Foucault parte del hablo. Este hablo, dice, se refiere a un discurso que le sirve de soporte pero está ausente. Es como ausente que existe en el hablo. También podría decírselo así: Está ausente, sólo existe en el hablo. Y por cierto: ni preexiste ni post-existe.
El hablo tiene, pues, soberanía, palabra a la que haríamos
bien en darle todo su peso.
Al decir hablo se enuncia una desnudez. Desnudez, desierto,
despojamiento, son los términos con los que Foucault insiste. Al haber sólo el hablo no hay transitividad, el lenguaje se evapora. Pero
ahí mismo se pregunta Foucault por la posibilidad de un lenguaje que quisiera
reivindicarse – digamos: sostenerse, formularse – en la forma del hablo. ¿Qué forma es esa? La forma despojada, exigua, el
vacío del hablo.
Pero entonces Foucault parece
transformar este punto extremo del lenguaje que constituye el hablo, en “apertura absoluta por donde el lenguaje puede
propagarse al infinito”. Y dice, que correlativamente, “el sujeto, el yo que habla, se fragmenta, se desparrama y se dispersa
hasta desaparecer en este espacio desnudo.”
Entonces se pasa del solo hablo a un hablar donde el sujeto desaparece. El hablar se
sostiene en este espacio que conserva la desnudez del hablo.
La “soberanía” del hablo se sitúa ahora en el lenguaje. Es el hablar como tal
el que tiene lugar en la soberanía solitaria del hablo.
Y soberanía quiere decir
soberanía, es decir, que nada la
limita. No sólo no puede limitarla el sujeto, que desaparece: tampoco aquél
a quien se dirige, ni la verdad de lo que dice o los sistemas representativos
que utiliza.
Estamos de lleno, entonces,
en el psicoanálisis. Quiero decir, en la asociación libre, en la soberanía de la
asociación libre. Diría modificando levemente el hablo foucoltiano: estamos en el “hable” freudiano o
lacaniano: “diga, no importa qué” - que era, si no recuerdo mal, la fórmula de
Lacan.
Es tan sorprendente la
proximidad de estas afirmaciones con las que hace Lacan en el seminario de La
lógica del fantasma y en De un otro al Otro que no puedo dejar de recordarlas:
En el primero habla de dimisión
del acto.
Dice, en la 9ª reunión:
por la regla … al sujeto
se le pide abdicar allí … y encomendándose a la deriva del lenguaje, irá a
tentar una experiencia hasta el límite
y luego:
..un sujeto cuyo ejercicio
es ponerse a prueba por su propia dimisión
………………………………………………
esa elección que llamé
recién abdicación, la elección de probarse a los efectos del lenguaje;
En De un Otro al otro, en la
4ª reunión dirá:
… "asociación
libre": libre no quiere decir otra cosa que licenciando al sujeto,
licenciar al sujeto es una operación
…………………………………………………
instauramos por la
regla, un discurso tal, que el sujeto suspende algo allí? ¿Qué? Lo que precisamente es su función de
sujeto
He ahí a ese sujeto dispensado de sostener lo que enuncia.
Es pues, por allí que
arribará a esa pureza de la palabra
La otra referencia en Lacan,
por cierto, es la afanisis, esa desaparición del sujeto bajo el significante y
ese miedo - subrayo el término
porque se trata precisamente de miedo a la desaparición.
Y la otra referencia es sin
duda la forclusión y con ella, la psicosis. Referencia que toma su relieve
porque precisamente Deleuze y Guattari parecen empujar hasta el límite los
dichos de Foucault – que prologó su Antiedipo con un escrito memorable - haciendo encarnar en el
esquizofrénico mismo la posibilidad de un hablo “liberado” de sujeto, de Edipo, etc. Es importante me
parece, tener presente que es a propósito de la psicosis, la única ocasión que
Lacan, citando a Schreber, habla de muerte del sujeto.
Lacan, por cierto, oscila en
este punto álgido. Y en aquella difundida respuesta a la pregunta por el sujeto
en la psicosis dirá que también allí un significante representa a un sujeto
para otro significante.
Por otra parte, en el mismo
Seminario de La lógica del fantasma
dirá de esa representación, que el sujeto sólo es representado por su
ausencia – nunca es más que representado
– cuestión que sin duda habría que
pensarla en relación a la suposición, ya que el sujeto es siempre supuesto, y
supuesto precisamente bajo el significante que lo representa.
