miércoles, 10 de octubre de 2012

Foucault parte del hablo. Este hablo, dice,  se refiere a un discurso que le sirve de soporte pero está ausente. Es como ausente que existe en el hablo. También podría decírselo así: Está ausente, sólo existe en el hablo. Y por cierto: ni preexiste ni post-existe.

El hablo tiene, pues, soberanía, palabra a la que haríamos bien en darle todo su peso.

Al decir hablo se enuncia una desnudez. Desnudez, desierto, despojamiento, son los términos con los que  Foucault insiste. Al haber sólo el hablo no hay transitividad, el lenguaje se evapora. Pero ahí mismo se pregunta Foucault por la posibilidad de un lenguaje que quisiera reivindicarse – digamos: sostenerse, formularse – en la forma del hablo. ¿Qué forma es esa? La forma despojada, exigua, el vacío del hablo.

Pero entonces Foucault parece transformar este punto extremo del lenguaje que constituye el hablo, en “apertura absoluta por donde el lenguaje puede propagarse al infinito”. Y dice, que correlativamente, “el sujeto, el yo que habla, se fragmenta, se desparrama y se dispersa hasta desaparecer en este espacio desnudo.”

Entonces se pasa del solo hablo a un hablar donde el sujeto desaparece. El hablar se sostiene en este espacio que conserva la desnudez del hablo.

La “soberanía” del hablo se sitúa ahora en el lenguaje. Es el hablar como tal el que tiene lugar en la soberanía solitaria del hablo.

Y soberanía quiere decir soberanía,  es decir, que nada la limita. No sólo no puede limitarla el sujeto, que desaparece: tampoco aquél a quien se dirige, ni la verdad de lo que dice o los sistemas representativos que utiliza.

Estamos de lleno, entonces, en el psicoanálisis. Quiero decir, en la asociación libre, en la soberanía de la  asociación libre. Diría modificando levemente el hablo foucoltiano: estamos en el “hable” freudiano o lacaniano: “diga, no importa qué” - que era, si no recuerdo mal, la fórmula de Lacan.

Es tan sorprendente la proximidad de estas afirmaciones con las que hace Lacan en el seminario de La lógica del fantasma y en De un otro al Otro   que no puedo dejar de recordarlas:

En el primero habla de dimisión del acto.

Dice, en la 9ª reunión:

por la regla … al sujeto se le pide abdicar allí … y encomendándose a la deriva del lenguaje, irá a tentar una experiencia hasta el límite

y luego:

..un sujeto cuyo ejercicio es ponerse a prueba por su propia dimisión
………………………………………………
esa elección que llamé recién abdicación, la elección de probarse a los efectos del lenguaje;

En De un Otro al otro, en la 4ª reunión dirá:

… "asociación libre": libre no quiere decir otra cosa que licenciando al sujeto, licenciar al sujeto es una operación
…………………………………………………
 instauramos por la regla, un discurso tal, que el sujeto suspende algo allí? ¿Qué?  Lo que precisamente es su función de sujeto

He ahí a ese sujeto dispensado de sostener lo que enuncia.

Es pues, por allí que arribará a esa pureza de la palabra

La otra referencia en Lacan, por cierto, es la afanisis, esa desaparición del sujeto bajo el significante y ese miedo - subrayo el término porque se trata precisamente de miedo a la desaparición.

Y la otra referencia es sin duda la forclusión y con ella, la psicosis. Referencia que toma su relieve porque precisamente Deleuze y Guattari parecen empujar hasta el límite los dichos de Foucault – que prologó su Antiedipo con un escrito memorable - haciendo encarnar en el esquizofrénico mismo la posibilidad de un hablo “liberado” de sujeto, de Edipo, etc. Es importante me parece, tener presente que es a propósito de la psicosis, la única ocasión que Lacan, citando a Schreber, habla de muerte del sujeto.

Lacan, por cierto, oscila en este punto álgido. Y en aquella difundida respuesta a la pregunta por el sujeto en la psicosis dirá que también allí un significante representa a un sujeto para otro significante.

Por otra parte, en el mismo Seminario de La lógica del fantasma  dirá de esa representación, que el sujeto sólo es representado por su ausencia – nunca es  más que representadocuestión que sin duda habría que pensarla en relación a la suposición, ya que el sujeto es siempre supuesto, y supuesto precisamente bajo el significante que lo representa.

