podría ser, mal
que le pese a los soviet: Todo el poder al saber! (y por supuesto a quienes lo
representan y resguardan). Es la política del comprensivo paternalismo hacia el
que “sabe poco” por joven o por tonto y anatema o despreciativo ninguneo al que
dice que el saber es otra cosa que lo que los notables dicen que es.
Es, además el
modo en que la experiencia, que es “privada” se hace “pública”. Esto por
supuesto, no se formula así. Lo que decimos es que se trata del “pasaje al
concepto”. A una suerte de universal o por lo menos de “invariable” que de paso
evita “lo personal” o “lo subjetivo”.
Hay una
epistemología que se pretende aséptica pero es autoritaria de cabo a rabo – no
voy a negar lo deleuziano de la “denuncia” – y que casa sin fisuras con la
pacatería de la “privacidad”. La seriedad y la rigurosidad teóricas están
siempre en guardia contra lo que puede derivar en “psicología de grupo”, o
“libre asociación” o confusión entre “el diván y la institución”. Son
formulitas que esconden mal su carácter de amenaza a cualquier intento de
alterar el orden y la seriedad teórica.
Me meto con
esto así, un tanto intempestivamente y con todas las inexactitudes que permite
la vehemencia porque me parece que es imperioso desconstruir, el término va dirigido a c, la escena
lacaniana. Quiero decir, despejar sus presupuestos, sus “inevitables
limitaciones” que nunca son otra cosa que las limitaciones discursivas de
quienes la fomentan.
Coincido
plenamente con la afirmación que Lacan desalentaba el uso de sus términos como
“amuletos intelectuales y los abandonaba cuando se convertían en modelos
facilitadores”1. No es seguro que Lacan
siempre haya hecho eso, pero cuando lo hizo funcionó realmente como
transmisión. Ahora: eso es propio de un discurso y no de una teoría, que se
encarga justamente de proveer modelos facilitadores y jamás abandona sus
términos.
En fin. La
seguimos. Abrazo, n
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