En fin, son las cuestiones
que se plantean en esta suerte de interfaz Lacan-Foucault. Pero lo interesante
de Foucault, más allá de retomar la cuestión del sujeto en el punto más radical
de los desarrollos de Lacan, es que lo piensa en el nivel de una discursividad
que coincide con lo que llamamos extensión en psicoanálisis y es allí que
aporta, como se dice, aire fresco.
Es completamente legítimo
leer los textos desde la misma
posición desde la que se escucha. Por ejemplo, dando
todo su alcance a lo que repite más acá de la focalización en la consabida argumentación. También por
supuesto, intentando situar los enunciados respecto de las coordenadas de
la enunciación – que por cierto no
siempre están a nuestro alcance. Quiero decir: cuándo dijo o escribió Lacan lo
que dijo, antes o después de decir qué, ante quién, a quién; con quién está
dialogando, a qué o a quién está respondiendo. Y ni qué decir de la
consideración a otorgarle a los fallidos o las formaciones del inconsciente que
irrumpen y son términos privilegiados de la enunciación. Muchas veces
insistimos en la pregunta por cómo se habla en la extensión. Me recordó
recientemente Alberto Tchira esta otra que es decisiva: cómo se escucha. Se
insiste en el “autorizarse a hablar” pero poco en algo que requiere tanto o más
decisión: autorizarse a escuchar, y por supuesto no silenciar lo que se
escucha.
La cuestión de cómo se
escucha y cómo se lee – cuestiones que con sólo enunciarlas interpelan el
estatuto mismo de lo que se llama teoría en psicoanálisis – están absolutamente presentes en Foucault
cuando vuelve a poner en primer plano la cuestión de las condiciones históricas
sociales y políticas de la verdad
- ésta es su terminología. La posición puede parecer próxima al marxismo más
clásico, pero creo que corresponde tomarla como una consideración de las
determinaciones de la enunciación
en el campo de la verdad. Esto en
el terreno de la extensión resulta
fundamental. Tengo la impresión que todos los comentarios de Jean Allouch sobre
Lacan están atravesados por estas consideraciones.
Y para dar “ejemplos
prácticos”: las intervenciones de Alberto Tchira y Claudio Glasman respecto del
lugar de un lapsus en la producción discursiva – el lapsus de Lacan que produce
precisamente el término lalangue -
en una reciente presentación
sobre la lengua, son justamente ejemplos de cómo leer a Lacan en contrapunto a
la lectura académica que, en la ocasión ensayaba el expositor.
Volviendo entonces al valor
de la repetición en la lectura,
tomo una breve frase de De un Otro al otro:
En el análisis el sujeto
es dispensado de sostener su discurso de un "yo digo", está dispensado
de sostener lo que enuncia.
Términos que Didie Weil
retoma en una intervención en el seminario de L’insu:
es como si [el sujeto] se sintiese desprendido del hecho de
tener que responder por lo que dice, que pudiese hablar sin responsabilidad.
Esto está completamente en
línea con la afirmación de Foucault:
el sujeto que habla no es
tanto el responsable del
discurso (aquel que lo detenta, que afirma y juzga mediante él, representándose
a veces bajo una forma gramatical dispuesta a estos efectos), como la
inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido
del lenguaje.
Ahora, en este punto
específicamente, estamos en una zona delicada, donde los deslizamientos, donde
cualquier deslizamiento conlleva efectos y consecuencias importantes: el acto
excluye al sujeto, pero sobre él, sobre el sujeto, retornan los efectos.
Habría que darle a esta
cuestión el tiempo que reclama. Se
ha bastardeado abundantemente todo lo concerniente al acto, se lo ha ahogado en
un teleologismo barato: falta poco para que se hable de los beneficios y hasta
del valor terapéutico del acto, respuestas probablemente originadas en la
angustia de que pudiera “perderse
la subjetividad”. El acto,
cualquier acto, me atrevo a decir, si no se lo carga antes al sujeto, progresa
en la vía de la destitución
(término éste que se prefiere no usar más que lo imprescindible), en la vía de
una suerte de despojamiento, de agostamiento del sujeto en beneficio de lo que
dice y hace, de una temporalidad de saltos – se hace camino al saltar, leí hace
poco en un artículo muy pertinente a propósito de Kierkegaard.
Ser responsable de lo que se
dice no tiene que ver con sostener no sé qué teoría o trayectoria o coherencia
sino algo bastante menos ramplón aunque parezca tautológico: sostener lo que se
dice cuando hay que decirlo. Eso se sostiene … diciendo. Cualquiera sabe que
eso requiere de algo que no tiene nada que ver con haber pensado o estudiado
mucho o poco.