En fin, son las cuestiones que se plantean en esta suerte de interfaz Lacan-Foucault. Pero lo interesante de Foucault, más allá de retomar la cuestión del sujeto en el punto más radical de los desarrollos de Lacan, es que lo piensa en el nivel de una discursividad que coincide con lo que llamamos extensión en psicoanálisis y es allí que aporta, como se dice, aire fresco.

Es completamente legítimo leer los textos desde  la misma posición  desde  la que se escucha. Por ejemplo, dando todo su alcance a lo que repite más acá de la focalización en la  consabida argumentación. También por supuesto, intentando situar los enunciados respecto de las coordenadas de la  enunciación – que por cierto no siempre están a nuestro alcance. Quiero decir: cuándo dijo o escribió Lacan lo que dijo, antes o después de decir qué, ante quién, a quién; con quién está dialogando, a qué o a quién está respondiendo. Y ni qué decir de la consideración a otorgarle a los fallidos o las formaciones del inconsciente que irrumpen y son términos privilegiados de la enunciación. Muchas veces insistimos en la pregunta por cómo se habla en la extensión. Me recordó recientemente Alberto Tchira esta otra que es decisiva: cómo se escucha. Se insiste en el “autorizarse a hablar” pero poco en algo que requiere tanto o más decisión: autorizarse a escuchar, y por supuesto no silenciar lo que se escucha.

La cuestión de cómo se escucha y cómo se lee – cuestiones que con sólo enunciarlas interpelan el estatuto mismo de lo que se llama teoría en psicoanálisis – están  absolutamente presentes en Foucault cuando vuelve a poner en primer plano la cuestión de las condiciones históricas sociales y políticas de la  verdad - ésta es su terminología. La posición puede parecer próxima al marxismo más clásico, pero creo que corresponde tomarla como una consideración de las determinaciones de la  enunciación en el campo de la  verdad. Esto en el terreno de la  extensión resulta fundamental. Tengo la impresión que todos los comentarios de Jean Allouch sobre Lacan están atravesados por estas consideraciones.

Y para dar “ejemplos prácticos”: las intervenciones de Alberto Tchira y Claudio Glasman respecto del lugar de un lapsus en la producción discursiva – el lapsus de Lacan que produce precisamente el término lalangue -  en una reciente  presentación sobre la lengua, son justamente ejemplos de cómo leer a Lacan en contrapunto a la lectura académica que, en la ocasión ensayaba el expositor.

Volviendo entonces al valor de la  repetición en la lectura, tomo una breve frase de De un Otro al otro:

En el análisis el sujeto es dispensado de sostener su discurso de un "yo digo", está dispensado de sostener lo que enuncia.

Términos que Didie Weil retoma en una intervención en el seminario de L’insu: 

es como si [el sujeto] se sintiese desprendido del hecho de tener que responder por lo que dice, que pudiese hablar sin responsabilidad.

Esto está completamente en línea con la afirmación de Foucault:

el sujeto que habla no es tanto el responsable del discurso (aquel que lo detenta, que afirma y juzga mediante él, representándose a veces bajo una forma gramatical dispuesta a estos efectos), como la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje.

Ahora, en este punto específicamente, estamos en una zona delicada, donde los deslizamientos, donde cualquier deslizamiento conlleva efectos y consecuencias importantes: el acto excluye al sujeto, pero sobre él, sobre el sujeto, retornan los efectos.

Habría que darle a esta cuestión  el tiempo que reclama. Se ha bastardeado abundantemente todo lo concerniente al acto, se lo ha ahogado en un teleologismo barato: falta poco para que se hable de los beneficios y hasta del valor terapéutico del acto, respuestas probablemente originadas en la angustia de que pudiera  “perderse la subjetividad”.  El acto, cualquier acto, me atrevo a decir, si no se lo carga antes al sujeto, progresa en la vía de la  destitución (término éste que se prefiere no usar más que lo imprescindible), en la vía de una suerte de despojamiento, de agostamiento del sujeto en beneficio de lo que dice y hace, de una temporalidad de saltos – se hace camino al saltar, leí hace poco en un artículo muy pertinente a propósito de Kierkegaard.

Ser responsable de lo que se dice no tiene que ver con sostener no sé qué teoría o trayectoria o coherencia sino algo bastante menos ramplón aunque parezca tautológico: sostener lo que se dice cuando hay que decirlo. Eso se sostiene … diciendo. Cualquiera sabe que eso requiere de algo que no tiene nada que ver con haber pensado o estudiado mucho o poco.

