domingo, 16 de junio de 2013

correos IX thomas szasz

Aquí van algunos fragmentos de Ideología y enfermedad mental. Nada que no se sepa - tampoco rigurosidad de estilo o de discurso -  pero, me parece, con sencillez y claridad destacables.


En el meollo de casi todas las teorías y prácticas psiquiátricas contemporáneas está el concepto de enfermedad mental. Un examen crítico de este concepto es, pues, indispensable para entender las ideas, instituciones y procedimientos psiquiátricos. 
Mi objetivo en el presente ensayo es preguntar si existe eso que se denomina enfermedad mental, y sugerir que no existe. 
Por supuesto, la enfermedad mental no es una cosa u objeto material, y por ende solo puede existir en la misma forma en que lo hacen otros conceptos teóricos. Sin embargo,es probable que las teorías muy difundidas se presenten tarde o temprano, a los ojos de quienes creen en ellas, como «verdades objetivas» o «hechos». En determinados períodos históricos, conceptos explicativos tales como las deidades, las brujas y los instintos parecían ser no solo teorías 
sino causas evidentes por sí mismas de un vasto número de fenómenos. En la actualidad, la enfermedad mental es concebida en buena medida de manera análoga, vale decir, co-
mo la causa de una cantidad innumerable de acontecimientos diversos. A manera de antídoto contra el uso complaciente de la noción de enfermedad mental —como fenómeno, teoría o causa evidente por sí misma—, preguntémonos: ¿qué se quiere decir cuando se afirma que alguien padece una enfermedad mental? En este ensayo procuraré describir los usos principales del concepto  deenfermedad mental, y sostendré que esta noción ha perdurado más allá de toda la 
utilidad que pueda haber prestado para el conocimiento, y que ahora funciona como un mito. La noción de enfermedad mental deriva su principal fundamento de fenómenos como la sífilis cerebral o estados delirantes —intoxicaciones, por ejemplo— en que las personas pueden manifestar determinados trastornos de pensamiento y de conducta. Hablando con precisión, sin embargo, estas 
son enfermedades del cerebro, no de la mente. Según cierta escuela, todas las llamadas enfermedades mentales son de este tipo. Se supone que en última instancia se hallará algún defecto neurológico, quizá muy sutil, que explique todos los trastornos de pensamiento y de conducta. Son muchos los médicos, psiquiatras y otros científicos contemporáneos que tienen esta concepción, la cual implica que los trastor- 
nos de la gente no pueden ser causados por sus necesidades personales, opiniones, aspiraciones sociales, valores, etc., de 
índole conflictiva. Tales dificultades —a las que podríamos denominar simplemente, creo yo, problemas de la vida— se atribuyen entonces a procesos fisicoquímicos que la investigación médica descubrirá a su debido tiempo (y sin duda corregirá). 

...al buscar alivio para sus responsabilidades morales, el hombre mistifica y tecnifica los problemas que se 
le plantean en la vida; y, por otra parte, la demanda de «ayuda» así generada es satisfecha ahora mediante una tecnología de la conducta que se muestra muy dispuesta a liberar al hombre de sus cargas morales tratándolo como un enfermo. Esa necesidad humana y la respuesta técnico-profesional a ella conforman un ciclo autónomo que se asemeja a lo que los físicos nucleares denominan una reacción autogeneradora: una vez iniciado y después de alcanzar una etapa «crítica», el proceso se nutre a sí mismo, trasformando más y más problemas y situaciones humanos en 
«problemas» técnicos especializados que deben ser «resueltos» por los llamados profesionales de la salud mental.

La interacción dialéctica de las tendencias o temas opuestos de la libertad y la esclavitud la liberación y la opresión,la competencia y la incompetencia, la responsabilidad y la licencia, el orden y el caos, tan esenciales para el crecimiento, vida y muerte del individuo, es trasformada por la psiquiatría y campos conexos en las tendencias o temas 
opuestos de la «madurez» y la «inmadurez», la «independencia» y la «dependencia», la «salud mental» y la «enfermedad mental», la «cordura» y la «locura». Pienso que todos estos términos psiquiátricos son inadecuados e insatisfactorios, pues desestiman o soslayan el carácter esencialmente moral y político del desarrollo humano y de la vida 
social. De este modo, el lenguaje de la psiquiatría priva de su índole ética y política a las relaciones humanas y a la 
conducta personal.

La conquista de la existencia humana, o del fenómeno de la vida, por parte de las profesiones relacionadas con la salud mental comenzó con la identificación y clasificación de las llamadas enfermedades mentales y culminó en nuestros días con la afirmación de que la vida toda es un «problema psiquiátrico» que la ciencia de la conducta debe «resolver».Según los voceros más prominentes de la psiquiatría, este proceso ya ha terminado. Por ejemplo, Howard P.Rome, 
consultor sénior en psiquiatría de la Clínica Mayo y ex presidente de la Asociación, Psiquiátrica Norteamericana, sostiene sin vacilar: «En la actualidad, la única cuenca apropiada para el caudal de la psiquiatría contemporánea es el mundo entero, y la psiquiatría no debe amedrentarse ante la magnitud de la tarea». 1 Como todas las invasiones, la invasión por parte de la psi- 
quiatría del paso del hombre por la vida comenzó en las fronteras de la existencia y luego se extendió gradualmente a su interior. Los primeros en sucumbir fueron los que he- 
mos llegado a considerar los «casos obvios» o «graves» de «enfermedad mental» (o sea, la llamada histeria de conver- 
sión y las psicosis), que, aunque ahora se aceptan incuestionadamente como afecciones psiquiátricas, antes pertenecieron al dominio de la literatura, la mitología y lareligión. 
Este copamiento psiquiátrico fue sostenido y alentado por la lógica, las imágenes y la retórica de la ciencia, en especial la medicina. Así, ¿quién podría oponerse a que la persona que actúa como si estuviera enferma aunque en realidad 
no lo está sea llamada «histérica», y se la declare en condiciones de recibir los servicios de los neuropsiquiatras? ¿No 
fue esto acaso simplemente un avance de la ciencia médica, similar a los progresos habidos en bacteriología o cirugía? 
Análogamente, ¿quién podría objetar que a otras «personas trastornadas» —como las que se refugian del reto que les plantea la vida real en sus propias creaciones dramáticas, 
o aquellas que, insatisfechas con su identidad real, asumen una falsa identidad— se las encamine hacia la psiquiatría 
bajo el rótulo de «esquizofrénicas» y «paranoides»? 







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