En otras palabras, no se
trata de lo que se piensa sino de lo que se habla. Y en esto hay una
correspondencia notable entre Foucault y Lacan. Por supuesto que no entre
“todo” Foucault y “todo” Lacan si eso quisiera decir algo: entre lo que dice El
pensamiento del afuera y la
interrogación lacaniana del cogito, para el caso, su “ni pienso ni soy”.
Pero el valor de Foucault es
que sus consideraciones no podrían limitarse a lo que llamamos las posición del “sujeto en análisis”, que
se evoca a veces como una especie de trance, del que puede aceptarse en verdad
cualquier cosa porque se considera que eso “termina ahí”. Se suele conceder a
la “situación” analítica todas las licencias que se le conceden a la poesía que
al final no sería más que poesía. Precisamente Foucault tiene el coraje que
parece haberles faltado a los psicoanalistas: situar al sujeto en relación al
lenguaje, los discursos, las vicisitudes del lazo social y arriesgar en ello
una política … y practicarla.
Al mismo tiempo, el sujeto de
Foucault es un sujeto que se aproxima, diría infinitesimalmente, a su
extinción. Es un sujeto en disolución, en destitución. Es ese movimiento hacia
la destitución, en puntual correspondencia con el movimiento que puede
verificarse en un análisis, lo que cierra el camino a continuar cargando las
tintas, esto es las consistencias, sobre el sujeto - lo que invariablemente
restituye, una y otra vez al sujeto psicológico.
El hablo, por otra parte, y también aquí en una notable
correspondencia con la objeción lacaniana al cogito, es opuesto al pienso:
el hablo funciona como a
contrapelo del “pienso”. Éste conducía en efecto a la certidumbre indudable del
Yo y de su existencia; aquél, por el contrario, aleja, dispersa, borra esta
existencia y no conserva de ella más que su emplazamiento vacío.
Reaparece aquí entonces, la
cuestión de la afanisis, también
de la suposición. Pero si se
quiere ser “lacaniano” en la lectura de Foucault habría que decir que con el
objeto – que está en el lenguaje – es suficiente para que se conserve el
emplazamiento vacío.
El hablo, entonces, o “la
palabra”, más bien la “palabra de la
palabra” términos aquí intercambiables para Foucault, “nos conduce a
ese afuera donde desaparece el sujeto que habla”.
No se trata entonces de un
pensamiento, sino de una palabra fuera del sujeto. Y aquí viene una interpretación
de Foucault a “la reflexión occidental”:
Sin duda es por esta razón
por lo que la reflexión occidental no se ha decidido durante tanto tiempo a
pensar el ser del lenguaje: como si presintiera el peligro que haría correr a
la evidencia del “existo” la experiencia desnuda del lenguaje.
Es aquí que Foucault entra
explícitamente en lo que ahora llamará La experiencia del afuera (así se titula este segundo acápite):
La transición hacia un
lenguaje en que el sujeto está excluido, la puesta al día de una
incompatibilidad, tal vez sin recursos, entre la aparición del lenguaje en su
ser y la consciencia de sí en su identidad, es hoy en día una experiencia que
se anuncia en diferentes puntos de la cultura… el ser del lenguaje no aparece
por sí mismo más que en la desaparición del sujeto.
Es fácil advertir el hilo por
el que progresa el discurrir de Foucault: es el de las sucesivas desapariciones
del “hombre”, el autor y el sujeto.
Es cierto que Foucault parece
superponer sujeto a consciencia de sí, identidad, etc., pero es cierto también
que lo que se deriva de esto, del acento, de las “fichas” puestas en lo que nos
gusta llamar discurso más que en las personas y los nombres, tiene mejores
efectos sobre el discurso mismo, sobre la política, sobre los lazos sociales,
que las apelaciones al sujeto que
tan rápidamente giran hacia la persona y hacia el nombre con sus espejismos y
prestigios. La temprana afirmación de Lacan: El sujeto es nadie, que hizo saltar de sus asientos a calificados
asistentes del seminario, tiene toda su potencia y sus elaboraciones y
precisiones ulteriores pueden matizarla pero no la neutralizan.