En otras palabras, no se trata de lo que se piensa sino de lo que se habla. Y en esto hay una correspondencia notable entre Foucault y Lacan. Por supuesto que no entre “todo” Foucault y “todo” Lacan si eso quisiera decir algo: entre lo que dice El pensamiento del afuera y la interrogación lacaniana del cogito, para el caso, su  “ni pienso ni soy”.

Pero el valor de Foucault es que sus consideraciones no podrían limitarse a lo que llamamos las  posición del “sujeto en análisis”, que se evoca a veces como una especie de trance, del que puede aceptarse en verdad cualquier cosa porque se considera que eso “termina ahí”. Se suele conceder a la “situación” analítica todas las licencias que se le conceden a la poesía que al final no sería más que poesía. Precisamente Foucault tiene el coraje que parece haberles faltado a los psicoanalistas: situar al sujeto en relación al lenguaje, los discursos, las vicisitudes del lazo social y arriesgar en ello una política … y practicarla.

Al mismo tiempo, el sujeto de Foucault es un sujeto que se aproxima, diría infinitesimalmente, a su extinción. Es un sujeto en disolución, en destitución. Es ese movimiento hacia la destitución, en puntual correspondencia con el movimiento que puede verificarse en un análisis, lo que cierra el camino a continuar cargando las tintas, esto es las consistencias, sobre el sujeto - lo que invariablemente restituye, una y otra vez al sujeto psicológico.

El hablo, por otra parte, y también aquí en una notable correspondencia con la objeción lacaniana al cogito, es opuesto al pienso:

el hablo funciona como a contrapelo del “pienso”. Éste conducía en efecto a la certidumbre indudable del Yo y de su existencia; aquél, por el contrario, aleja, dispersa, borra esta existencia y no conserva de ella más que su emplazamiento vacío.

Reaparece aquí entonces, la cuestión de la  afanisis, también de la  suposición. Pero si se quiere ser “lacaniano” en la lectura de Foucault habría que decir que con el objeto – que está en el lenguaje – es suficiente para que se conserve el emplazamiento vacío.

El hablo, entonces, o “la palabra”, más bien la “palabra de la  palabra” términos aquí intercambiables para Foucault, “nos conduce a ese afuera donde desaparece el sujeto que habla”.

No se trata entonces de un pensamiento, sino de una palabra fuera del sujeto. Y aquí viene una interpretación de Foucault a “la reflexión occidental”:

Sin duda es por esta razón por lo que la reflexión occidental no se ha decidido durante tanto tiempo a pensar el ser del lenguaje: como si presintiera el peligro que haría correr a la evidencia del “existo” la experiencia desnuda del lenguaje.

Es aquí que Foucault entra explícitamente en lo que ahora llamará La experiencia del afuera (así se titula este segundo acápite):

La transición hacia un lenguaje en que el sujeto está excluido, la puesta al día de una incompatibilidad, tal vez sin recursos, entre la aparición del lenguaje en su ser y la consciencia de sí en su identidad, es hoy en día una experiencia que se anuncia en diferentes puntos de la cultura… el ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto.

Es fácil advertir el hilo por el que progresa el discurrir de Foucault: es el de las sucesivas desapariciones del “hombre”, el autor y el sujeto.

Es cierto que Foucault parece superponer sujeto a consciencia de sí, identidad, etc., pero es cierto también que lo que se deriva de esto, del acento, de las “fichas” puestas en lo que nos gusta llamar discurso más que en las personas y los nombres, tiene mejores efectos sobre el discurso mismo, sobre la política, sobre los lazos sociales, que las  apelaciones al sujeto que tan rápidamente giran hacia la persona y hacia el nombre con sus espejismos y prestigios. La temprana afirmación de Lacan: El sujeto es nadie, que hizo saltar de sus asientos a calificados asistentes del seminario, tiene toda su potencia y sus elaboraciones y precisiones ulteriores pueden matizarla pero no la neutralizan.