Nuevamente podremos
preguntarnos por este más allá hacia el que va Foucault y con él Deleuze y
Guattari. Este traspasar el Edipo, porque finalmente ir más allá del sujeto es
“pasar” (como dicen en España, “con tal cosa, yo paso”) el Edipo, ¿es caer en
la locura, es trasponer – Lacan dixit – el límite de la libertad, es acercarse más allá de lo
aconsejable a “las llamaradas del goce” y arder en ellas? Las interpretaciones
psicológicas sobre Foucault abundan. Hay una biografía escrita de punta a punta
con ese recurso. Es la misma psicología que habría arrojado a Foucault
precisamente a la hoguera. Los límites de la libertad no están dados de antemano, los recorta lo que puede alcanzarse a decir. El
decir que pueda sostenerse y que encuentre además el surco en el cual
sostenerse, lo que depende menos de las argumentaciones y demostraciones que de
una decisión que es lo mismo que decir de una política.
Entonces – vuelvo al texto –
continúa Foucault:
¿Cómo tener acceso a esta
extraña relación?
La extraña relación,
recordemos, es la de la exclusión recíproca entre lenguaje y sujeto, en otras
palabras, la afanisis.
Respuesta: mediante el pensamiento
del afuera, afuera de toda subjetividad:
Talvez mediante una forma
de pensamiento de la que la cultura occidental no ha hecho más que esbozar, en
sus márgenes, su posibilidad todavía incierta. Este pensamiento que se mantiene
fuera de toda subjetividad para hacer surgir como del exterior sus límites,
enunciar su fin, hacer brillar su dispersión y no obtener más que su
irrefutable ausencia.
El pensamiento del afuera no
es “la interioridad de la
reflexión filosófica”, no es ni interioridad ni reflexión ni filosofía.
El enemigo epistemológico del pensamiento del afuera es “la vieja trama de la
interioridad y la reflexión”, el “discurso puramente reflexivo”, porque la
reflexión tiende a reconciliar [la experiencia] con la consciencia.
La interioridad, la
“confirmación interior” remite a una centralidad, a una certidumbre central, y
se trata de llevar el pensamiento hacia una refutación – no hacia la
contradicción – constante, aceptando su desenlace en el rumor, en la
dispersión, en el despliegue indefinido de las palabra que incluye la negación
del propio discurso, el
sacarlo continuamente de
sus casillas, despojarlo en todo momento no sólo de lo que acaba de decir, sino
también del poder de enunciarlo; consiste en dejarlo allí donde se encuentre,
lejos tras de sí, a fin de quedar libre para un comienzo que es un puro origen,
puesto que no tiene por principio más que a sí mismo y al vacío, pero que es
también a la vez un recomienzo, ya que ha sido el lenguaje pasado el que
profundizando en sí mismo ha liberado este vacío.
Foucault concluye aquí con
una suerte de “pentálogo” que continúa aproximando el pensamiento del afuera a
esos otros pensamientos – debemos
a Lacan haber puesto el término en relieve – que Freud llamó inconscientes:
- No más reflexión, sino el
olvido.
- No más contradicción, sino
la refutación que anula.
- No más reconciliación, sino
la reiteración.
- No más mente a la conquista
laboriosa de su unidad, sino la erosión indefinida del afuera.
- No más verdad
resplandeciendo al fin, sino el brillo y la angustia de un lenguaje siempre
recomenzado.
En el otro extremo (respecto de la interioridad reflexiva) el
saber positivo del cual ni qué decir de la distancia que lo separa del
pensamiento del afuera.
Entonces nos presenta
Foucault una suerte de minuta, una genealogía rápida del pensamiento del
afuera: Sade, Hölderlin, Nietzche, Mallarmé, Artaud, Bataille, Klossowski, y
ciertamente, Blanchot.
Sade es la desnudez del deseo
(contra toda interiorización) en el mismo sentido en que habla Foucault de
la desnudez del hablo. Hölderlin “la ausencia resplandeciente de los
dioses”, Nietzche la reducción de la
metafísica a su gramática, Mallarmé el lenguaje y el libro como el
movimiento en el que desaparece el que habla.
Es interesante particularmente
la referencia a Artaud, y la referencia implícita allí a la locura: precisa
Foucault que el lenguaje discursivo se desata en la violencia del cuerpo y
del grito mientras el pensamiento es abandonado a la interioridad salmodiante
de la consciencia y deviene
sufrimiento de la carne, persecución y desgarramiento del sujeto mismo. Índice fugaz pero elocuente de que reconoce Foucault
una especificidad en la locura o la psicosis o como se prefiera llamarla. Y hay
también una interpretación interesante y original de esta realidad que Foucault
no soslaya y que no lo deja indiferente.
Finalmente la referencia es
Blanchot, que quizás no sea solamente uno más de los testigos de este
pensamiento del afuera.
Blanchot y sus escritos,
ilustraciones privilegiadas del pensamiento del afuera. Objeto de otras
anotaciones. nb
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