Nuevamente podremos preguntarnos por este más allá hacia el que va Foucault y con él Deleuze y Guattari. Este traspasar el Edipo, porque finalmente ir más allá del sujeto es “pasar” (como dicen en España, “con tal cosa, yo paso”) el Edipo, ¿es caer en la locura, es trasponer – Lacan dixit – el límite de la  libertad, es acercarse más allá de lo aconsejable a “las llamaradas del goce” y arder en ellas? Las interpretaciones psicológicas sobre Foucault abundan. Hay una biografía escrita de punta a punta con ese recurso. Es la misma psicología que habría arrojado a Foucault precisamente a la hoguera. Los límites de la  libertad no están dados de antemano, los recorta  lo que puede alcanzarse a decir. El decir que pueda sostenerse y que encuentre además el surco en el cual sostenerse, lo que depende menos de las argumentaciones y demostraciones que de una decisión que es lo mismo que decir de una política.

Entonces – vuelvo al texto – continúa Foucault:

¿Cómo tener acceso a esta extraña relación?

La extraña relación, recordemos, es la de la exclusión recíproca entre lenguaje y sujeto, en otras palabras, la afanisis.

Respuesta: mediante el pensamiento del afuera, afuera de toda subjetividad:

Talvez mediante una forma de pensamiento de la que la cultura occidental no ha hecho más que esbozar, en sus márgenes, su posibilidad todavía incierta. Este pensamiento que se mantiene fuera de toda subjetividad para hacer surgir como del exterior sus límites, enunciar su fin, hacer brillar su dispersión y no obtener más que su irrefutable ausencia.

El pensamiento del afuera no es “la interioridad de la  reflexión filosófica”, no es ni interioridad ni reflexión ni filosofía. El enemigo epistemológico del pensamiento del afuera es “la vieja trama de la interioridad y la reflexión”, el “discurso puramente reflexivo”, porque la reflexión tiende a reconciliar [la experiencia] con la consciencia.

La interioridad, la “confirmación interior” remite a una centralidad, a una certidumbre central, y se trata de llevar el pensamiento hacia una refutación – no hacia la contradicción – constante, aceptando su desenlace en el rumor, en la dispersión, en el despliegue indefinido de las palabra que incluye la negación del propio discurso, el

sacarlo continuamente de sus casillas, despojarlo en todo momento no sólo de lo que acaba de decir, sino también del poder de enunciarlo; consiste en dejarlo allí donde se encuentre, lejos tras de sí, a fin de quedar libre para un comienzo que es un puro origen, puesto que no tiene por principio más que a sí mismo y al vacío, pero que es también a la vez un recomienzo, ya que ha sido el lenguaje pasado el que profundizando en sí mismo ha liberado este vacío.

Foucault concluye aquí con una suerte de “pentálogo” que continúa aproximando el pensamiento del afuera a esos otros pensamientos – debemos a Lacan haber puesto el término en relieve – que Freud llamó inconscientes:

- No más reflexión, sino el olvido.
- No más contradicción, sino la refutación que anula.
- No más reconciliación, sino la reiteración.
- No más mente a la conquista laboriosa de su unidad, sino la erosión indefinida del afuera.
- No más verdad resplandeciendo al fin, sino el brillo y la angustia de un lenguaje siempre recomenzado.

 En el otro extremo (respecto de la interioridad reflexiva) el saber positivo del cual ni qué decir de la distancia que lo separa del pensamiento del afuera.

Entonces nos presenta Foucault una suerte de minuta, una genealogía rápida del pensamiento del afuera: Sade, Hölderlin, Nietzche, Mallarmé, Artaud, Bataille, Klossowski, y ciertamente, Blanchot.

Sade es la desnudez del deseo (contra toda interiorización) en el mismo sentido en que habla Foucault de la  desnudez del hablo. Hölderlin “la ausencia resplandeciente de los dioses”, Nietzche la reducción de la  metafísica a su gramática, Mallarmé el lenguaje y el libro como el movimiento en el que desaparece el que habla.

Es interesante particularmente la referencia a Artaud, y la referencia implícita allí a la locura: precisa Foucault que el lenguaje discursivo se desata en la violencia del cuerpo y del grito mientras el pensamiento es abandonado a la interioridad salmodiante de la  consciencia y deviene sufrimiento de la carne, persecución y desgarramiento del sujeto mismo. Índice fugaz pero elocuente de que reconoce Foucault una especificidad en la locura o la psicosis o como se prefiera llamarla. Y hay también una interpretación interesante y original de esta realidad que Foucault no soslaya y que no lo deja indiferente.

Finalmente la referencia es Blanchot, que quizás no sea solamente uno más de los testigos de este pensamiento del afuera.

Blanchot y sus escritos, ilustraciones privilegiadas del pensamiento del afuera. Objeto de otras anotaciones. nb

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